* Populismo rampante
* Venezuela se juega su suerte
Las elecciones municipales que se cumplen hoy en Venezuela se dan en un clima de pugnacidad y de populismo que, para algunos observadores internacionales, supera de lejos las presiones del comandante Hugo Chávez, puesto que al no tener el actual Gobierno el mismo respaldo popular que tuvo su antecesor, debe apelar a movilizar a fondo los recursos oficiales como señuelo para conservar el electorado. Por el lado de la oposición que capitanea Henrique Capriles, le corresponde mantener la unidad que en este tipo de elecciones locales tiende a dispersarse y atomizarse, factor que ha jugado en su contra en diversas oportunidades.
Por efecto de un complejo sistema electoral que aprobó la Asamblea Nacional en tiempos del comandante Chávez, en algunos Estados donde la oposición es mayoría el partido oficial elige más diputados. Pese a lo cual reconocidos políticos sostienen que en las grandes ciudades triunfará la oposición. El alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, afirma que la oposición hará una barrida en Caracas y otras urbes. Mientras que el Gobierno considera que ganará de lejos en el país y constituirá una nueva mayoría de apoyo a las medidas revolucionarias de Nicolás Maduro.
El oficialismo confía en movilizar la opinión como si se tratase de un evento religioso en el cual se le rinde culto al comandante fenecido, en donde ejerce como sumo sacerdote Maduro, que oye la voz del comandante desde el más allá, siempre con la finalidad de mantener y robustecer el régimen.
El Gobierno viene interviniendo y debilitando el comercio y la industria, con el propósito de provocar saqueos en los establecimientos de la oposición y de quebrar a los mayoristas y minoristas, obligados a vender sus mercancías a precios de pérdida. Con esas medidas se impulsa el salto al vacío y se agravan las contradicciones económicas. El régimen apela a medidas desesperadas para ganar las elecciones y combatir la tasa de inflación que bordea el 60 por ciento, la segunda o quizás la primera en el planeta. Con la idea fija de especular y dar la sensación de que hace algo por el pueblo, sin importar que mañana se generalice el desabastecimiento.
La estrategia es acabar con la clase media descontenta y de tendencia opositora, para proletarizar el país como en Cuba y poner a comer a las masas de la mano del Estado. En la convicción de que los famélicos son incapaces de levantarse contra los opresores, más cuando se tiene el control de los medios de comunicación, buenos servicios de seguridad, una justicia de bolsillo, al tiempo que se mantiene el apoyo de las Fuerzas Armadas y de las milicias oficiales. No faltan los que sostienen que los saqueos dirigidos desde el Estado han dado resultado positivo para subir la favorabilidad del gobernante, por lo que algunos analistas afirman que el Gobierno repunta entre los sectores marginales e indica que los resultados serán más reñidos aún de lo esperado. Los sectores más extremistas del chavismo están por la abolición de la propiedad privada. El sector oficial, a pesar de que ha creado una nueva clase de ricos y de propietarios, encuentra un filón en complacer las barriadas con medidas demagógicas. Lo que se facilita cuando el gobernante tiene en el bolsillo la Ley Habilitante. Y lo que se percibe del elector de los suburbios es que mira la política como si se tratara de una riña de gallos, en la que Maduro muestra el mismo “guáramo” de su antecesor. No le importa seguir mal, si entre tanto los de arriba reciben palos. Algo que Franz Fanon percibió con lucidez en el siglo pasado y que conocen por intuición los demagogos. Lo que pasa es que toda demagogia tiene un límite y el político no puede aserrar la rama en el árbol en el cual está sentado como hace el mico, puesto que de manera inevitable tarde o temprano cae.