*Asesinato premeditado de 132 niños
*Radicalismo islámico, amenaza global
Demencia, holocausto, barbarie, deshumanización, salvajismo, horror… Solo calificativos de ese calibre pueden utilizarse para referirse a lo que pasó ayer en Pakistán. Un comando terrorista talibán ingresó a primera hora a una escuela en la ciudad de Peshawar en donde estudian hijos de militares y empezó a disparar de manera indiscriminada contra los alumnos y profesores. Incluso, los testimonios de los sobrevivientes señalan que los asesinos recorrieron varios salones buscando a los menores de edad heridos para ultimarlos con tiros de gracia. Un total de 141 personas, entre ellas 132 niños, murieron en el que se puede considerar uno de los atentados terroristas más graves de las últimas décadas, no sólo en Pakistán, en donde lamentablemente la guerra entre facciones religiosas radicales cobra por semana decenas de vidas, sino en todo el mundo. No en vano ayer se escuchaban condenas internacionales que comparaban este crimen de lesa humanidad con los perpetrados en el holocausto nazi, a mediados del siglo pasado, o las matanzas tribales en algunos países africanos.
Y la estupefacción e indignación mundial fue mayor al conocerse el pronunciamiento de un vocero del Movimiento de los Talibanes de Pakistán (TTP), según el cual la orden a los comandos que perpetraron el ataque era solo matar a los hijos mayores de los militares y no a los más pequeños. Incluso agregó que era una venganza porque las tropas oficiales también habían lanzado una ofensiva militar a gran escala en varios de los enclaves talibanes y asesinado a familiares de sus combatientes. Semejante intento de ‘justificación’ de un acto de barbarie extrema no sólo pone de presente el nivel de degradación a que ha llegado el conflicto político-religioso en Pakistán, sino que evidencia que la larga ofensiva que hace más de una década atrás lanzaron los países aliados contra el régimen talibán en Afganistán, por sus nexos con la red terrorista Al Qaeda, que perpetró los atentados del 11-S, no neutralizó el peligro que representa ese grupo islámico radical.
Entre las múltiples reacciones de condena que se escucharon ayer, no pocas advertían que la comunidad internacional, con Naciones Unidas a la cabeza, lamentablemente no ha sabido reaccionar a una serie de conflictos armados internos que como los de Siria, Irak, Pakistán, producen decenas, centenares de muertes mes tras mes. Un desangre en el que se cruzan motivaciones religiosas, políticas, sociales, tribales y hasta económicas, al que el mundo asiste apenas como un espectador horrorizado pero impotente y pasivo. El asesinato premeditado y a sangre fría de 132 niños y adolescentes no resiste ninguna justificación por más escalado que esté un conflicto en cualquier lugar del planeta. Se trata de un crimen contra toda la humanidad y la comunidad internacional debería reaccionar de una manera contundente, drástica y ejemplarizante. De lo contrario, el próximo ataque será más lesivo y horripilante. No hay que olvidar que el TTP es un movimiento radical creado hace siete años y cuyo objetivo es la instauración en Pakistán de una severa ley islámica. En su accionar terrorista y bárbaro ha atacado cientos de escuelas públicas e incluso en 2012 despertó la indignación internacional al intentar matar a Malala Yousafzai, una joven que milita por la educación de las niñas en esta misma región del noroeste del país, y que se convirtió en símbolo mundial de esta tragedia, al punto que recientemente le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz.
En estos momentos es cuando deben recordarse las palabras del papa Francisco en su reciente visita a Turquía en donde, al rechazar el terrorismo de los grupos radicales islámicos, sostuvo que les había pedido a “todos los dirigentes musulmanes del mundo, políticos, religiosos, universitarios” que se pronunciaran claramente y condenaran esa violencia que daña al islam. Precisamente por ello el Pontífice llamó a una alianza de religiones contra el terrorismo y el fundamentalismo.
Por todo lo anterior es que tiene que entenderse que la de ayer no fue una jornada de luto sólo para Pakistán, sino para todo el mundo. Ese fundamentalismo islámico, que se basa en la anulación violenta de quien no comparte sus tesis, es una amenaza global. Amenaza que crece día tras día, se incuba en muchos países y regiones, tal como quedó evidenciado en el ataque terrorista de esta semana en Sydney o la cruenta expansión del llamado “Estado Islámico” en Siria e Irak.