- Cruzada incansable contra la dictadura
- Altibajos del principal líder opositor
Las circunstancias en las que se desenvuelve Juan Guiadó, el presidente interino de Venezuela, según lo reconocen más de 60 naciones, no pueden ser más dramáticas y excepcionales: un país azotado por una dictadura delirante y anacrónica; una Asamblea Nacional violentada institucionalmente e incluso asaltada por turbas y elementos hostiles armados afectos al chavismo; una escalada de violación de los derechos humanos y de represión ilegal a las protestas populares que reclaman alimentos, medicinas, democracia y libertad; una oposición acosada política y judicialmente, a la que muchas veces le toca escoger entre la cárcel o el exilio… En fin, un “Estado fallido” que, sin embargo, Guaidó y compañía no se resignan a dejarlo en manos de la satrapía y el no futuro que representan Nicolás Maduro y su cuestionada cohorte de cómplices.
Pocos olvidan que el chavismo recibió una Venezuela con las mayores reservas petroleras mundiales y el barril de crudo rozando los 200 dólares, lo que hizo en su momento de ese gobierno de izquierda una suerte de ‘rey Midas’. Se esperaba, entonces, que la nación alcanzara las más altas tasas de desarrollo y calidad de vida. Sin embargo, en vez de impulsar el país al crecimiento industrial y comercial, el chavismo se dedicó a desestimular la plusvalía de los hidrocarburos, quebró el aparato productivo, lo mismo que cercó a los empresarios y el agro. Todo ello mientras financiaba el surgimiento del llamado “Socialismo del Siglo XXI” en la región, lo que le permitió torcer la voluntad popular en varios países, que viraron a la izquierda populista y anacrónica. Un modelo político, económico, social e institucional que, con el pasar de los años, se evidenció como inviable para Venezuela y casi todos los países bajo su influjo, que terminaron hundidos en la corrupción, el despilfarro, la creciente pobreza y la crisis permanente.
Hoy la vecina nación es, lamentablemente, el ejemplo más evidente de quiebra, empobrecimiento y frustración colectiva, pese a sus múltiples recursos naturales. Más de 5 millones de venezolanos han debido huir del país, cargando apenas su ropa, faltos de alimentos, sin dinero, enfermos y resignados a la incertidumbre de buscar forzosamente nuevos destinos. Aunque ha existido solidaridad latinoamericana para acoger a los desarraigados, el tamaño de la ola migratoria es ya imposible de manejar para países como Colombia.
A comienzos de este año, cuando los agentes del castrochavismo estaban por asaltar la sede de la Asamblea Nacional, en Caracas, el principal bastión opositor, su entonces presidente, Juan Guaidó, según lo que dispone la Constitución, fue señalado por la corporación como el nuevo Presidente interino de la República, en el entendido de que Maduro era un líder inhábil y un usurpador del poder democrático. Un año después, más de 60 naciones de todo el planeta lo reconocen como el mandatario legítimo venezolano, por más que la dictadura siga vigente.
Ha sido un año muy complicado para Guaidó, no solo por el riesgo permanente de su vida o la amenaza constante del régimen para encarcelarlo, sino porque la oposición no ha logrado cohesionarse para dar el paso final que saque al dictador del poder. No faltan los que lo acusan de debilidad política y de equivocarse en la estrategia para derrumbar el castrochavismo. En cierta forma no les falta razón a algunos críticos, en cuanto a que sí pudo cometer algunos errores de cálculo. Sin embargo, su liderazgo político y popular se mantiene. En el día a día ha demostrado que no hay que bajar la guardia y que la oposición tiene toda la legitimidad para buscar una salida política democrática en el país.
Paradójicamente, las encuestas en Venezuela muestran un desgaste similar de Guaidó y Maduro ante la opinión, con apenas una diferencia, por lo bajo, de punto y medio. Es claro que la oposición, aunque fuertemente apoyada por la comunidad internacional, no ha podido debilitar drásticamente el accionar interno de la dictadura. Al comienzo de este año, supuso que al traer alimentos y medicinas a la frontera y presionar al régimen para que autorizara su ingreso, provocaría una reacción popular incontenible o un alzamiento militar contra la satrapía. Pero ambos objetivos se frustraron en tanto se filtró la información. Hubo más errores en el campo externo. Por ejemplo, no le favoreció a Guaidó despedir al embajador en Colombia, Humberto Calderón Berti, precisamente cuando este ordenaba una investigación sobre malos manejos de la ayuda internacional en Cúcuta, que comprometería a unos diputados.
A pocas semanas de cumplirse el primer año en que Guaidó se erigió como el símbolo de la lucha contra la dictadura, es claro que sigue contando con un amplio apoyo internacional, aunque en el campo interno todavía no tiene mayor margen de acción. Aun así, continúa encabezando las posibilidades de restablecer la democracia en Venezuela, una cruzada vital en la que no da tregua. Con errores y aciertos es, de lejos, el símbolo de la libertad en ese país y apuesta a que en 2020, por fin, se den las circunstancias que saquen al chavismo del poder y sus cabezas respondan ante la justicia por todos sus delitos. Solo así Venezuela volverá a renacer.