Cambio de ecuación en la guerra
Una sombrilla geopolítica clave
LA decisión del gobierno del presidente Barack Obama de designar un alto enviado especial para el proceso de paz en Colombia, tiene muchas y muy importantes implicaciones. Estados Unidos no sólo es el principal socio político, comercial y geopolítico de Colombia, sino que ha tenido un papel determinante en la evolución del conflicto armado interno en nuestro país. Es más, visto con perspectiva objetiva y realista, bien se podría decir que la guerrilla se encuentra hoy sentada en la mesa de negociación como directa consecuencia de un cambio drástico en la ecuación de la guerra en los últimos cinco gobiernos, tarea en la que Washington tuvo un rol protagónico.
No hay que olvidar que en la última década del siglo pasado, el país iba rumbo a ser un estado fallido, producto no sólo de la ruinosa cooptación del narcotráfico en las instituciones, incluso llegando a financiar una campaña presidencial, sino a que el poder militar y de desestabilización de la guerrilla y los paramilitares era tal, que muchas zonas del país se encontraban bajo su dominio a sangre y fuego, al tiempo que se contaban por centenares los integrantes de la Fuerza Pública secuestrados por la insurgencia. Vino entonces el gobierno Pastrana, que paralelo al proceso de paz, estableció las bases del Plan Colombia, que es sin duda la estrategia política, militar, judicial y económica más importante de la relación con la Casa Blanca, a partir de la cual se arrancó un sólido proceso de fortalecimiento y modernización de las Fuerzas Militares que cambió el rumbo de la confrontación interna en la primera década de esta centuria, reduciendo progresivamente la capacidad bélica de los grupos al margen de la ley, al punto no sólo que se pudo avanzar en la desactivación del paramilitarismo, sino que la sucesión de golpes tácticos y estratégicos a las guerrillas de las Farc y el Eln permitieron reducir en más de un 60 por ciento su pie de fuerza, empujar sus principales estructuras armadas selva adentro y recuperar para el Estado el predominio militar y el imperio de la ley en muchas zonas del país. En otras palabras, fue ese Plan Colombia el que cambió el rumbo del conflicto armado, disminuyó el poder militar, terrorista y desestabilizador de la subversión, al tiempo que golpeó drásticamente al narcotráfico, principal fuente de financiación de las Farc, el Eln y las autodefensas.
Si la insurgencia no hubiera sufrido tal retroceso por cuenta de la eficiencia de nuestras Fuerzas Militares y de Policía, con el apoyo decidido de Estados Unidos, seguramente hoy no estaría sentada en la Mesa de Negociación, sino que insistiría en tomarse el poder por la vía de las armas. Negar esa premisa, raya en la ingenuidad.
Por lo mismo, tanto el Gobierno como las Farc saben que si la Casa Blanca apoya el proceso de paz asumiendo un rol más activo y determinante, no sólo se tiene allí una sombrilla geopolítica muy importante en materia de viabilidad de los acuerdos finales y el consecuente apoyo de la comunidad internacional a los mecanismos políticos y jurídicos que finalmente se pacten para tratar de terminar la guerra, sino que, además, se podría facilitar el flujo de recursos externos para financiar los cuantiosos costos de la etapa del posconflicto.
Desuetos ya los discursos panfletarios sobre “imperialismo” y arcaicos por igual los escenarios bipolarizantes de la ‘guerra fría’, es claro que Estados Unidos puede y debe jugar un papel clave en una salida negociada al conflicto en Colombia. La reacción positiva de las Farc al anuncio del enviado especial para el proceso así lo evidencia. Temas como la no extradición de los cabecillas desmovilizados, el acuerdo para desmontar estructuras de narcotráfico y erradicar cultivos ilícitos, los nuevos énfasis de la ayuda internacional para recuperar zonas azotadas por la violencia y reparar a las víctimas… Esos y otros son asuntos en donde la postura de Washington puede ser un acelerador o una traba de la negociación. Es claro.
Como siempre pasa en Colombia, no faltan algunas voces que advierten sobre posibles interferencias del enviado especial estadounidense en el proceso. No hay lugar al alarmismo, ya que Bernie Aronson es un diplomático de alto perfil, al punto que fue Subsecretario de Estado para América Latina y tiene experiencia en la resolución de conflictos en El Salvador y Nicaragua.
Habrá que esperar cómo empieza a cumplir su trascendental labor y cuál su rol y estrategia de aproximación hacia la negociación en La Habana. Por lo pronto, el sólo hecho de su designación no se puede entender como nada distinto que un espaldarazo muy importante al proceso de paz en Colombia, sobre todo ahora que comienza la recta final y se abordan los temas más gruesos en materia de desarme y gabelas políticas y jurídicas a los desmovilizados.