Tras las grandes catástrofes los pueblos y sus dirigentes tardan en recuperar el buen juicio. Unas naciones tienen mejores reflejos que otras, en algunas funcionan los anticuerpos de un nacionalismo sano, en tanto que otras se consumen en la desesperanza. El sentir nacionalista de Colombia es de los más frágiles de la región, lo que proviene en gran parte del hecho elemental de que varias generaciones han sido formadas en la supina ignorancia de la historia y el desconocimiento de nuestra geografía. En ese sentido parte de nuestra población se encuentra como en el primer día de la creación. Y no se trata en exclusiva de las personas que escasamente cursan la primaria, gentes cultas con estudios profesionales avanzados, que conocen la historia de Europa o de los Estados Unidos, ignoran los hechos más trascendentales de nuestra evolución social y política. No faltan los que desdeñan estudiar a los personajes destacados entre nosotros, ni qué decir de los que desconocen la evolución biológica de nuestra raza unida en el crisol de la hispanidad.
El exabrupto del fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya ha puesto a prueba los nervios y conciencia de la Nación; como todo fallo adverso se constituye en un verdadero naufragio en el cual se hunden nuestras esperanzas, la justicia de nuestra causa, el ejercicio de la soberanía y el dominio de siglos en el Archipiélago de San Andrés y Providencia. No es la primera vez que Colombia es agredida por instancias foráneas, los memoriosos recuerdan los incidentes en el siglo XIX del caso Barrot, Russell, Mackintosh, Cerruti o el regalo demencial que Manuel Murillo Toro hizo de nuestras costas a Costa Rica, para mencionar apenas los más conocidos, a los que se suma la pérdida de Panamá en los inicios del siglo XX. Por el fallo de La Haya los más perjudicados han sido los colombianos raizales del Archipiélago que pescan, viven del mar y para el mar. El fallo les quita varios bancos de pesca de los más importantes para su subsistencia y comercio. Nos llegan informes de naves pesqueras de terceros países que aprovechan la confusa situación y como pirañas depredadoras lanzan a diario sus redes en esa zona. El presidente Juan Manuel Santos, en buena hora, se esfuerza en reafirmar nuestros derechos históricos y les ofreció un subsidio a los pescadores para aliviar su situación por estos días aciagos.
En El Nuevo Siglo nos hemos abstenido de juzgar y lanzar el agua sucia contra anteriores o actuales negociadores, en la conciencia de que nuestra diplomacia en ningún caso actúo contra los intereses del país. Pese a que Alberto Abello, por esos días, con el beneplácito del Director del diario, Juan Pablo Uribe, sostuvo que de ir a La Haya, por una demanda en la que no ganaríamos nada, debíamos manifestar allí que si Nicaragua desconocía el Tratado Esguerra-Bárcenas, nosotros aceptábamos esa sugestión que dejaba las cosas como antes de la existencia del Tratado y de inmediato exigíamos que nos devolvieran nuestras costas. Al devolver a Colombia, no cabían eventuales ni futuras demandas de Nicaragua. En tal caso la Armada Colombiana debiera ejercer una presión de hecho para hacer posible esa salida. Los hechos se desencadenaron de manera muy distinta, pero allí no tuvimos un traidor como el ladino Huertas en lo de Panamá, así se cometieran eventuales equivocaciones estratégicas.
La canciller, María Ángela Holguín, ha tenido algunos tropiezos por su locuacidad antes y después del fallo, cuando previo al mismo dijo que esperaba un pronunciamiento salomónico, que era darle un poquito a uno y otro poquito al otro. Y según otras declaraciones optimistas suyas de horas antes del fallo de la CIJ, fue de las primeras sorprendidas al ver cómo se pisoteaban los derechos de Colombia y se nos quitaba parte del mar histórico, junto con dos cayos que rompían la unidad del Archipiélago y se convertían en enclaves de Nicaragua en nuestro mar, sin contar con la inseguridad jurídica que suscitaron con terceros países. Salir a decir ahora que los ex presidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe le hacen daño al país, por sus comentarios y defensa de nuestros derechos en el Archipiélago de San Andrés y Providencia, es otro paso en falso. Lo que se debe buscar después del fallo injusto e inaplicable del CIJ es la unidad nacional de criterio; después del naufragio se requiere salvar a los isleños, recuperar la razón y la iniciativa geopolítica en el Mar Caribe en defensa de nuestros derechos y existencia como nación soberana.