El fin de semana venció el plazo para que los candidatos y movimientos políticos que no tienen personería jurídica pero quieren participar en los comicios parlamentarios y presidenciales del próximo año, inscribieran sus respectivos comités ante las instancias electorales y comenzaran a recolectar las firmas ciudadanas necesarias para dar vía libre a su aspiración.
El viernes a primera hora el reporte de la Registraduría señalaba que ya existían 54 iniciativas de este tipo para respaldar candidaturas al Congreso, 14 para la Presidencia de la República, una para el Parlamento Andino (pese a que hay un proyecto de ley que busca anular la elección popular de estos congresistas) y uno más para la promoción del voto en blanco.
¿Qué significa que haya tal número de comités para promover candidaturas respaldadas por movimientos significativos de ciudadanos? Son tres las respuestas que se pueden citar. En primer lugar, que el poder de convocatoria y democracia interna de los partidos y movimientos políticos ya establecidos continúa siendo muy bajo.
En segundo lugar, es claro que aunque la intención del Congreso cuando permitió que se pudieran respaldar candidaturas con base en el recaudo de un porcentaje determinado del respectivo censo electoral, no era otra que dejar la ventana abierta para la participación de movimientos independientes y nuevas tendencias. Sin embargo, si se revisa hoy quiénes están detrás de una parte de esas aspiraciones respaldadas en firmas, se puede concluir que no se trata de dirigentes que incursionan por primera vez en las lides electorales y políticas, sino que buena parte son candidatos que por distintas circunstancias se salieron de las colectividades ya establecidas y buscan ahora armar toldo aparte.
Y, en tercer lugar, es evidente que la intención inicial de tener un sistema político con pocos partidos, cohesión programática e ideológica, así como con vocación de permanencia, se terminó difuminando. Es más, no son pocos los expertos que consideran que lo que antes se llamaban “partidos de garaje” terminaron resucitando por la vía de las firmas para respaldar candidaturas.
Tampoco deja de llamar la atención que a la hora de recaudar esos respaldos ciudadanos la identificación ideológica y política del firmante con el candidato o el movimiento es cuestión más bien limitada. Incluso es común ver en las calles a personas que ponen sus rúbricas, firmas y número de documento de identidad en distintas planillas, sin preguntar por las propuestas de los candidatos. No hay un acto de conciencia política en esa decisión, y se configura, por tanto, un defecto democrático.
La desviación de este mecanismo ha llegado a tal punto que hay quienes se dedican a recoger firmas en todo el país, y cobran al interesado por cada rúbrica que consigan.
Ya viene siendo hora de que el Congreso y el Ejecutivo analicen, no en si hay firma para tanto aspirante o movimiento significativo de ciudadanos, sino cuál debe ser el nivel de conciencia, derecho y deber de cada persona cuando estampa su rúbrica para respaldar el accionar político de un aspirante o partido debutante.