Grecia, cuna de la democracia occidental, ha decidido dar un salto electoral al vacío, no es la primera vez. Los socialistas, consiguieron imponerse en el pasado mediante procedimientos demagógicos y falsas promesas. Engañaron a las autoridades de la Unión Europea, maquillaron por largo tiempo las estadísticas de la economía, consiguieron cuantiosos préstamos y se gastaron el dinero a manos llenas. El país se burocratizó, proliferaron las jubilaciones prematuras, se politizó la justicia y prevaleció la impunidad en cuanto a los delitos de cuello blanco. La burocracia se acostumbró a desfalcar a la Unión Europea,
No todos los políticos fueron cómplices de tamaña falsificación y delirante manera de despilfarrar los dineros oficiales. En el 2009 se descubrió lo que era un secreto a voces, el Gobierno socialista había desfalcado miles de millones, estaba insolvente, dado que hacía rato vivía de prestado. La manipulación estadística no pudo seguir alterando los saldos rojos de las finanzas estatales que durante años habían asaltado la buena fe de la banca europea. Como la deuda pública resultaba impagable, pese a las declaraciones destempladas de los alemanes y el malestar del resto de países miembros de la UE, la señora Merkel terminó por aprobar nuevos préstamos a cambio de un duro plan de ajuste.
Los diversos planes de austeridad que se han ensayado en Grecia para sanear la economía han resultado impopulares y no han sido muy efectivos. Las nuevas generaciones no están por hacer sacrificios, ni por pagar los platos rotos y los fondos que despilfarraron sus antecesores. El descrédito de la política es mayúsculo, aun de la alta política, que trazaba Aristóteles. Alexis Tsipras, jefe de la izquierda populista, joven y fogoso orador, que fundamenta su prédica en la demagogia barata y la promesa de una vida muelle a cambo de feriar los dineros públicos y quitarles a los más ricos, gana las elecciones. Es el triunfo de la demagogia, de la incitación al asalto del poder para saquearlo, de la imitación burda de los postulados del populismo que encarnó en nuestra región el comandante Hugo Chávez, pero sin petróleo. Grecia ha dado un disparatado salto al vacío…
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Como tercera premisa el análisis del proyecto del PND, como lo ha indicado el Departamento de Planeación Nacional, tiene que enrutarse en la definición y aprobación de metas ambiciosas, eso sí, pero realistas y objetivas. Reducir la pobreza de 5,2 millones de personas, un crecimiento de la economía de 5,3% promedio anual, tasa de inversión del 30,5% del PIB, creación de 2,5 millones de empleos, aumentar la cobertura de estrategias como De Cero a Siempre o Vive Digital II,la revolución educativa y la mega-inversión en infraestructura… Esas y muchas otras metas pueden cumplirse con base en un ejercicio gubernativo ponderado, sin bandazos en sus políticas sectoriales y, sobre todo, con suficiente margen de acción para amortiguar crisis coyunturales o estructurales de impacto en las finanzas, como es el caso de la descolgada en los últimos meses del precio del petróleo. Implementar con éxito las directrices base, relacionadas con el cierre de brechas, estrategias con metas específicas para las seis regiones del país y un plan de inversiones basado en resultados, exige, de entrada, que el Estado piense con vocación de futuro, dejando de lado polarizaciones de menor calibre o posturas basadas en el solo prurito de gobiernismo u oposición. Se requiere el concurso de todos los partidos y todos los sectores nacionales para llevar a la práctica las cinco estrategias transversales del PND, referidas a infraestructura y competitividad estratégica, movilidad social, transformación del campo, seguridad y justicia para la paz, buen gobierno, y crecimiento verde como una estrategia envolvente -esta última sin duda una de las directrices más importantes-. Todo ello con inversiones cercanas a los 800 billones de pesos en el cuatrienio, mezclando recursos de origen público y privado.
La carta de navegación de aquí al 2018 está, pues, bajo la lupa y el Congreso tiene la palabra. Se espera que esté a la altura de la responsabilidad.