La República Centroafricana está en el centro-norte de ese continente, limita con Chad, Camerún, las dos repúblicas del Congo y los dos Estados de Sudán. Francia, Bélgica, el Reino unido y Alemania se disputaron su conquista a finales del siglo XIX. Su tamaño es un tanto mayor que el de Francia, con cuatro y medio millones de seres. Su inmensa riqueza en oro y diamantes se convirtió en un atractivo para toda suerte de aventureros y politiqueros, acicateados por el expansionismo militar y la codicia. Las divisiones tribales, la anarquía, la falta de conductores, el anticuado armamento y la ausencia de un Estado organizado facilitaron la conquista. A ningún literato se le ocurrió exaltar las barbaridades que se cometieron en épocas del Rey Leopoldo de Bélgica contra la población, las injusticias y viles atropellos contra civiles, mujeres, hombres, ancianos y niños. En aquellos tiempos era todavía una inversión apoderarse de los territorios africanos y explotar su riqueza.
A su vez, el dominio de los franceses -con sus tropas disciplinadas y armamento pesado- dejó una estela de muertes que suscitó la protesta de algunos intelectuales sensibles y románticos de París, sin conseguir que la explotación del país por sus compañías se detuviera; por el contrario aumentó el pillaje de manera desafiante, con la idea de llenar las alforjas y enriquecerse en el menor tiempo posible. El país con el nombre temporal de Zaire, bajo el gobierno de Mobotu Seke, se hundió en cruenta guerra civil que se extendió a los vecinos y el continente se envolvió en llamas. Varios países participaron en la sangrienta la guerra, que dejó más de cuatro millones de muertos mal contados.
El mundo aún recuerda con asombro al famoso Jean-Bedel Bokassa, quien se jactaba de ganar el apoyo de los gobernantes y políticos galos con ostentosos regalos de valiosos diamantes, arrancados con sangre a los nativos. Pronto el astuto déspota se convirtió en Bokassa I. El tirano se inspiró en los años sesenta en el caudillo libio Gadafi. Su pronunciamiento militar precipitó el país al abismo y se cometieron los más horrendos crímenes contra los opositores, los trabajadores de las minas fueron obligados a sufrir jornadas infrahumanas de trabajo esclavo, con el pillaje y a punta de látigo se buscaba llenar los bolsillos del emperador y sus socios europeos. La corrupción, la descomposición moral, los abusos y los continuos atropellos de los mercenarios al servicio del tirano amargaron el país que parecía ahogarse en su propia sangre. El “Emperador”, que había sido sargento del ejército francés en la II Guerra Mundial, parecía divertirse con esa orgía de sangre, en tanto la población vivía entre la zozobra y el miedo.
La famosa historia universal de la infamia de Jorge Luís Borges tiende a palidecer cuando se registran los horrendos crímenes que agobian al país bajo el gobierno del “Emperador”. Pareciera no tener límites la degradación a la que pueden llegar los seres humanos y se evidencia cuando las masas, aupadas por déspotas sedientos de sangre, se dejan llevar por los instintos criminales. Oro, diamantes y otros minerales, incluso los órganos de las víctimas se comercializaban. La guerra expropiatoria, sin otro fin que el pillaje y la destrucción se extendió como plaga. Llegó un momento que no se enterraba a los muertos. Las fotos de miles y millones de seres hambrientos y adoloridos en extremo se repetían en la prensa mundial sin que se detuviera la matanza. No es de sorprender que los franceses llamaran el país la 'Cenicienta' y, más recientemente, los analistas políticos el 'Estado fantasma'. Entre los factores que han contribuido a la violencia homicida en la República Centroafricana se cuenta la debilidad del Estado, la farsa de las elecciones bajo la presión de los fusiles, la corrupción instigada en parte por las compañías mineras, la incapacidad de organizar la administración pública. Lo más graves es que los grupos armados, en eventuales negociaciones que tuvieron con el gobierno, consiguieron amnistías y sucesivos perdones sin entregar las armas ni el botín de guerra. Funesto precedente que animó a otros aventureros a seguir el ejemplo de llegar al poder por la vía armada.
Sorprende que esos elementos violentos no tengan ningún plan político distinto a lucrase con el poder, ni siquiera repiten la monserga de corte revolucionario de otros tiempos. Pareciera que por sobre todas las cosas los anima el instinto homicida y el revanchismo, al peor estilo de los tiempos primitivos. En algunas zonas de la periferia, de Colombia, en donde se encuentran ricos yacimientos de metales preciosos y oro de aluvión en los ríos, se han presentado hechos de violencia similares, por la incapacidad del Estado de imponer el orden. Son cincuenta años de violencia en donde la población ha sufrido iniquidades inenarrables, donde las bombas y los disparos siguen cobrando víctimas.