En ocasión de lo que se conoció como la extensión de la primavera árabe que estalló en Túnez, Libia y Egipto, posteriormente en 2011, se produjeron las primeras movilizaciones de la oposición contra el gobierno hereditario de Bashar al Assad en Siria. Las manifestaciones en Siria, lo mismo que en los anteriores países, tenían como objetivo aparente dar un vuelco al Estado autoritario y seguir, en apariencia, el modelo de partidos al estilo de la democracia occidental, en naciones que por siglos han tenido gobiernos monárquicos o caudillistas desde tiempos antiquísimos, cuando en otras zonas del Mediterráneo surgía la democracia como en Atenas. Lo anterior indica que por factores históricos, tradicionales, religiosos y de diversa índole en las naciones árabes la democracia es una planta exótica. Y Siria, un país de 22 millones de habitantes, es en un 90 por ciento de ascendencia y cultura árabes. Lo que explica en cierta forma el predomino por dos generaciones de la familia que gobierna el país.
Lo curioso de la revuelta en Siria es que estalla por cuenta de un incidente policial en apariencia sin importancia. En una esquina de una calle de Damasco, unos jóvenes son detenidos por entretenerse escribiendo grafitis contra el gobierno de Bashar al Assad. Se trata de unos muchachos desconocidos y sin influencia, vagos y sin oficio, que están contagiados de angustia y descontento. Al ser detenidos, como es habitual, son torturados por las fuerzas de seguridad. Su captura y tortura se difunde y enardece a los jóvenes que inundan las calles para denunciar y rechazar el incidente policial. Para contener a las manifestaciones las fuerzas represivas acometen contra la multitud, a lo que siguen los heridos y muertos.
Como siempre a lo largo de la historia el primer sorprendido de la reacción popular por estos incidentes es el gobierno, bajo control de la familia Assad desde 1971. Con la idea fija de segur en el poder. Hasta unos días antes se consideraba el régimen como uno de los más consolidados de la región, con un pueblo habituado a obedecer y un gobernante que se sentía nacido para mandar. Varias revueltas habían sido sofocadas con relativa facilidad, los conflictos con Israel mostraban una fuerza militar leal al gobierno, bien armada, con mística y fiera capacidad de combate, capaz de reprimir los levantamientos locales y enfrentar a los vecinos, incluso de mantener bajo su dominio al Líbano, con gobiernos títeres.
Es del caso recordar que en Siria, el 87 por ciento de la población es musulmana. El 74% pertenece a la corriente sunní, en tanto que el 13 % a la rama chií, ismaelí y alauí. La minoría alauí, a la que pertenece la familia Assad, mantiene una gran preponderancia en el gobierno, las Fuerzas Armadas y se destaca en la actividad privada. En tanto buena parte de los rebeldes son suníes, que tienen el apoyo de Al Qaeda, los cuales en cierta forma serían los primeros que se beneficiarían.
Por la ayuda de las potencias y algunos vecinos, los rebeldes sirios avanzaron con fuerza incontenible en algunas regiones del país. La prensa internacional, al ver la potencia de la rebelión y la forma como se tomaban las pequeñas poblaciones y dividían la capital, Damasco, consideraron que el régimen se derrumbaría en poco tiempo. No fue así. La revuelta derivó en guerra civil. Y como tal en una de las más sangrientas de la historia. Las potencias occidentales al ver que el gobierno de Assad pasaba a la ofensiva, recuperando varios de los bastiones de los alzados en armas, resolvió apoyar abiertamente con armas a los enemigos del régimen, sin intervenir directamente. Y se fomentó un cerco para impedir que el gobierno recibiera armas del exterior. Puesto que el arsenal oficial está compuesto por armamento de la antigua Unión Soviética, siendo un misterio cuales han sido las armas más sofisticadas que han recibido recientemente de Rusia, que tiene una base importante en el territorio de Siria y que no quiere perder por razones históricas y de geopolítica. Entre esas armas están los misiles de última generación. Que sirven para bombardear aviones que penetran el espacio aéreo del país, pero no alcanzan para atacar embarcaciones de Estados Unidos a grandes distancias, como pasó en Irak y Libia.
Entre tanto, en el Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia y China, vetaban una y otra vez los esfuerzos de Washington, Londres y París, de intervenir en el conflicto con aval del organismo. Hasta que por cuenta de la guerra química, la muerte de varias docenas de personas, que el gobierno de Damasco niega, los tambores de guerra retumban. El mundo está en tensión y afligido, a la espera de que el presidente Obama ordene el ataque. No se trata de destruir al Líbano, que ya está arrasado por la guerra civil. Lo que se busca es arremeter contra los escombros y lo que queda en pie. A sabiendas de que no le queda a Bashar al Assad, otra salida distinta a morir en combate, en medio del holocausto que provocarán los bombardeos de castigo, pues no desea que lo capturen y lo mantengan enjaulado como a Hussein, para vejarlo, juzgarlo y colgarlo. La pregunta inevitable es cómo reaccionarán Irán y Rusia y qué prepara Israel.