* El Ejecutivo se sale de la conspiración
** Aquel simio, el orangután "Prevaricato" sigue vivo
Cuando una persona pierde la capacidad de discernir, abandona toda sindéresis, es manirrota o temeraria y no tiene posibilidades de autocontrolarse, le son vedadas las funciones públicas, civiles y políticas, es decir, se le declara en interdicción.
Eso fue lo que ayer, cerca de la medianoche, hizo el Presidente Juan Manuel Santos al declarar interdicto al Parlamento luego de procederse allí a la espuria Conciliación para dar curso final al ya anómalo engendro de la llamada "reforma a la Justicia", que bajo tal disfraz tocaba otras aristas fundamentales del Estado, incluso usurpando casi a manera de constituyente primario las facultades directas y estrictamente del pueblo. Bien hizo el Primer Mandatario, actuando al unísono de la opinión pública, en objetar, devolver y no promulgar, por inconstitucionalidad e inconveniencia, el esperpento. ¡Enhorabuena! Y ya está en manos del Presidente del Congreso si ante la negativa de promulgación del Ejecutivo es capaz de proclamarlo por su cuenta y riesgo, retando no sólo al Gobierno, sino en particular a todo lo que es caro a la dignidad y decoro de los colombianos. Porque entiéndase con claridad. No hay allí una objeción parcial, artículo por artículo, aunque hayan sido cuatro las discrepancias sustanciales, sino que de la alocución es fácilmente discernible la negativa rotunda y completa del Presidente de la República sobre todo el texto, por considerarlo lubricante y correa de transmisión de la corrupción y llave abierta a la impunidad. Y si el Presidente del Congreso, que tiene esas facultades, actúa a contrario sensu promulgándolo, conocida además su propuesta de posesión de revivir la inmunidad parlamentaria, como ya está hecho a topas y mochas en varios tentáculos de la "reforma", someterá a la institución al límite de la revocatoria. Pasada así la "reforma" a la Corte Constitucional estará, desde luego, sepultada de antemano, aún si los congresistas proceden a desconciliar lo conciliado. Ello simplemente se entendería como una manguala en que el Ejecutivo se abstiene para que el Legislativo actúe, una afrenta a la ciudadanía, un reto que sólo podría contestarse, como ya está en marcha, con la resistencia civil en toda la línea, de que hablaba Eduardo Santos en estos casos, con todas las letras precisas. Es mejor, por tanto, que el Congreso entienda, recapacite, aún dejándolo fenecer por inanición y términos, y dé muerte política al adefesio.
Así lo ha hecho el propio Presidente Santos, rectificándose si se quiere, lo que mejor señala su carácter de repúblico. Al fin y al cabo, como él mismo lo ha dicho en doctrina personal y reiterada, sólo los idiotas no cambian. De resto era seguir dando vía libre a un monstruo amorfo y depredador (¡ojo! todavía vivo en el Parlamento), que podía caminar las calles haciendo estragos y rompiendo a satisfacción, como era el caso, lo que en el país aún quedaba de decoro e institucionalidad. No pueden los congresistas, en disfavor y oprobio de la prestancia parlamentaria, tomar sus curules de ludibrio y trinchera para desenmascarar la apetencia, hace tiempo subyacente, de levantar todo control eficaz, disciplina democrática y rigor patricio a sus actividades. El país está harto de que saquen provecho, agitando las credenciales, varias de ellas en entredicho penal, proclamándose oráculo de lo que llaman templo de la democracia. Pero allí, según lo rectifiquen o mantengan, no hay santuario alguno, sino una cofradía para tejer la cuidadosa y metódica filigrana propia de quienes son doctos, no en la confección de la ley, sino en la fabricación de adherencias normativas a fin de que ella quede de inmediato enervada y zaherida a beneficio personal, un exabrupto para que desde los artilugios legislativos no prospere la norma límpida, sencilla y categórica. Lo que se dice en el refranero popular, hecha la norma, hecha la trampa.
Hablan los británicos de "Rule of Law", algo así como el canon supremo de las leyes, su asimilación como conducta humana más allá del texto frío y abstracto, el canal para hacer de la teoría legal una práctica viva y consecuente. Trata ello, por supuesto, de la legislación en cuanto cuerpo orgánico justo, permanente y comprensible para todos, eso que constituye la fibra íntima y vital de un país proclive a la civilización, el orden y el acato. Lo contrario, la dislocación de la ley como formadora social, produce una nación regulada, como Colombia, pero no donde impera la Regla de la Ley. Todos los días, todavía, es de quedarse pasmado con las denuncias que en ascenso cobijan a las autoridades en su más alto nivel. Y ahora, con laxitud desmandada, se quieren levantar las pocas esclusas para que la conjura haga fiestas y progrese libérrima en el incordio de lo que aún pueden promulgar en el hemiciclo.
Quiso El Libertador, Simón Bolívar y no por grandilocuencia, hacer de estos, países virtuosos. Se refería a la virtud en el lenguaje de la Ilustración, es decir, una progresión hacia lo que es bueno, dilecto y drástico en el gobierno de los ciudadanos. Cuán lejos estamos de ello, es una tautología, mucho más en una nación con anestesia histórica. Pero al menos, en sus proporciones, fue lo que obtuvo la Constituyente de 1991 al intentar esa probidad a través de un estricto régimen en las investiduras, las inhabilidades y el servicio público, y lo que siguió la Corte Suprema en sus investigaciones del proceso 8.000 y la parapolítica. Todo ello a punto de ser derruido de un plumazo, con plena consciencia y a modo de desafío, dando así rienda suelta a ese orangután inmenso, al inefable y nunca bien ponderado simio de nombre "Prevaricato", de improviso revivificado, apoltronado a satisfacción en medio de la Constitución y al borde de promulgación parlamentaria.
No se trata, ya, de hacer el largo listado de las impropiedades que, entre los sobornos interinstitucionales denunciamos hace meses. Ahora, in crescendo vertiginoso desde entonces, incluso pese a editoriales posteriores, no hay duda de que el problema es político. Ya no es, en efecto, la hecatombe que se presumía vendría de subversivos y facciosos, sino de la erosión practicada y consentida desde las curules, ojalá no así desde la magistratura, comprobado que el Ejecutivo ya no se presta a la conspiración. Hay, por ende, que estar alertas. Como se dijo, el orangután "Prevaricato" sigue vivo.