- Las interesantes opiniones de Rosenbloom
- El debate sobre las exenciones e incentivos
El cuándo, cómo y para qué de una posible reforma tributaria en Colombia que contribuya de forma significativa a disminuir el hueco fiscal que dejará el enorme esfuerzo presupuestal que adelanta el país para hacer frente al coletazo económico de la pandemia del Covid-19, se ha convertido en una de las discusiones más recurrentes de los últimos meses.
Aunque tanto el Presidente de la República como el Ministro de Hacienda han reiterado que lo importante ahora es frenar la curva de contagios y decesos así como reactivar la economía, salvar las empresas y recuperar la gran cantidad de empleos perdidos por el profundo efecto recesivo producido por la crisis viral, es claro que más temprano que tarde el Ejecutivo tendrá que abordar una hoja de ruta para equilibrar las finanzas públicas.
Como lo hemos advertido en estas páginas, hasta el momento gran parte de los recursos utilizados en el plan de contingencia sanitario así como en los programas de alivios sociales y apoyos a las empresas se ha soportado en el endeudamiento interno pero sobre todo el externo, especialmente con la banca multilateral. Pero ya el margen de acción en este frente es estrecho y es necesario empezar a pensar en nuevas fuentes de ingresos para la Nación, lo que necesariamente pasa por tres elementos básicos: austeridad profunda en el gasto público, venta de activos o una reforma tributaria de amplio espectro. Para lo primero y lo segundo no hay mayor posibilidad en medio de la coyuntura nacional, es claro. Y aplicar una reforma a la estructura de impuestos que aumente de forma sustancial la base de pagadores y los tipos impositivos no es nada fácil cuando el sector productivo afronta su más crítica descolgada en décadas. Es más, si bien el Gobierno habla de un plan de reactivación nacional por un valor de 100 billones de pesos, solo una cuarta parte de ese monto provendrá del presupuesto público, ya que el 75% debe jalonarse desde el sector privado.
Así las cosas, la necesidad de una reingeniería en los ingresos y gastos de la Nación se torna urgente, pero tiene que hacerse de forma objetiva, calculada y aterrizada en la realidad de un país que podría cerrar este año con un PIB negativo de entre seis y ocho puntos. Precisamente, en esa dirección es que esta semana el Ministerio de Hacienda, la DIAN y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) instalaron la Comisión de Expertos en Beneficios Tributarios. Dicha instancia se encargará de estudiar y analizar los tratamientos excepcionales vigentes en el sistema impositivo nacional y luego, en un plazo máximo de nueve meses, entregar las recomendaciones finales al Gobierno sobre la materia. Serán cinco los flancos prioritarios: impuesto de renta corporativo, impuesto de renta a personas naturales y dividendos, impuesto al valor agregado (IVA), comercio exterior, ingresos no constitutivos de renta e incentivos para el campo.
La Comisión está integrada por varios ministros y altos funcionarios colombianos así como por cinco expertos internacionales, uno de los cuales es David Rosenbloom, Director del Programa de Tributación Internacional de la Universidad de Nueva York. Se trata de un académico que ha asesorado este tipo de procesos en muchos países y, por lo tanto, sus criterios al respecto son muy claros. En entrevista publicada por este Diario el experto señaló, por ejemplo, que hay que saber sopesar los incentivos tributarios, bajo la tesis de que lo mejor para cualquier país termina siendo reducir las exenciones y usar ese ahorro para bajar los impuestos. “Por cada incentivo que se da, lo que básicamente se hace es subirle el impuesto a otro”, sentenció.
En su criterio, hay que apostar por un sistema simple de tasas impositivas bajas, más aún si se tienen en cuenta las tres características básicas de un buen aparato tributario. La primera de ellas es una alta eficiencia, en el entendido de que se interfiera lo menos posible con el comportamiento económico. En segundo lugar debe ser un sistema justo y equitativo. Y, en tercer término, se tiene que apostar por la simplicidad. Todo ello tiene un impacto positivo en el contribuyente y en las tasas de recaudo.
Otras de las opiniones llamativas de Rosenbloom se refieren no solo a que el éxito de toda reforma depende de la voluntad política de los gobiernos, sino a la urgencia de ver en el impacto de la pandemia una oportunidad, incluso, para repensar el sistema impositivo, sin descartar empezar de cero.
Lo importante es que las perspectivas de una reingeniería tributaria en Colombia se empiezan a proyectar, no al calor de la emergencia y la incertidumbre, sino con vocación de futuro y óptica estructural y moderna. Eso es clave, más aún si se tiene en cuenta que el impacto económico de la pandemia aún es incierto, como lo prueba el hecho de que la caída del PIB ha sido desde mayo, afortunadamente, menos a la pronosticada e incluso algunos indicadores macro y micro se recuperan con una velocidad muy positiva.