*La paz es su victoria
*Hacia una cultura contemporánea
No es fácil, ciertamente, para un ministro de Defensa encarar el trámite de un proceso de paz que ponga término a más de 50 años de conflagración interna. La mentalidad de las Fuerzas Armadas es, por supuesto, de combate. En el lapso, dentro del cual se han educado y ejercido miles de oficiales, entre ellos generales que ocuparon la cartera durante el Estado de Sitio, se enraizó una cultura y organización que llevó a uno de los ejércitos más numerosos y pertrechados del continente. Fue la estructura que, producto de las circunstancias, se configuró paulatinamente y se dedicó para conjurar el reto de múltiples guerrillas que, desde la década de los sesenta, irrumpieron contra el sistema democrático y acrecentaron su fuerza, en los ochenta, con la liquidez que les otorgó el narcotráfico y el secuestro.
En efecto, todo tipo de escuelas conspirativas, con base en el odio de clases y la combinación de todas las formas de lucha, se hicieron presentes en Colombia. La izquierda radical, con sus divisiones habituales desde la línea maoísta, soviética, cubana o albanesa, pasando por trazados intermedios, tuvo como elemento principal y casi único las diferentes expresiones armadas. De ninguna se salvó el país. Una nación, por lo demás, de escasos recursos que en su momento tenía índices económicos y sociales similares a los de Haití y a la que por su aislamiento se llegó a calificar de Tíbet suramericano.
La Colombia de hoy, hace no muchos años asediada por todos los flancos delincuenciales posibles, tanto como que llegó a reputarse de Estado fallido y de tener una futuro inviable, no es ni sombra, en cuanto a los índices económicos y sociales, de lo que fue durante buena parte de ese prolongado lapso, cercano a un 30 por ciento de su historia republicana, y que hoy comienza a tocar su final. Desde luego, el país, si se revisa la historia, ha tenido una tendencia a la solución de los problemas por vía de las armas, como es fácilmente deducible de sus guerras civiles decimonónicas y del siglo XX, de modo que este último tramo puede eslabonarse con su devenir violento. Pero, a no dudarlo, tal vez haya sido éste el de mayor violencia, tanto por sus peculiaridades como por sus diversas facetas, reacciones y orígenes, que ha dejado secuelas dramáticas y ha tenido una característica específica, frente a manifestaciones anteriores, en su continuidad, reacomodo y permanencia.
Ante ello, nadie podría decir que las Fuerzas Armadas y los componentes de Policía no han salido triunfantes de semejante conspiración multifacética contra el orden y la autoridad, aun con el desgaste y erosión que ha supuesto una exposición de tantas décadas. El proceso de paz que se adelanta en la actualidad se debe, en primer lugar, a ello. En efecto, obligar a la paz ha sido su victoria. Combinado, sin duda, con el hecho de que el país dio un gigantesco salto económico, los índices sociales mejoraron considerablemente, renovó sus instituciones y las ciudades se consolidaron como alternativa de educación y empleo. Por esto, las guerrillas, antes que solución, como se pretendieron mostrar en su fundación, se convirtieron en problema y se quedaron atadas a la regresión y el anacronismo.
Los países, así no sea palpable en la cotidianidad, tienen su propia dinámica interna. La de la Colombia actual está orientada a recuperarse de la conflagración que, además de infinidad de víctimas, barbarie y daños a granel, drenó las fuerzas y la atención para componer los verdaderos problemas en los momentos precisos. De allí, la distracción del presupuesto a lo urgente más que a lo importante, los atrasos en infraestructura, en justicia, en educación, en la creación de una sociedad, no hostil, sino fundamentada en los valores democráticos. El tiempo perdido por la violencia, del que nadie pasa cuenta, exige que los elementos positivos, como las Fuerzas Armadas, se pongan a tono con los nuevos retos. Es un deber, por descontado, que ellas se mantengan en sus cláusulas constitucionales, todavía por demás el país deteriorado de violencias de toda laya, pero igualmente hay allí la necesidad de crear una cultura diferente, asociada con los demás requerimientos nacionales. Y en ello las Fuerzas Armadas pueden ser protagonistas sin par.