A pesar de que estamos en un proceso de internacionalización del país, de continua firma de acuerdos de comercio, de avances en política externa, en esa materia seguimos teniendo una visión parroquial, que desconoce las razones de la alta política y se ciñe a rajatabla a los incisos. En cierta forma, por el apego exagerado a los postulados del Pacto de Bogotá, quizá, por el nombre y por cuanto se trata de un acuerdo para resolver pacíficamente los conflictos entre los países signatarios, preferimos hundirnos aferrados a sus incisos, sin percatarnos de que por esa empecinada y miope actitud dejábamos abierto un punto débil para que terceros de mala fe que estaban ligados a ese mismo pacto lo violaran. Colombia no reaccionó cuando Nicaragua desconoció el Tratado Esguerra-Bárcenas, violando el acuerdo vinculante, ni cuando manifestó su intención de apoderarse de zonas históricamente nuestras, ni cuando violó ostensiblemente el Pacto de Bogotá en varios de sus acápites. Ni siquiera al tenor de lo dispuesto en el Articulo II: “Las Altas Partes Contratantes reconocen la obligación de resolver las controversias internacionales por los procedimientos pacíficos regionales antes de llevarlas al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”. Instancias regionales que Nicaragua violó reiteradamente. Razón de más para retirarnos del Pacto de Bogotá, lo que no se hizo. La verdad es que fuimos a la Corte Internacional de La Haya, como corderos al matadero. A sabiendas de que no teníamos nada que ganar allí, sin argumentar a tiempo el retiro de esa instancia internacional, ni denunciar las violaciones al Pacto de Bogotá que con desfachatez realizó Nicaragua.
La Corte Internacional de Justicia de La Haya desconoció de manera olímpica el sistema interamericano vigente, las instituciones regionales que nos rigen y los mismos principios de la ONU y la OEA. El menosprecio por los isleños o raizales colombianos del Archipiélago de San Andrés y Providencia. Los colombianos no nos percatamos o no reaccionamos como otros países con mayor experiencia en manejo de los conflictos internacionales, como es el caso del Reino Unido que, al enfrentar demandas de terceros países en esa misma Corte, no cae en la trampa de aceptar su jurisdicción. Con mayor razón Colombia nunca ha debido aceptar que se violara el Pacto de Bogotá, para acudir a La Haya, a sabiendas de que el Tratado Esguerra-Bárcenas era anterior a la existencia misma de la Corte de La Haya. Para que prosperara el audaz plan de Nicaragua era necesario que Colombia cayera en la trampa de no protestar cuando se violó el Pacto de Bogotá y en un ejemplo de mansedumbre aciaga acudiera a presentarse. En Nicaragua la cúpula oficial celebró ese día el garrafal error diplomático colombiano. Y todo por apegarnos sin reflexionar a los incisos, convencidos de que el litigio lo ganaban nuestros juristas de salón. Y es fundamental que Colombia no se resigne ni se presente en el concierto internacional como un país paria e imbécil, puesto que no lo somos. Si bien, por el apego a la palabra empeñada pisamos la cáscara de los nicas en La Haya.
La Corte Internacional de La Haya cometió un flagrante atropello contra la población colombiana en las islas, desconoció los derechos de los nativos, la importancia para ellos y la sociedad del medio ambiente, cuando como minoría de apenas unos 100.000 habitantes, han vivido bajo la constante presión de 5 millones de nicas, aupados por el expansionismo abusivo y de corte revolucionario de Ortega. La pesca de la que se han alimentado por milenios está en peligro, la construcción de un canal Interoceánico en la región pone en peligro la naturaleza y todas las formas de vida. Pero, sobre todas las cosas, está violando el derecho de Colombia, puesto que no hemos reconocido el fallo injusto de La Haya, dado que como dicen los expertos como Jaime Pinzón López y tratadistas del exterior, es inejecutable. Y no lo es por cuanto no se pueden utilizar las aguas de Colombia para ese fin. La aparición de un país amigo como China en el entuerto del canal ha puesto en evidencia que en La Haya la juez china del caso, que no es una jurista, ha debido apartarse del mismo, puesto que por simples razones emotivas podría tener intereses vitandos o por diversas razones que otros aducen. He ahí otro vicio y escándalo protuberante que le sale al fallo. Así no falten los juristas colombianos que sostengan la tesis de que debemos callar y ser sumisos, como lo fuimos en todo momento con Nicaragua. Esa actitud se produce por la confusión que existe entre buenas maneras y diplomacia. La diplomacia es un saber, las buenas maneras una condición social. Pero, entre nosotros, se confunden las buenas maneras con la diplomacia y por eso hemos tenido diplomáticos que se desempeñan muy bien en reuniones sociales, pero que no son capaces de defender con ardor nuestros intereses. La diplomacia, por más justa que sea la causa que se defiende, requiere de talento y carácter.
La reacción de Colombia frente a tan ominosos episodios de política internacional, sin dejar de desconocer la buena fe de cuantos se dejaron embaucar, lo cierto es que no hemos aprendido la lección, seguimos siendo tristemente pasivos y en algunos casos irresponsables. Semejante actitud es fruto del desconocimiento generalizado de la geopolítica y del proceder de los aventureros de la revolución. El comandante Chávez, interesado como el que más en vender crudo a China, país con el cual contrajo una deuda de más de US$ 245.000 millones, hizo los arreglos diplomáticos entre Nicaragua y China, para que se llegara al acuerdo de construir ese canal. Una formidable y audaz jugada de ajedrez, que consigue que la potencia asiática entre a jugar duro en la geopolítica regional. Y Colombia aún no se percata del juego de las potencias y sigue a la espera de lo que digan en Londres.