Quienes tenemos conciencia de lo que significa la lucha que libran las Fuerzas Armadas de Colombia por restablecer el orden, por defender el territorio nacional, por impedir que los colombianos sean masacrados en los campos, por preservar sus propiedades y evitar que las vías de comunicación, los ríos y las zonas apartadas, como los lugares estratégicos, las centrales eléctricas y los entes estatales, sufran atentados y feroces asaltos por cuenta de los subversivos, estamos de luto por la brutal matanza de los soldados de la Patria en Arauca.
Quienes entendemos la vida de sacrificio, de dura disciplina y superación, de entrenamiento continuo, de estar a toda hora y en cualquier momento del día o de la noche, listos para combatir y exponer sus vidas, a sabiendas de que confrontar con los que atacan el Estado colombiano, desconocen el orden constitucional vigente y desprecian la democracia, pueden terminar siendo judicializados. Al tanto que deben combatir sin la protección de un verdadero fuero militar como el que existe en otras naciones, que es algo así como subirse a trapecio a varios metros de altura para hacer deporte sin tener una malla de protección, comprendemos las sombrías preocupaciones que agobian a los soldados en sus cuarteles.
Quienes seguimos de cerca y a diario las noticias sobre la tensión a que son sometidos los soldados de la Patria, por los elementos armados que practican todas las formas de lucha contra el Estado, sabemos que a los efectivos que están en campamentos apartados en zonas estratégicas de predominio subversivo, los someten a una guerra psicológica permanente. Por lo general, los elementos que conspiran desde la sombra contra el Estado, se las ingenian por saber en donde viven las familias de los soldados, cuántos son, qué hacen, de qué viven, donde estudian o trabajan, se informan sobre la cadena familiar, sus afectos, sus debilidades, ya sea para captarlos, para amenazarlos o en algunos casos proceder en su contra. Son familias de soldados que en la mayoría de los casos han perdido parientes en el conflicto armado, han tenido las más dolorosas experiencias y en sus casas se respira en el aire el desconsuelo de las viudas, los huérfanos, los padres agobiados en la desesperanza de perder al ser querido en combate o atacado por la espalda.
La mayoría de los colombianos que viven en las grandes ciudades no tienen una noción clara de lo que pasa en la periferia del país, en los montes, en las selvas, en los parajes más apartados, en los cruces de caminos ni en las fronteras por los cuales pasan las armas letales que alimentan el conflicto, en los que de improviso y a la intemperie unos soldados ven pasar los días, las horas y los minutos, a la espera de atrapar a los que mueven el armamento clandestino, como las fuerzas que en la noche se desplazan sigilosas para efectuar un ataque por sorpresa. Esos soldados tienen apoyo de la más avanzada tecnología, que sirve para localizar y seguir desde satélites o por aviones fantasmas, a las fuerzas que se desplazan de un lugar a otro, pero no siempre coinciden o se dan los tiempos para movilizarse y proceder de inmediato. En ocasiones, los subversivos se mueven desarmados en pequeño número e individualmente, para no despertar sospechas, y en algún lugar convenido armarse y proceder a un ataque sorpresivo y despiadado. Así que esos soldados que han recibido la orden de cuidar una zona apartada, de pronto son vigilados por los mismos guerrilleros, que tienen apoyo local y son informados de sus movimientos dentro de lo que se conoce como el juego del gato y el ratón. Es verdad que por razones tácticas y por la complejidad de la lucha contra elementos que practican la guerra de guerrilla, son muchos más los militares que los combatientes contra el Estado, pero esa misma ventaja se convierte en desventaja cuando los soldados avanzan por campos minados, por zonas que los violentos con años de cruzar por medio de la rotación y permanente movimiento, conocen como la palma de su mano. Situación en la que los ratones en un momento dado se unen y de manera súbita atacan a los gatos. Esto ha pasado a lo largo de los siglos en diversas oportunidades, dado que está ligado al factor sorpresa y la concentración del fuego sobre el enemigo con la finalidad de dar golpes terribles, en los que de ser posible no haya sobrevivientes. Eso explica la espantosa masacre que sufrieron los soldados en Caranal, en la vía que comunica a Fortul con Tame en el Arauca. Es de esperar que ahora no salga algún funcionario de la ONU, de los que no entienden de la neutralidad diplomática, ni los mismos protocolos de la entidad internacional a decir que la culpa la tuvieron nuestros militares por estar en ese lugar a la hora equivocada, en donde fueron asesinados con morteros, fusiles y lanzagranadas, para ser rematados con armas blancas.
Semejante agresión bélica por cuenta de los subversivos contra los soldados que cumplían labores preventivas y de vigilancia, de protección de la vida de los lugareños o de la institucionalidad, como de vigilancia regional no es casual. Los soldados estaban en un campamento improvisado, fueron escogidos fríamente como blanco, lo que muestra la intención de provocar una conmoción en el seno de las Fuerzas Armadas, de dejar atónita y confusa a la sociedad, de amedrentarla y de paralizar su capacidad de reacción y solidaridad, de impactar al Gobierno nacional el 20 de julio en medio de las negociaciones en La Habana. Lo mismo que indicar que luchan con ardor y de manera sistemática por la vía de la negociación y la militar para defender sus extensas y ricas zonas de influencia en el país, por lo que difunden en cartillas el federalismo y la conformación de varias Repúblicas totalitarias, en las que no imperaría la Constitución de 1991, sino la voluntad autoritaria de los comandantes que operarían como los caciques en los resguardos indígenas. El presidente Juan Manuel Santos expresó sus sentidas condolencias a los familiares de los soldados muertos y heridos.
El Nuevo Sigloestá de luto, junto con las gentes de bien de Colombia y les expresa su más conmovida sentimiento de fraterna solidaridad al Gobierno nacional y a las Fuerzas Armadas, en este duro trance en la lucha por impedir que el país se descuartice, es del caso recordar que en ocasiones lo único que le queda a una civilización para sobrevivir son sus soldados.
En ocasiones lo único que le queda a una civilización para sobrevivir son sus soldados