Los Estados Unidos, por la extensión de su territorio y por su concepción geopolítica desde los tiempos del almirante Alfred Mahan, quien propone la tesis del Destino Manifiesto de su país, al que presiente está destinado a convertirse en potencia mundial, por lo que se debían concentrar los esfuerzos nacionales en conseguir ese gran objetivo. En consecuencia plantea una política de extensión. En lo interno no tenía amenaza cercana, puesto que el problema geopolítico es a la inversa, porque amplía su territorio con gran parte de México y moviliza su flota de guerra por el planeta, al mismo tiempo que fortalece su desarrollo industrial y abre mercados. En ese entonces, la seguridad en los Estados Unidos no peligraba por amenazas externas y sus hombres de Estado tuvieron la habilidad de comprar Alaska al zar de Rusia, donde hoy se encuentra un inmenso potencial petrolero. Napoleón vende los territorios que eran de España y que en jugada de tahúr, mientras ocupaba con sus tropas la península e imponía mediante la usurpación a su hermano en el trono de ese país, entrega Luisiana a EE.UU por US$15.000.000, que en términos económicos fue un negocio pésimo para el corso, pues se trata de un territorio más grande que México y riquísimo, bañando por el río Mississippi, alimentado por una cuenca de más de tres millones de km2. Y después de la secesión de Panamá, nos dan una bicoca por las reparaciones.
Y, a partir de ese momento, la ascensión de los Estados Unidos es imparable y sin enemigos externos que consigan poner en peligro la seguridad nacional. El poderío de los Estados Unidos se consagra al finalizar la Gran Guerra y con la bomba atómica se agiganta al culminar la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahí, por cuenta de la guerra fría, Estados Unidos elaboran la doctrina de la Seguridad Nacional, como una especie de continuación propia de las ideas de la Santa Alianza sobre intervención preventiva en otros Estados y de acoplamiento de la doctrina Monroe. Frente a la agresión del fantasma comunista de la revolución permanente los Estados Unidos, contestan con la defensa a ultranza de la seguridad nacional y el mundo libre, como se denominan sus aliados. Dicha doctrina evoluciona y se aplica por extensión, no solamente contra los movimientos revolucionarios, sino para sancionar o intervenir contra los países productores o que comercializan drogas. Y lo mejor es actuar de común acuerdo con terceros países afines a esa política. Lo que explica el Plan Colombia.
No puede existir política exterior de largo aliento sin servicios de inteligencia eficaces, que por lo general deben vigilar al “enemigo”, pero que de cuando en cuanto deben mirar al costado, puesto que Judas es peligroso por cuanto se sienta a la diestra del Señor. Y siempre la deslealtad está presente en la política. Lo que se puede hacer es lo que anuncia el presidente Barack Obama: más selectivo el control de los registros telefónicos, como la justificación de la vigilancia mediante registro judicial. Estima que no se debe espiar a los dirigentes internacionales aliados. En una frase define su política: "Las reformas que propongo ahora deberían darle al pueblo estadounidense una mayor confianza de que sus derechos están siendo protegidos, incluso cuando nuestras agencias judiciales y de inteligencia mantienen las herramientas que necesitan para que estemos seguros". En un mundo intercomunicado es imposible descartar los servicios de inteligencia, que, incluso, deben ser vigilados por otras agencias.
Lo trascendental de la decisión del presidente Obama es que busca recobrar la confianza de los países aliados, minada por cuenta de las filtraciones de Edward Snowden y que han puesto en peligro a los agentes de Estados Unidos, por lo que de todas maneras demandaba un cambio urgente y la creación de otros entes estatales que hagan lo mismo: ser lo ojos y oídos del poder, puesto que la seguridad es por encima de todo preventiva. Es el arte del secreto y la anticipación.