* El fondo de la discusión
* La tara de las simplificaciones
Ahora todavía hay gente que se pregunta sobre si existe el centro político. O que, de otra parte, considera esa posición como una combinación de algunas posturas de izquierda y derecha. Lo cual es de plano un anacronismo, puesto que esas alusiones no son más que una manera de traer a cuento, siglos después, las derivaciones de la Revolución Francesa y la distribución de bancadas en la Asamblea de entonces.
Es cierto, bajo esa perspectiva cómoda, que siempre se ha tratado de comprimir las ideas a través de sectores encontrados para poder asimilar la política de un modo aparentemente práctico y asequible. Basta decir, en esa dirección, que usted es de derecha o de izquierda y problema resuelto. Pero las cosas no son tan sencillas, ni aun por más simplificación que se pretenda. Simplificación, a su vez, que es la tara intelectual de los tiempos actuales, cuando preponderan los trinos y la trivialización correspondiente.
El error consiste, desde luego, en pensar que el centro es sinónimo de moderación y anemia ideológicas. Por el contrario, el centro es por definición y ante todo una postura contra la violencia. De manera que esta forma de pensar y situarse ante la vida exige altas dosis de vigor intelectual. Consiste, en efecto, en hacer prevalecer la dialéctica pacífica de las ideas sobre la fuerza estéril de la agresividad. Y por tanto el centro desdice de las propuestas derivadas de ideólogos crípticos y practicantes de la violencia, como formulación política, puesto que esa conducta hostil no es más que la impotencia demostrada de sus convicciones frágiles.
En este caso, si se tratara de la Revolución Francesa, un centrista se afiliaría de lejos con Burke y Chateaubriand. Y para nada acordaría en la filosofía de frases posteriores, tan estridentes y famosas, como esa de que la violencia es la partera de la historia. Si fuera así ¿A cuál historia condujo el sangriento parto y desarrollo del fascismo y nazismo? ¿De que sirvió un experimento tan escabroso e inútil como el comunismo? Al fin y al cabo, son sus derrotas las que dan brillo a la narrativa reciente. Porque faltaría más que la historia fuera, como algunos quisieran, el recuento espinoso de la violencia.
Al contrario, es la historia, en estricto sentido, la trayectoria del desarrollo humano y el progreso económico y social; el camino difícil de crear instituciones para avanzar con estabilidad; el sentido de la estética como aliciente inspirativo; la confianza en la respuesta de la ciencia en los momentos más difíciles; en suma, el acumulado de la cultura y la civilización. Mejor dicho, el sustrato efectivo de la humanidad sobre el cual erguirse y mantener la esperanza hacia el futuro.
Por supuesto, la izquierda no quiere que esto sea así. Su nueva concepción de la historia, emergida en los últimos tiempos de Lyotard y Vatimmo, destruye el tiempo lineal con el fin de oponerse a lo que llaman el mito del progreso, derruir los aportes de la Ilustración y la revolución industrial, y romper el meta-relato conocido. Al igual, por ejemplo, que desde la izquierda lo hizo Chávez con Bolívar o desde la derecha lo quieren hacer con Napoleón, en Francia. Porque, insiste Vatimmo al unísono de Nietzsche, no hay hechos sino interpretaciones. Pero son las “interpretaciones” dominantes las que hay que demoler y aprovechar cualquier resquicio.
De hecho, Lyotard sugiere que no hay que descartar la violencia, porque se trata de eliminar paradigmas de toda índole, cambiar a como dé lugar las memorias vigentes, promover la deriva histórica y exaltar, por decirlo así, el no rumbo. Incluso, Lyotard ni siquiera da campo a la protesta social de Habermas como sendero hacia el método de los acuerdos, que desestima en todos los casos.
Frente a ese sindicato, que tiene aristas de otra especie como la de Piketty, tal vez solo Pinker ha levantado su voz para señalar los innegables avances de la humanidad, en los diversos campos, en especial en las décadas recientes y critica cómo el éxito universal no es visible a raíz de la carencia de perspectiva y rigor, producto de la información convulsiva y disforme de la actualidad.
En Colombia, es aún más obvio que el eje del centro político se dé en torno a un descarte impostergable de la mentalidad violenta que tanto daño ha hecho en tantas décadas. Pero, todavía más allá, el centro no es un simple intermedio entre derecha e izquierda, como algunos lo presentan. Es, por descontado, una gran coalición de largo aliento que tenga la habilidad de unir a la mayoría de los ciudadanos en torno a propósitos nacionales y que dé respuesta mancomunada a los problemas apremiantes ¡Nada más, pero nada menos!