EL general Charles De Gaulle sostenía que los conflictos se extienden entre las naciones en la medida que los grandes pretenden aumentar su poder, los medianos crecer y los pequeños subsistir. Esas tensiones entre las naciones que tienen desigual tamaño, riqueza, número de habitantes y necesidades, determinan que en un mundo que no está habitado precisamente por ángeles, se presenten desencuentros que pueden derivar en situaciones de guerra. Por esa razón, los Estados destinan una parte de su presupuesto a la defensa nacional. Por lo mismo que mantienen ejércitos capaces de defender sus intereses. Así sea en muchos casos con carácter puramente disuasivo y pacifista. Dejadme ser fuerte para no tener que ser violento, le decía al Parlamento un estadista europeo. Es archiconocido que los pueblos débiles, lo mismo que los individuos sin carácter suelen ser agredidos por otros con mayor frecuencia. En la Biblia se indica que los que se disfrazan por mucho tiempo de palomas corren el peligro de ser devorados por los buitres. Una cosa es ser un país respetuoso del Derecho Internacional, muy distinto es allanarse a un fallo del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, que resultó inicuo e injusto para Colombia.
El primer deber que tiene el Estado moderno es el de defender los intereses que le son propios, no solamente de las grandes potencias que intentan imponer su voluntad, sino de los pequeños países bajo el dominio de gobiernos seudorrevolucionarios, que pretenden expandirse y crecer a costa de los vecinos, sea por la fuerza o por medio de argucias jurídicas. En el caso concreto de Nicaragua es de anotar que Colombia cometió una serie de errores, desde el momento que desestimó y minimizó, los intentos expansionistas del vecino y desconoció el Tratado Esguerra-Bárcenas, que fijaba las fronteras de las dos naciones mucho antes de la existencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, con el empeño de pisotear contratos internacionales entre los Estados, que son esenciales para mantener el respeto mutuo de la soberanía y la convivencia pacífica entre los pueblos.
Como es público y lo hemos repetido numerosas veces, Colombia le entregó las costas en el Atlántico a Nicaragua en el siglo XX, lo mismo que con desprendimiento y romanticismo delirantes le regaló las costas nuestras a Costa Rica en el siglo XIX. Las gentes desprevenidas se preguntan la razón de semejantes episodios nefastos para la soberanía nacional. Así como indagan sobre las desgracias que nos han sobrevenido por cuenta del fallo arbitrario y lesivo de la Corte Internacional. La respuesta es sencilla por cuanto Colombia es un país sin una concepción geopolítica que una a la Nación en la defensa de su soberanía, propósitos e intereses.
Por falta de visón geopolítica Colombia no se percató de que el gobierno de Ronald Reagan, uno de los más combativos en el enfrentamiento norte-sur durante la guerra fría, cometió unos gravísimos errores desde el momento que reconoció al gobierno revolucionario de los Ortega, a cambio del supuesto dudoso de que no tratarían de exportar la revolución. Es verdad, que no intentaron sublevar a sus vecinos, mas en el caso de Colombia, facilitaron el contrabando de armas para favorecer la subversión y propiciar la violencia y el incendio de nuestro país. En cuanto le interesaba prolongar el conflicto interno aquí, para mantener un país más grande dividido y sumido en el desencuentro homicida en gran parte de su territorio. Lo que facilitaba su esfuerzo expansionista por medio de demandas.
Es evidente que un país que carece de control efectivo sobre una gran porción de su territorio en la zona periférica, no está en condiciones de defender bien su soberanía. Como se demuestra con otras naciones del vecindario con las cuales perdimos en tratados leoninos extensos territorios. Y claro, al caer en la trampa de ir a La Haya, para enfrentar a un país expansionista, seguimos en la misma ingenuidad de siempre de creer que esos tribunales obran en exclusiva en derecho. Cuando, de ser así, no habrían aceptado la demanda de Nicaragua, por lo que entonces El Nuevo Siglo advirtió que no teníamos nada que ganar allí y sí mucho que perder.
Lo peor es que pareciera que no aprendimos nada de las injusticias de las que hemos sido víctimas en ese ente internacional, ahora se esboza la iniciativa de acudir allí a pedir aclaraciones, cuando se sabe que los jueces tienden a empotrarse en sus fallos y tienen la tendencia a estar bajo el influjo político, por lo que países como el Reino Unido, con una diplomacia inteligente y probada en mil conflictos, no aceptan acudir a La Haya, para resolver sus diferencias con terceros. Lo que le queda a Colombia es ratificarse en sus derechos históricos y no aceptar el despojo que buscan finiquitar. Si Colombia lo acepta, perderemos con el tiempo la soberanía en San Andrés y Providencia y gran parte de lo que es nuestro hasta Cartagena. Por razones geopolíticas le corresponde a Colombia reafirmar su soberanía frente a un fallo inaplicable y que compromete la seguridad y la existencia de los isleños nacionales, lo mismo que se perdería el control del mar en una de las zonas más ricas e importantes para combatir el contrabando. En tal sentido debemos prepararnos sin más dilaciones a estar en guardia, como lo viene haciendo desde siglos el Reino Unido en Gibraltar, sin los derechos históricos y de soberanía que tenemos nosotros.
Recordemos la guerra de Sierra Leona, donde las multinacionales financian a una de las partes por el comercio ilegal del coltán y otros minerales. Y no olvidemos que la subversión en Colombia desde hace años se le adelantó al Gobierno y al sector privado en la explotación clandestina de ese y otros ricos minerales que vende a las multinacionales.