Como siempre ocurre, después de las festividades navideñas y cambio de año, se prende el debate en torno de qué hacer con algunas actitudes antisociales que persisten entre los colombianos, pese a las múltiples medidas y agravamiento de sanciones y castigos penales, pecuniarios y administrativos adoptados en los últimos años. Actitudes que van desde la persistencia en la venta y manipulación de artículos pirotécnicos por parte de particulares, el conducir vehículos en estado de ebriedad y hacer disparos al aire, hasta realizar los tradicionales asados en zonas boscosas o llevar a cabo ruidosas celebraciones en calles barriales, que no pocas veces desembocan en casos de violencia intrafamiliar o riñas callejeras.
Más allá de los balances estadísticos sobre el porcentaje mayor o menor de los casos anotados, el número de víctimas fatales, heridos, o la cantidad de capturados, lo cierto es que, en el fondo, el problema continúa siendo de tipo social y cultural. Por más que se aumenten las sanciones y controles, o que incluso los castigos vayan hasta el riesgo de largos años de cárcel o la pérdida de la patria potestad en el caso de los menores quemados por el uso de artículos de pólvora, aún hay ciudades y municipios, sobre todo en barrios populares o sitios rurales, en donde existe una especie de tolerancia colectiva a esa clase de conductas. Y no por desconocimiento de su ilegalidad o nivel de riesgo, sino por una malentendida percepción de lo que significa una tradición.
Paradójicamente en esos casos la posibilidad de cambiar esos patrones de conducta antisocial no recae en la cantidad mayor o menor de uniformados que haya en cada esquina, sino en los profesores, dirigentes comunales, personas con algún grado de instrucción o capacidad de liderazgo vecinal. Es con ellos que se debe trabajar para cambiar esas actitudes que tienen, lamentablemente, ese margen de tolerancia colectiva. Hay que aumentar el temor de los infractores a lo que los expertos llaman la “sanción social”, es decir, a la desaprobación del vecino, la cuadra, el barrio o la vereda a quienes incurren en las conductas anotadas.