- Se ejerció la protesta democrática
- Estragos del vandalismo rutinario
Ha dicho el presidente de la República, Iván Duque Márquez, luego del multiforme evento en el que se constituyó el paro nacional de ayer, que ha escuchado la voz del pueblo y que de inmediato ampliará el diálogo con los diferentes sectores para profundizar y sacar adelante la agenda social.
En efecto, una masiva cauda de colombianos marchó de modo pacífico, tanto en las ciudades capitales como en concentraciones urbanas de menor envergadura y en consonancia con las exigencias diversas. Aunque, como siempre, elementos anarquizantes organizados por anticipado quisieron aprovechar la protesta democrática para generar zozobra y dar rienda suelta al espíritu vandálico que los anima rutinariamente, destrozando bienes públicos y privados, en especial en Cali y algunas zonas puntuales de Bogotá, mientras que, por el contrario, en otros lugares de la nación se dio un espíritu cívico ejemplificante.
Si bien en la jornada primó, de lejos, la cultura de la democracia, inclusive a través de los cacerolazos que se desarrollaron en la noche, la rapacidad callejera y la insidia de los encapuchados causaron graves desmanes y en algunos lugares se dieron agudos enfrentamientos con las fuerzas del orden. Como en principio pudieron verse las cosas, a partir de la iracundia de los agitadores, estaba orquestada de antemano una estrategia virulenta que pudo haber llevado a una desestabilización de mayores proporciones, pero la intentona tuvo la contención debida por la autoridad policial. La voz legítima no está, desde luego, en aquellos focos vandálicos minoritarios, sino en la inmensa mayoría de colombianos que no cohonestó en modo alguno la violencia y se alejó ipso facto de las pretensiones de romper el cauce constitucional e implantar la anarquía.
Tendrá ahora el Primer Mandatario que canalizar los anhelos populares en la dirección prometida en su alocución de ayer. Apartarse de la polarización, generar espacios creativos para los consensos, buscar fórmulas de concertación, ampliar el horizonte, escuchar las diferentes vertientes del espectro político y social, ejercer la autoridad serena, serán, todos a una, mecanismos necesarios para dar curso a un liderazgo que implique una mayor órbita de acción de la que hasta ahora se ha contemplado. Tiene el Presidente de la República, ciertamente, un mandato electoral todavía fresco de más de 10 millones de colombianos, pero igualmente en el corto período transcurrido desde su posesión son muchos y más variados los elementos que han emergido y requieren de prontas respuestas. Aparte de la aguda politización por la que atraviesa la nación existe, en general, un anhelo de orientación que permita dilucidar un norte claro hacia el cual dirigir los propósitos nacionales y enfocar las energías del país. Esa tal vez sea la tarea más apremiante.
De otra parte, el paro dejó ver en toda su magnitud la fragilidad del sistema de transporte público. Tanto en Bogotá, como en otras ciudades, la fácil parálisis del Transmilenio o similares impidió que la ciudadanía que no se matriculó en la protesta pudiera movilizarse para desarrollar libremente sus actividades. Esa suspensión obligada del transporte, con calamitosos daños sobre las estaciones correspondientes, hizo que la gente se quedara en sus casas. Si bien muchas empresas recurrieron al teletrabajo o dieron el día libre, al igual que las agencias estatales y los colegios, la coerción y el temor fueron la nota predominante.
No está Colombia, después del 21N, en la misma dimensión de lo ocurrido recientemente en otros lugares de Latinoamérica. En todo caso, la voz de alerta está dada y hace bien el Primer Mandatario en no hacer oídos sordos, de ninguna manera, a la protesta social que se llevó a cabo, tras meses de preparación, por supuesto desbrozando las circunstancias anárquicas que quisieron apropiarse de una jornada, en una buena proporción, pacífica. Es fundamental, aquí y ahora, recuperar la confianza y dar curso a los anhelos populares por las vías legítimas, en un pacto social.