Gustavo Petro, en la presidencia | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Agosto de 2022

* Lo que va de oponerse a gobernar

* El deber de la unidad nacional

 

 

Podríamos decir, sin temor a error, que una cosa es el gobierno y otra la oposición. Y ese es, ciertamente, el principal reto que enfrentará el nuevo presidente, Gustavo Petro, quien hoy tomará posesión del cargo luego de conseguir algo más de once millones de votos.

En efecto, durante la trayectoria de su carrera política, luego de dejar las armas a comienzos de la última década del siglo pasado como miembro del M-19, se distinguió en el ejercicio de la oposición. De hecho, después de su prolongado paso por el Congreso, ganó la alcaldía de Bogotá. Incluso, para llegar al Palacio Liévano, primero denunció a quienes habían hecho parte de su propio partido, el Polo Democrático, hasta sacarlos del segundo cargo del país.

Mucho es pues lo que se le conoce al nuevo presidente como opositor, pero más bien poco como ejecutor, puesto que en la misma alcaldía fue destituido por la Procuraduría y luego reincorporado, después de haber sido amparado por los estrados internacionales. De modo que, más que por el desarrollo de los programas, su actividad como burgomaestre de la capital estuvo determinada por estas circunstancias.

Asimismo, desde que perdió la presidencia, en 2018, se dedicó a la oposición desde el mismo día de la posesión del presidente Iván Duque y prometió que haría todo lo posible por movilizar y agitar las calles, al mismo tiempo que aceptó la curul senatorial otorgada constitucionalmente a quien ocupe el segundo lugar en las elecciones presidenciales. También se distinguió, entonces, como un férreo opositor e incluso hizo parte activa de las protestas del 2021 que paralizaron al país durante dos meses.

Ahora toca, entonces, el turno de gobernar. Lo que, desde luego, tiene unas condiciones y características completamente diferentes. Todavía más, como se sabe, cuando en Colombia es difícil orientar efectivamente el aparato gubernamental hacia los propósitos nacionales. Y cuando muchas de las propuestas hechas durante la campaña exigen cambios legislativos de calado, los que tendrán que discutirse a profundidad en el Congreso, ya que en no pocos casos son enmiendas de gran envergadura.

De otra parte, el corazón de todo gobierno está inscrito en el Plan Nacional de Desarrollo. Aunque la Constitución da un tiempo tal vez demasiado amplio para organizarlo y aprobarlo, lo cierto es que un gobierno con las ambiciones de cambio como el que hoy arranca debería tenerlo articulado por anticipado.

En todo caso, ha dicho el nuevo primer mandatario que ese Plan será fruto de la convocatoria de un gran diálogo nacional, a partir de las conversaciones comunitarias que se adelanten en las regiones, lo cual quiere decir, de una parte, que una de las posiciones gubernamentales cruciales será la jefatura de planeación y, de otra, que esa carta de navegación tendrá un soporte esencialmente social, sin mayor intermediación política o parlamentaria.

Es posible que ese sea el estilo esencial de la administración Petro, con una interlocución popular directa, ajena a la mediación de los partidos políticos.

Por otro lado, ya se sabe que mañana será presentada la reforma tributaria, cuyo alcance ha sido motivo de hondas especulaciones en las últimas semanas. Como se conoce, muchos de los rubros no estarán vigentes sino hasta el año entrante y en ese sentido otro aspecto fundamental será la adecuación del presupuesto. Pero, asimismo, con la presentación de la reforma se sabrá si los mercados recobrarán cierta tranquilidad, en medio de la turbulencia mundial, o si por el contrario servirá para más estremecimientos.

En esa dirección, otro punto inmediato en materia económica y social estará dado por la escalada inflacionaria. Probablemente muchos estén esperando que con el solo cambio de gobierno se produzca un alivio al respecto. Y si bien es al Banco de la República al que corresponde el tema desde el punto de vista constitucional, la voz gubernamental será indispensable en las primeras de cambio en un asunto tan sensible a todo el pueblo colombiano.

De no menor importancia, desde luego, la apertura de las relaciones con Venezuela. Y en la misma medida lo que tiene que ver con la denominada “paz total”, tanto porque en el país vecino se refugian varios de los líderes de las guerrillas colombianas como porque no se sabe aún cuales sean los alcances de lo que el nuevo gobierno ha dado en llamar el “acogimiento” frente a la criminalidad organizada. Y, en medio de ello, la expectativa es también grande frente a la reforma paralela de la Fuerza Pública.

A partir de hoy, Gustavo Petro asume la presidencia. En ese sentido, deberá gobernar también para los diez millones y medio de colombianos que no votaron por él. Tendrá pues que dejar de ser el opositor tradicional para convertirse en el personero y símbolo de la unidad nacional, según reza la Constitución. En efecto, esa es la base esencial del juramento de hoy.