Golpes bajos | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Julio de 2012

* Caso Santoyo y militares con coca en Antioquia

** Aumentar vigilancia interna en la Fuerza Pública

 

Que  el poder del narcotráfico y todos sus fenómenos delincuenciales derivados son de tal magnitud que han logrado cooptar muchos sectores de la sociedad colombiana, no es ninguna novedad. En las últimas tres décadas el país ha sido testigo de esa infiltración así como de los interminables escándalos que han sacudido a la opinión pública cada vez que se ponen al descubierto casos por nexos entre narcos y sectores políticos, económicos, sociales e institucionales. Sin embargo, no por el hecho de haberse sucedido con tal frecuencia e incluso en niveles tan altos de la sociedad y el Estado significa que la capacidad de asombro y preocupación de los colombianos se haya agotado. Todo lo contrario, después de tantos años de valiente y sacrificada lucha contra los carteles y los grupos ilegales que se financian con el ilícito negocio de las drogas, durante la cual se han producido logros contundentes pero también duras y dolorosas derrotas, produce un impacto mayor evidenciar que las mafias, que se supone disminuidas y con menos poder delincuencial, aún logran penetrar instancias que, por su misma misión funcional, deberían estar más blindadas contra este tipo de infiltración.

Es precisamente por ello que es de suma gravedad lo que ha ocurrido en los últimos 15 días en relación con casos de narcotráfico que involucran a ex miembros o uniformados activos de la Fuerza Pública.

De un lado está el caso del general (r.) Mauricio Santoyo, a quien la justicia de Estados Unidos le abrió un proceso por narcotráfico. Se trata de un asunto muy delicado que golpea fuerte y gravemente la imagen de la institución policial colombiana, no sólo porque es la primera vez que un general de la República (así esté ya retirado) tiene que comparecer ante un tribunal norteamericano sindicado de tráfico de drogas, sino porque el oficial en cuestión fue jefe de seguridad por varios años del entonces presidente Álvaro Uribe. Lo más grave es que el expediente en su contra lo acusa de tener nexos con traficantes incluso cuando se desempeñaba como custodio del Jefe de Estado.

Es claro que la combinación de esas tres circunstancias constituye un lunar muy grande en el historial de una Policía que fue cabeza de lanza de la desarticulación de los carteles de narcotráfico más temidos del planeta y que es reconocida a escala global como una de las más eficaces, valientes y profesionales en la lucha antidrogas. Prueba de ello los múltiples homenajes locales e internacionales que se le rindieron semanas atrás al general Óscar Naranjo, quien llegó a ser considerado como “el mejor policía del mundo”.

Y precisamente cuando todo el foco mediático nacional e internacional estaba puesto en la forma en que Santoyo terminó entregándose a la justicia estadounidense para defenderse de las sindicaciones en su contra, un nuevo caso de corrupción funcional fue puesto al descubierto. En un retén en zona periférica de Mutatá (Antioquia) cinco militares, con un mayor a la cabeza, fueron detenidos con más de 600 kilos de cocaína. La noticia, obviamente, tuvo un eco nacional e internacional significativo, pues es ingenuo desconocer que muchas veces la opinión se deja impactar más por lo negativo que por lo positivo.

No podían ser más desafortunados estos dos casos para una Fuerza Pública como la colombiana que en los últimos dos años había logrado estándares de eficacia y transparencia operativa que poco a poco iban haciendo olvidar el lastre del escándalo de los “falsos positivos” que tanto daño le hizo a la imagen de nuestras instituciones.

Es obvio que dos casos aislados como los mencionados (aunque en el de Santoyo sólo será culpable cuando sea vencido en juicio en un tribunal de Virginia) no deberían manchar la tarea honrada y eficaz que cumplen la gran mayoría de uniformados. No obstante es inevitable ese coletazo y habrá, entonces, que demostrar aún más resultados en la lucha contra los factores delincuenciales así como aumentar los mecanismos de control y vigilancia interna para evitar que las manzanas podridas dañen una cosecha de triunfos que, en no pocas ocasiones, han demandado el sacrificio de valientes vidas de policías y militares.