*El derecho al optimismo
*Colombia en un punto de inflexión
Pocas veces en la historia nacional se había presentado un contraste político tan definitivo como el que ocurre entre las posesiones presidenciales de 2010 y de hoy.
En efecto, pese a ser el mismo Presidente, en este caso Juan Manuel Santos Calderón, los mandatos populares parecerían diametralmente opuestos. El de hace cuatro años, ciertamente, venía dado por la continuación de la guerra, cuya consigna política era la seguridad democrática, y el segundo, de la actualidad, está ineludiblemente signado por la paz.
En ambos casos, sin embargo, Santos fue y ha sido vocero eficaz del constituyente primario. En referencia al mandato por la guerra, otorgado en 2010, fue el más efectivo líder contra la cúpula guerrillera, no solamente desvertebrando parte esencial del llamado Secretariado de las Farc, sino neutralizando a 53 de los comandantes subversivos en el cuatrienio. Precisamente, dio de baja a los números 1 y 2 de la organización ilegal. En total, en su primer gobierno, se capturaron, según datos oficiales, 9.327 miembros de las fuerzas irregulares, 1.610 cayeron en acciones de la Fuerza Pública y por cuenta del fortalecimiento del programa de desmovilización, 5.527 dejaron las armas.
Paralelamente Santos abrió, a mitad de su primer cuatrienio, un proceso de paz con las Farc, cuidándose de no aceptar el cese de fuegos, ni despejes territoriales, llevando las conversaciones al exterior y firmando una agenda cuya premisa es el fin del conflicto y la dejación de armas para, posteriormente, entrar en la fase de construcción de la paz.
Es en ello en lo que se ha venido avanzando y que fue la base estructural para irrumpir con su segundo mandato, el de la reconciliación, que recibió el aval de ocho millones de colombianos en las pasadas elecciones y que hoy se formaliza en su segunda posesión presidencial.
Estará, pues, la vocación de futuro colombiano puesta a prueba en estos cuatro años que hoy se inician. Y buena parte de ello depende de que la subversión entienda que sus propósitos ideológicos, si todavía los tienen, tendrán que jugarse abiertamente en el escenario democrático, demostrado una y mil veces el fracaso de la depredación y la barbarie como fórmula de redención social. Al contrario, insistir en los protervos mecanismos de la sangría y la desestabilización, llevará de nuevo al cierre, esta vez definitivo, de cualquier oportunidad a la salida política negociada, entendido, por lo demás, que el eje gravitacional de la guerra ha virado irreversiblemente a favor de las fuerzas del orden y las instituciones constituidas. No es ya el momento de arcaísmos ilusorios, ni de elucubraciones abstractas como la del estado móvil y en gestación que pregonaban, sino la hora de entrar en razón y participar del sistema institucional, aún imperfecto pero inderrotable.
Una Colombia en paz permitirá, sin duda, concentrar la atención en la homogenización social, impedida en buena parte por la agresión terrorista y la debacle narcotraficante de las últimas décadas, que empiezan a desfallecer. Como lo señaló el informe especial de este Diario, Colombia Positiva, con motivo de la posesión presidencial, es posible pensar de modo optimista en el empuje nacional y su ánimo por hacer un país mejor. No se trata de caer en el pecado del optimismo per se, pero es dable cambiar el ambiente de melancolía y pesimismo que ha pesado durante tanto tiempo sobre el país y ha llevado, inclusive, a modificar sus bases culturales y las motivaciones de un pueblo que todavía está por emerger en sus condiciones altruistas y solidarias. Reconocernos unos a otros como una sola nación, con todas sus vicisitudes y yerros, es lo que se pretende en un proceso de paz donde las víctimas sean el epicentro. Más de seis millones de ellas demuestran la catástrofe de la guerra en toda su dimensión. No será fácil, desde luego, intentar dejar el pasado, con toda la pesadumbre de por medio, por lo que es con ellas, justamente, con las que hay que desbrozar el camino, solo de su mano es posible el nuevo país que se pretende, aprendiendo las lecciones y rubricando, con su presencia permanente, la garantía de la no repetición.
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Colombia, a no dudarlo, se encuentra en un punto de inflexión. Los resultados del primer trimestre demuestran una economía vigorosa, creciendo al 6,4 por ciento. Las inversiones sociales del último cuatrienio, con los diversos programas de educación y vivienda gratuitas, la expansión del agua potable y la interconexión por internet hasta los lugares más apartados del país, avizoran la ruta inclusiva necesaria para mejorar las condiciones nacionales. Bajar la desigualdad, como lo viene demostrando el Índice de Gini, es trabajar en la dirección correcta. Invertir en el capital humano, tanto en educación y en cultura del conocimiento como en innovación, ciencia y tecnología, es el mejor rendimiento posible de los recursos presupuestales. Seguir atrayendo la inversión extranjera, sobrepasando la duplicación que se ha logrado, es permitir mayor generación de empleo. Sortear la excesiva dependencia de los recursos petroleros y mineros tendrá que evaluarse, así como en un país tan vulnerable al cambio climático afianzar un modelo económico sostenible.
Las reformas de la justicia, la educación y la salud, no dan espera. Lo mismo que la atención al sector agrícola, pese a haber logrado la senda del crecimiento. Los colombianos necesitan no solo prosperidad sino calidad de vida, y a nuestro juicio la reforma más apremiante está en que el Gobierno, cualquiera sea, pueda aplicar de modo más inmediato y efectivo las directrices señaladas en leyes y decretos.
Prevista una oposición de derecha y de izquierda al centro radical que se pretende, todo ello será bienvenido dentro del juego democrático, siempre y cuando se abandone el espionaje y el hackeo.
En 2010 se prometió un Nuevo Amanecer. En estos cuatro años se pusieron las bases para ello. Queda un cuatrienio para dejar la oscuridad atrás.