* Contactos no son un proceso de paz
** No distraer la atención del caso Santoyo
Hoy, a ciencia cierta, no se tiene idea alguna de lo que ocurre con un eventual proceso de paz en Colombia. Por un lado, el presidente Juan Manuel Santos suele referirse reiteradamente al hecho de que tiene las llaves en el bolsillo, que sólo utilizará en el momento que considere oportuno, y de otro lado está por primera vez la información concisa, dada por el expresidente Álvaro Uribe, según la cual en Cuba se estaría negociando con las Farc, bajo el auxilio y amparo del presidente Hugo Chávez, y los contactos semioficiales adelantados por el hermano del Primer Mandatario colombiano y algunos funcionarios.
El tema no es común y corriente. Si los twitts del expresidente Uribe son ciertos, será un hecho que el presidente Santos viene adelantando negociaciones sin que el país lo sepa, y si no son ciertos el país podrá reconfirmar que no hay diálogos como los que muchos presuponen. Pero más allá de ello lo que se señala es una discusión de hondo calado político en que el país se ha debatido durante las últimas décadas: la paz dialogada o la paz por vía militar.
Es claro que el mismo presidente Santos se ha encargado, desde su discurso de posesión, en que promulgó un Nuevo Amanecer, en traer a colación las expectativas de paz con las guerrillas. Lo importante es que ello no se vuelva incertidumbre y sirva para politizar la agenda, ya de por sí referida a la reelección presidencial.
De hecho, ciertamente, la paz siempre tendrá un hondo contenido político. Es muy difícil que ella se deba a elementos técnicos o lecciones de otros procesos sin que pase por el tamiz de la politización. No sólo ocurre ello en Colombia, sino en cualquier otro país donde se haya hablado de paz o actualmente sea ella el epicentro de las circunstancias, con mayor o menor intensidad, como es el caso de Israel, Palestina y los países árabes.
¿Qué tan preparada está Colombia para un nuevo proceso de paz con las guerrillas? No se sabe. Las encuestas demuestran una desorientación de la opinión pública tanto en cuanto las mayorías suelen estar bien por un proceso de paz negociado, bien por una salida militar exclusiva, indistintamente. El hecho, no obstante, está en la dificultad de encontrar consensos en la materia. En su época, por ejemplo, el presidente Andrés Pastrana Arango abrió un proceso de paz con las Farc y el Eln sobre la base de que lo precedía un Mandato por la Paz Ciudadano de más de nueve millones de votos, lo mismo que la gran mayoría de candidatos presidenciales que participaron entonces de la justa electoral (1998) estaba por una salida negociada, sumando entre todos ellos más de diez millones de votos. El mismo Pastrana obtuvo arriba de seis millones de votos con su propuesta central de hacer un proceso de paz, por lo cual todo el mundo entendió que estaba comprometido a virar en esa dirección, luego de la imposibilidad del presidente Ernesto Samper para hacerlo a causa de los escándalos del denominado Proceso 8.000.
Las dificultades ahora son de otra índole. El presidente Santos obtuvo una votación de nueve millones de sufragios, en lo que muchos consideraron el continuismo del presidente Uribe. No obstante, el mismo expresidente lo ha considerado “traidor” precisamente por señalar la eventualidad de un proceso de paz con las Farc, lo que Uribe parecería no perdonar, mucho menos con Chávez de presunto intermediario.
No deja de ser raro. El mismo Uribe, en su momento, fue quien nombró a Chávez de mediador entre el Gobierno colombiano y las Farc. Al poco tiempo lo apartó del caso por el hecho de haber llamado directamente a un Comandante del Ejército colombiano. Sin embargo, de fondo, Uribe, al nombrar a Chávez, entendió que de alguna manera aquella era una llave para sentar a las Farc en un proceso. Posteriormente, y a causa de ello, vinieron las fricciones entre ambos gobiernos, hasta el punto de escalarse tremendamente con el ataque colombiano en la frontera ecuatoriana.
El punto, por lo pronto, está en si Santos dejará que la paz sea una expectativa o se vuelva una incertidumbre por cuenta del secreto excesivo. Desde luego él ha sido perentorio en sostener que le informará al país en el momento en que lo considere pertinente y plausible. Si es cierto lo que dice Uribe de las negociaciones en La Habana, no tendría Santos, por su parte, nada de qué hacerse perdonar. Aceptados los contactos no significa nada diferente a ello: a que hay contactos. En tanto, reventar los esfuerzos de paz no puede volverse distractor de casos tan verdaderamente dramáticos como el del general Santoyo, jefe de Seguridad del entonces presidente Uribe, que ha hecho quedar la imagen de Colombia por el suelo.