* Prioridad: neutralizar cuarto pico
* Rastreo urgente a no vacunados
La curva epidemiológica del covid-19 se encuentra en uno de los momentos de más baja mortalidad y morbilidad tras 19 meses de crisis sanitaria. Si bien el país arribó este fin de semana a cinco millones de casos confirmados de contagios, afortunadamente las muertes diarias siguen por debajo de un promedio de treinta. Si bien cada vida perdida es una tragedia, obviamente estamos muy lejos del pico crítico de junio-julio, cuando incluso superamos las setecientas víctimas fatales en un lapso de 24 horas.
Visto todo lo anterior, se entiende por qué todas las alertas están prendidas frente a lo que pueda pasar con la pandemia en el mes que arranca hoy. Desde hace varias semanas el Ministerio de Salud viene advirtiendo de la posibilidad de una cuarta ola de este coronavirus en noviembre e insistiendo en que la prioridad no es otra que contener una escalada de infecciones, limitar el número de personas que requiera hospitalización y, evidentemente, disminuir drásticamente los fallecimientos por esta enfermedad y sus complicaciones.
Es claro, desde el punto de vista epidemiológico, que los países que han registrado cuarto e incluso quinto picos tuvieron un comportamiento disímil. Aquellas naciones en donde los porcentajes de vacunación, al menos con primera dosis, estaban por encima del 55 o 60% de la población susceptible de inmunizar, registraron tasas de nuevos contagios entre medias y altas, pero las víctimas fatales redujeron ostensiblemente frente a los puntos críticos anteriores. Por otro lado, los países en dónde los promedios de aplicación de los biológicos estaban por debajo del 50, 40 o menos por ciento, la situación fue contraria. Es decir, un peligroso aumento de las infecciones, así como de los decesos.
Colombia, afortunadamente, está en la primera categoría. Este fin de semana se acercó a los cuarenta y siete millones de dosis aplicadas, así como a los veintidos millones de personas con los esquemas completos de vacunación.
Sin embargo, en modo alguno, las autoridades o la ciudadanía se pueden confiar. Todo lo contrario, para evitar que este posible cuarto pico, impulsado por la variante delta, desemboque en una tragedia similar a la de mediados de este año es imperativo no solo acelerar el ritmo de la vacunación, sino mantener al máximo la aplicación de los protocolos de bioseguridad más básicos y efectivos, como lo son el uso del tapabocas, el distanciamiento social, el lavado de manos permanente y el aislamiento preventivo en caso de presentar algún síntoma sospechoso de haber contraído el virus.
No hay que llamarse a engaños ni dejarse confundir. El hecho de que en muchas ciudades y municipios se estén flexibilizando las medidas de precaución, autorizando incluso los aforos del cien por ciento en los eventos públicos, no significa que la amenaza pandémica haya desaparecido. Por lo mismo, resultan incomprensibles las polémicas que se han dado en algunas ciudades, como Medellín, en torno a poner sobre la mesa la discusión de volver opcional el uso del tapabocas. Hay que atender las lecciones aprendidas de lo sucedido en otros países en donde también se flexibilizó el porte de las mascarillas, lo que de inmediato volvió a escalar los contagios y las muertes por el covid-19, obligando a reinstaurar está vital herramienta de precaución sanitaria.
En cuanto al esquema de vacunación, hay tres elementos primordiales. El primero se refiere a que el país cuenta con suficientes biológicos para poder acelerar la inmunización. En segundo término, además de viabilizar la dosis de refuerzo para mayores de 70 años, desde ayer se dio un paso primordial, al iniciar la administración de los biológicos a los menores entre 3 y 11 años, una instancia que muy pocas naciones latinoamericanas han podido avanzar. Y, en tercer lugar, es urgente acelerar la búsqueda activa de los 1,6 millones de personas que inexplicable e irresponsablemente no se han vacunado pese a que están priorizadas desde hace varios meses.
Así las cosas, los colombianos deben tomar conciencia de que noviembre y diciembre son meses clave para la que bien podría ser una batalla crucial contra la pandemia, no en cuanto a que el virus desaparezca sino que pase a ser endémico, es decir una influenza estacional más de las que ya existen y contra las cuales hay tratamiento.
No es momento, entonces, de relajar los protocolos de bioseguridad ni menos de confiarse en que el avance de la vacunación es suficiente para neutralizar el riesgo sanitario. Hay que subir la guardia para evitar una temporada de fin y cambio de año signada por la tragedia y no por la alegría propia de las festividades y del hecho de seguir saliendo adelante del más grave desafío de las últimas décadas.