El ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varufakis, con la cabeza rapada y vestido de manera informal y sin corbata, suele entrar pisando duro a los despachos de los gerentes de los bancos europeos a los que se dirige con un estudiado lenguaje de grueso calibre, como si ellos fuesen los que tienen cuantiosas deudas con Grecia, para, después, salir con las manos vacías. Si Varufakis, recordase a Tucidides, no seguiría con el discurso desafiante contra los poderosos, puesto que lo que al principio se interpretó como un gesto para buscar recuperar la dignidad nacional empeñada, se viene convirtiendo en pesadilla, en cuanto los dueños del dinero instintivamente vienen conformando una poderosa coalición no contra él, quien como ministro es un fusible, sino contra Grecia.
Las encuestas griegas muestran cómo el prestigio del gobierno de Alexis Tsipras se derrumba día a día. Algo que es raro que ocurra cuando aún no lleva ni 100 días en el poder. Pareciera que las promesas de campaña en torno del populismo de un gobierno con fondos en rojo no se cumplen. Un alto porcentaje de la población estima que la intemperancia y errores de su ministro de finanzas los conduce al abismo y que ahora están peor que hace tres meses, cuando la demagogia de inspiración chavista ganó las elecciones, al tiempo que casi un 80% está a favor de seguir con el euro. La posibilidad de intentar una salida desesperada de la UE, con la que el Gobierno amenaza de cuando en cuando, les parece suicida.
Pese a la caída de su imagen entre el grueso de la población, la división del centro y de la derecha, permite que el Gobierno parlamentario con un 38% de la opinión se mantenga en el poder y, acaso, pueda continuar de ir a unas elecciones. Los que aún siguen a Tsipras, confiesan que son solidarios con su esfuerzo por no arrodillarse ante la banca y las potencias, lo que rescata el orgullo nacional malherido. Al agravarse la crisis se sospecha que gran parte de esos admiradores abandonarán el barco que se va a pique.