Paraíso ecuménico
Diálogo entre sordos
Siria tiene una antigua tradición de respeto a la diversidad religiosa. El presidente Bashar al-Asad pertenece a la minoría chiita, en tanto, algunos de los grupos rebeldes hacen parte de la religión sunita, que es mayoritaria. Esa variedad de religiones se corresponde a la religiosidad del pueblo sirio. Como se sabe, primero hubo cristianos en Oriente y, posteriormente, en Roma, Europa y otras regiones del globo. Se le reprocha al gobernante pertenecer a una minoría religiosa, lo que desconoce el ecumenismo cultural que ha distinguido a ese país hoy envuelto en llamas por las contradicciones internas, los antagonismos políticos y la presión de las potencias por consolidar el régimen o destruirlo. Es verdad: la denominada clase dirigente profesa un culto minoritario, pero en conjunto con las otras minorías religiosas, incluidos los cristianos, conforman una fuerza poderosa que ha conseguido, en medio de la guerra y de frecuentes ataques terroristas, subsistir. Es de anotar que a pesar de ese carácter religioso de los sirios, a contrapelo de la guerra afloran elementos descreídos y materialistas, que desdeñan las creencias religiosas de los demás.
Un corresponsal extranjero observó un pavoroso bombardeo, en el cual ardía en llamas un conjunto residencial, en tanto seguían los estertores agónicos de varios habitantes y se reanimaba a los heridos, al tiempo que las mujeres lloraban desesperadas por la muerte de varios de sus parientes. Al rato vino una suerte de apaciguamiento y personas de diversas creencias le rezaban a sus dioses, clamando porque cesara el desangre que ya acumula más de 100.000 desaparecidos. Esa fe religiosa, de manera paradójica, contribuye, de un lado, a que los creyentes no se enloquezcan y sí sueñen con un nuevo amanecer en paz, pero, de otra parte, que haya quienes piensen que si mueren combatiendo van a ingresar a una nueva vida eternizada de placeres. Lo que más desgarra a los corresponsales de prensa es ver cómo se destruyen las familias y que de la noche a la mañana miles de niños quedan solitarios, hasta que se les secan las lágrimas en sus ojos, dolientes e inocentes de la pérdida de todos sus seres queridos. Estos menores deambulan como fantasmas por las calles derruidas, a la espera de una mano caritativa que se ocupe de ellos o que la Cruz Roja Internacional los auxilie y alivien algo su inconsolable desolación. Lo que nadie entiende es que las potencias y los comerciantes de armas sigan enviando toneladas de artefactos bélicos, mientras las víctimas de la guerra padecen hambre y enfermedades. Y menos que los economistas de los organismos internacionales hagan cálculos sobre los negocios que se pueden hacer cuando se proceda la reconstrucción de Siria.
Ya en algunas cancillerías se estudia la posibilidad de dividir el país y dejar una porción del mismo en las garras de los distintos grupos armados que a diario disputan su dominio. Esa “solución” podría condenar al país a la nación al desangre y al conflicto permanentes. Por lo tanto, la comunidad internacional ve con esperanza, y al mismo tiempo con cierto pesimismo, la posibilidad que los diálogos en Ginebra del régimen Bashar al-Asad y los rebeldes avance a buen puerto. Ya los grupos armados que desafiaron al Gobierno en regiones importantes, que habían conquistado a sangre y fuego, están en retirada. Las noticias internacionales destacan que el primer encuentro entre los plenipotenciarios de las partes se desarrolló con los nervios crispados y no se pudo llegar a ningún acuerdo inicial. Tanto el Gobierno como los sediciosos hicieron exigencias desafiantes a la contraparte, lo que aumentó la tensión en el arranque del cónclave. Pese a ello los entendidos en estos tires y aflojes de la diplomacia consideran que lo más importante es que se efectué la cumbre, puesto que las discrepancias y la desconfianza son normales cuando se trata de gentes que representan bandos que aún tienen las heridas abiertas y representan sectores en guerra permanente.
El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, sostiene que después del sistemático castigo que se han infligido las partes, llegó la hora del diálogo. “Nuestro objetivo es enviar un mensaje a las dos delegaciones sirias y al pueblo sirio: el mundo quiere que el conflicto se acabe con urgencia”, advirtió. Los Estados Unidos se oponen a la continuidad en el poder de Bashar al-Asad, quien, al parecer, insiste en que no saldrá del mismo sino con las botas puestas, menos aun cuando considera que no lo podrán derrocar por la fuerza a menos que lo eliminen por medio de un atentado, como ha ocurrido con varios de sus parientes y funcionarios más cercanos. Y como los rebeldes exigen su renuncia, las negociaciones se tornan cada vez más dramáticas. Como dijo un diplomático: parece un diálogo entre sordos.