Como lo reseñamos en el editorial de El Nuevo Siglo del pasado martes, sobre el creciente descontento popular en Egipto y el pronunciamiento militar, transcurridas las 48 horas se cumplió el ultimátum del Ejercito a los políticos para que intentasen la concertación en busca de salida a la crisis. Ultimátum que el gobernante egipcio, Mohamed Morsi, entendió como una posibilidad más de ensayar desesperadas maniobras y de repetir las amenazas retóricas contra la muchedumbre que protestaba en su contra en las calles y plazas. Palabras vanas que carecían de la magia ocasional del pasado reciente, de hace apenas casi un año, cuando ganó por amplia mayoría las elecciones y un pueblo esperanzado lo aplaudía. El político no captó que su discurso ya no conmovía a nadie. El mal gobierno le hizo perder la credibilidad de millones de los seguidores que votaron por él o por otros candidatos, pero que esperaban más resultados del Gobierno.
En el 2011 se produjo la estrepitosa caída de Hosni Mubarak, por la presión de más de 17 millones de personas que se tomaron el corazón de las ciudades para exigir un cambio, que cada quien interpretaba a su acomodo. El, Ejército que había respaldado a su antiguo general durante esas tres décadas, debió abandonarlo cuando se hizo pública su fortuna y la forma cómo se apropiaba del dinero de la Nación, junto con su inescrupulosa esposa y el resto de la familia y áulicos. La magia que le permitió gobernar 30 años se desplomó cuando el pueblo salió con furia incontenible a las calles. Se le depuso y obligó a devolver parte de los fondos mal habidos, en el juicio que le siguen se hace presente en una camilla y sus abogados se esfuerzan por salvarle el pellejo
La población insatisfecha estaba harta con Morsi al ver cómo se desaprovechaba la oportunidad de producir hechos positivos en lo económico y social. Al tanto de cómo se malgastaban los recursos y se confundía el arte de gobernar con la palabrería, la acción y ejecutorias con comunicados oficiales grises, abultando cifras positivas que contrastaban con la mala situación y el descontento generalizado. El Gobierno parecía no darse cuenta de que cada día, cada hora perdida que pasaba se le diluía el poder en las manos y que los desafíos y las medidas de fuerza que le recomendaba su influyente esposa y el círculo íntimo de dirigentes confundidos con los aduladores, pese al apoyo de los Hermanos Musulmanes y su artillería, lo empujaban al precipicio. Entre tanto el Ejército seguía sus pasos, no permitiría una alianza oficial con elementos armados y terroristas, dispuestos a ir a una guerra civil como en otros países de la región. Y, claro, Morsi no es el único responsable, en cierta forma se ha convertido en el juguete de los acontecimientos y la anarquía que siguió a la caída de su antecesor, incapaz de poner orden por seguir los dictados de sus agentes más radicales, los jefes de los Hermanos Musulmanes, que en estos momentos son perseguidos por los sabuesos de la Fiscalía, se ignora cuál es su capacidad de movilización popular y militar. Entre tanto, un impotente Morsi hace llamados a la resistencia.
El jefe de las Fuerzas Armadas de Egipto, Abdel Fatah al Sisi, admirador del coronel Nasser, es el hombre fuerte del momento, como comandante en jefe de las tropas. Se formó en la academia militar de su país, hizo cursos avanzados en academias del Reino Unido y los Estados Unidos, es de los soldados de estirpe nacionalista que pretende mantener a Egipto por fuera de la crisis regional y se dice que es contrario a que se repitan los choques con Israel. En realidad las tropas que apuestan a la democracia, que fueron definitivas en la caída de Mubarak y en el proceso electoral que llevó a Morsi a la Jefatura del Estado, han sido superadas por los acontecimientos y se esfuerzan por encontrar un dique que detenga la anarquía.
Los egipcios han visto que la democracia por sí misma en tan poco tiempo no puede resolver los anhelos contradictorios de todos. El golpe de Estado se consumó por televisión cuando el general Abdel Fatah al Sisi apareció en la TV pública a las 9 p.m. Para anunciar que Mohamed Morsi, en el colmo de la ironía, era sustituido de inmediato por el presidente de la Corte Constitucional, Adli Mansur, hasta que se convoquen nuevas elecciones presidenciales. En las calles se produjeron choques aislados entre pequeños grupos de partidarios del Presidente depuesto y las rugientes turbas que celebraban la caída del Gobierno. Para saber lo que viene habrá que recurrir a la bola de cristal, si bien el Ejército sigue siendo el baluarte de un orden precario, en tanto se consiga una salida política “razonable”, que suele ser una rareza cuando aforan las pasiones y las comunidades se desbordan, en tiempos en los cuales en la vecindad se disputan a tiros el poder y las potencias intentar sacar baza.