Hipótesis electorales | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Noviembre de 2013

*Patos, al agua

*Si no es Santos, Vargas Lleras

 

En  el rito democrático colombiano las elecciones son más que una disposición legal, algo así como un rito, una necesidad. Es tal la importancia que se le ha dado al voto que en la Constitución de Cundinamarca, de corte monárquico, puesto que de manera solemne se reconocía al Rey Fernando VII, se dedica un espacio especial para referirse al tema. Los legisladores improvisados se ocupan de la pureza del sufragio y se invoca la religión como compromiso para votar con prudencia y sabiduría. Esa inquietud es tan solo equivalente a la habilidad con la que a lo largo de la historia se ha practicado el fraude o se han amañado las elecciones. Las elecciones justifican desde entonces el reparto del poder, que no siempre se define dentro de los cánones de pulcritud electoral de otras naciones, así se trate en todas de un asunto matemático y contable. En esos tiempos la sociedad estaba dividida en estamentos más o menos definidos, por lo que se establecía por  los mismos  interesados que solamente podían votar los que tuviesen rentas o determinados ingresos. Los demás, entre los que se contaban los  esclavos, a los que ni siquiera se menciona, ni siquiera cuando se habla de derechos humanos, como  los que se desempeñaban en trabajos serviles, por debajo del nuevo  estatus ciudadano, que provenía de la Revolución Francesa, para evitarles de manera bondadosa que fuesen de improviso manipulados por los más pudientes, sencillamente se les eximia de la responsabilidad del sufragio, de elegir y ser elegidos.

El voto directo apenas se logra en 1858, cuando se efectúa en Colombia la primera elección presidencial directa, que, curiosamente, gana como conservador Mariano Ospina Rodríguez. Su gobierno sufre el ataque implacable del general Tomás Cipriano de Mosquera, que le ha jurado la guerra pues consideraba que le correspondía el turno como candidato conservador por haber financiado en parte de su bolsillo y ganado la guerra, contra el binomio que conformaban los generales Obando y Melo, en ocasión del golpe militar de 1854. Así que consideró una usurpación que Ospina se le adelantara en hacerse proclamar como candidato conservador, por lo que el hidalgo general de Popayán salió a fundar el Partido Nacional para enfrentar a Ospina y al  radical Manuel Murillo Toro. Mosquera, al establecerse la Confederación Granadina y gobernar Ospina, puesto que el conservatismo se contagia de locura, consigue ser elegido para gobernar el Estado del Cauca, que arma hasta los dientes y le declara la guerra al gobierno central, en plena contienda captura a Ospina y lo  expulsa del país.

El feroz antagonismo entre Mosquera y Ospina, apenas tiene parangón al rememorar la hostilidad visceral de los radicales y Rafael Núñez, de Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez. No faltan los historiadores acuciosos que sostienen que esa misma animadversión se repite entre el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe.

Es posible que la tensión entre ambos personajes sea de dimensiones similares y que alimente la división funesta de la Nación, lo que no significa que, necesariamente, tenga las consecuencias desastrosas que generaron las anteriores divisiones políticas. Quizá la hipótesis más probable sería la de un choque de voluntades en el caso de que la lista uribista obtenga tal respaldo popular que en una eventual reelección de Santos  pudiera conducir con algunas alianzas a una oposición radical en el Congreso, parecida a las que protagonizó Laureano Gómez, cuando se le consideraba el Catón de Colombia. En esta oportunidad el  algodón entre dos vidrios lo constituye no precisamente un elemento neutral, sino la posibilidad de que dividido el establecimiento se produzca un crecimiento de la izquierda, que rebase durante la campaña a uno de los dos y pase a la segunda vuelta. Lo que casi prospera  en las elecciones pasadas y que se conjuró por las dificultades y errores de comunicación de Antanas Mockus, que asustaron a sus propios electores.

Los que analizan el proceso de las elecciones parlamentarias anotan que, en esta oportunidad los senadores, junto con sus representantes a la Cámara, diputados y concejales, no dependen de los candidatos presidenciales como antaño, sino de sus fondos y de cuantos los financian. Se pueden dar el lujo de no tener candidato, pues son elegidos antes, con excepción del Centro Democrático. Y no van a gastar recursos propios para financiar la candidatura presidencial, más cuando  terminan empeñados  y sus alforjas estarán exhaustas. Para las próximas elecciones presidenciales en una segunda vuelta podría pasar cualquier cosa, según como se desenvuelva el proceso de paz en La Habana. Lo que multiplica la incertidumbre electoral. En tales circunstancias, pensando en fortalecer la democracia, sería conveniente que el presidente Juan Manuel Santos se definiera cuanto antes y se lanzara al ruedo, en caso contrario que le dé la alternativa a Germán Vargas Lleras. Y en una segunda vuelta lo instintivo seria que las fuerzas de orden se unieran contra una eventual aventura de izquierda.