Son indudables los avances en materia de derechos de la mujer en los últimos años. Obvio que en la independencia femenina ha sido clave la educación. Hoy se equiparan o aun superan a los hombres las mujeres que se preparan en las aulas universitarias. Se recuerda hace décadas que eran muy pocas las que culminaban carreras. En esta época de globalización, los conocimientos son indispensables para ascender en la escala social, que empieza por empleos bien remunerados.
La emancipación femenina ha traído cambios en las familias. Más alto nivel de vida. En hogares donde tanto el hombre como la mujer trabajan, los ingresos se duplican, lo cual redunda en buena educación y nutrición de los hijos. De lógica incontrastable que si una familia dispone de los recursos necesarios para vivir bien habrá menos dificultades de convivencia. Generalmente no pocos de los desencuentros se originan en carencias. En la sociedad contemporánea el aporte de la mujer es significativo. No obstante que muchas de las profesionales desempeñan altos cargos tanto en el sector público como en el privado, esto no quiere decir que descuiden su labor hogareña. Luego de llegar de sus ocupaciones en la oficina, en el comercio, o lo que sea, les espera otra faena, como es atender quehaceres domésticos, organizar la comida, los niños que a propósito de ellos, inicia en la mañana cuando son alistados para ir al colegio. El trabajo femenino es doble. El hombre de hoy también es cooperante en la casa, ayuda, de manera que así se equilibran un poco las cargas.
Ha sido positiva esta transformación que ha traído a la mujer mayor autonomía para decidir su destino. Antes estaba sometida al dominio masculino. En estos tiempos se ha zafado de esa cadena que la mantuvo atada durante siglos y establecida por tradiciones que permanecieron mucho tiempo. Era tal el patronazgo ejercido, del que no se salvaban ni las que pertenecían a los clanes monárquicos: existía la ley Sálica que vetaba a las mujeres para llegar al trono; tampoco podían votar. Este derecho lo obtuvieron en algunos países hace tal vez un siglo. Muchas mujeres han llegado a la cúpula del poder, presidentas, primeras ministras, en la milicia, al más alto cargo en jerarquía como es el de general. En todas las actividades humanas multitud de mujeres sobresalen. Estos triunfos se dieron luego de años de lucha y esfuerzo de verdaderas heroínas que se sacrificaron para dejar a sus congéneres de las nuevas generaciones un mundo mejor, más justo y con plenos derechos para ellas.
Lo alcanzado sin duda es de características magnas. Sin embargo, ahora, en pleno tercer milenio, en que la tecnología y la civilización están en niveles no imaginados, tendrán que las mujeres, la sociedad, los gobiernos, emprender otra campaña: la de erradicación de la violencia contra las mujeres. En Colombia se está llegando a límites aterradores en asesinatos de féminas. Una de las secciones del país con la cifra más alta es el Departamento del Valle, con decenas de crímenes, en el lapso de solo un año. Y no sólo en el Valle, en Bogotá, en Antioquia, en muchos otros sitios de la geografía nacional es alarmante el número de agresiones y homicidios de mujeres. Una tendencia que aumenta. En esto la impunidad es factor estimulante. Es posible que muchas muertes sean por causa de celos, lo cual indica que la tradición patriarcal de dominio, de posesión persiste. Una cuestión cultural el hecho de que el esposo o compañero considere a la mujer como un bien de su propiedad y cuando hay separación pretenda agredirla, lanzarle ácido o matarla. Conductas comunes en muchas partes del mundo. No hay que olvidar tantas mujeres asesinadas y desaparecidas, por ejemplo, en ciertos Estados mexicanos. La de ahora debe ser una cruzada sin pausa para que desaparezca la violencia contra la mujer. Esta semana de reflexión puede ser útil para meditar sobre tema tan complicado.