* La aguda polarización argentina
* Una bala encasquillada y la mano de Dios
En Buenos Aires y en la exclusiva zona de Recoleta, en el Barrio Norte, en donde reside la dos veces presidenta y también actual vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y a pocos días de que un fiscal pidiese condenarla a doce años de prisión tras haber encontrado material probatorio suficiente en un sonado y multimillonario caso de corrupción, los choques se suceden en las calles y ciudades argentinas. De suyo, los enfrentamientos entre la multitud y la policía local, en la jurisdicción del gobernador de Buenos Aires adverso a Fernández, han sido la comidilla del país.
En tanto, con las pretensiones de Fernández de adelantar una nueva candidatura presidencial, aun en medio de su encausamiento, la polarización es total. En ese clima enrarecido, el país está evidentemente sin norte, alejado de los propósitos nacionales, al borde de la inviabilidad y preso de las emociones. Y en ese marco, un joven, Fernando Andrés Sabag, al parecer perturbado y extremista, nacido en Brasil y de padre argentino, con tatuajes nazis y ocultistas, toma la determinación de eliminar a Fernández en medio de una multitud. Pero de improviso, cuando Sabag sitúa la pistola casi sobre la cabeza de la vicepresidenta, el arma se le encasquilla y no puede cumplir con su cometido homicida, puesto que ninguno de los cinco proyectiles entró en la recámara.
Así, Fernández salva su existencia de milagro, además y por fortuna saliendo ilesa, a diferencia de tantos casos históricos similares en los que los disparos produjeron resultados mortales.
De hecho, hace unas semanas el ex premier japonés, Shinzo Abe, fue asesinado en circunstancias parecidas, incluso con la detonación de una pistola improvisada. Asimismo, en hechos semejantes se acabó con la vida de Abraham Lincoln y se llevó a cabo el homicidio del archiduque Fernando, en Sarajevo, que desencadenó la primera guerra mundial. Otros, como el papa Juan Pablo II o el entonces primer mandatario Ronald Reagan, se salvaron, pero resultaron muy gravemente heridos. No fue el caso, en cambio, de John Lennon, baleado mortalmente a la salida de su edificio de habitación en Nueva York. Por su parte, la vida del presidente John F. Kennedy fue cegada con un arma de largo alcance.
Colombia, por desgracia, tiene tenebrosos ejemplos al respecto, con varios disparos sobre las víctimas indefensas, como en los magnicidios de Álvaro Gómez Hurtado (aun impune) y Luis Carlos Galán. Y la historia colombiana tampoco se recupera de los disparos también impunes que fulminaron al mariscal Sucre; todavía se sorprende con la macabra caída del general Rafael Uribe Uribe a la entrada del Capitolio; y mantiene las sospechas sobre los propósitos conspirativos internacionales que acabaron con la humanidad de Jorge Eliécer Gaitán, en vez de los tiros de un solo desquiciado.
Frente a Fernández, se dice en Argentina más o menos lo mismo que en otros casos, sobre las múltiples perturbaciones sicológicas de un asesino de este tipo, hasta determinar volverse famoso al dispararle. Y falta saber si acaso se trata de un complot con otros implicados o si, por el contrario, como otros sostienen en ese ambiente polarizado y espeso, que todo pudo deberse a un simulacro con el objeto de enervar las realidades judiciales. Así como es menester conocer también qué objetivos desestabilizadores podría tener tan escabroso asunto.
¿Cómo pudo acercarse tanto el criminal, mezclado entre los seguidores y vecinos que rodeaban a la vicepresidenta al bajarse de su vehículo? ¿Cómo ninguno de los escoltas lo desarma? Son interrogantes que se hacen los argentinos y la opinión internacional. Por ahora, el psicópata es inculpado por intento de homicidio y se le ofrecen todas las garantías para seguirle un juicio imparcial. Se espera que confiese si actuó por cuenta propia o quienes están detrás, sin saberse en ese caso de qué bando pudieran ser… Entretanto, la única certeza es que una bala encasquillada solo puede ser, naturalmente, fruto de la mano de Dios…