En alguno de sus maravillosos escritos, Fiódor Dostoyevski menciona que desde Moscú, al otro extremo del mundo, Santa Fe de Bogotá es una de las ciudades más alejadas del planeta y viceversa. Nadie investiga de dónde surgió la visión comparativa del ruso. Las diferencias entre Moscú y Santa Fe de Bogotá, desde el punto de vista geopolítico son evidentes, no es necesario explicarlas. La Santa Fe colonial vivió por trescientos años de espaldas al mundo, alejada de las costas Atlántica y Pacífica, los ojos de la mayoría de los santafereños no conocían el mar. Llegar hasta Bogotá desde nuestras propias costas era una odisea, los viajeros pudientes solían hacer testamento antes del incierto viaje. Esa distancia del mar, ese aislamiento secular ha sido notable en la visión un tanto miope de nuestros políticos y comentaristas. Cuando Bolívar, viajero incansable, convierte a Bogotá en la capital de la Gran Colombia y nombra en la Cancillería a Pedro Gual, que había viajado como él y conocía el mundo, la aldeana población se familiariza algo con el mundo exterior. Santander, hasta ese momento no había salido de los límites del Virreinato, y se negó a acompañar a Bolívar a liberar con un puñado de soldados a Venezuela. Alfonso López Michelsen sostuvo con fina ironía que Bogotá era el Tíbet de la región. Es sorprendente la ligereza como se tratan en el país los temas de política exterior y la crisis de Ucrania, digna de elogio la discreción al respecto de la canciller María Ángela Holguín. Moscú ha vivido desde siglos inmemoriales cuando reinaban los zares bajo la presión externa, de mongoles, chinos y europeos. El Mar Negro que tiene 436.350 km² es clave para Rusia, no todos están al tanto de que de ese histórico mar son países ribereños: Turquía, Bulgaria, Rumania, Ucrania, Rusia, Georgia y la república de Abjasia. Las ciudades ribereñas más importantes, son: Estambul, Burgas, Varna, Mangalia, Constanza, Odesa, Sebastopol,Yalta, Kerch, Berdyansk, Mariupol, Taganrog, Azov, Novorossiysk, Sochi, Sujumi, Poti, Batumi, Trabzon, Samsun, Sinope y Zonguldak. Presuponer que un político como Vladimir Putin se deje quitar a sombrerazos la base naval de Sebastopol demuestra una ignorancia supina. Rusia, desde ese puerto estratégico, puede mover sus naves hacia las costas de los Estados miembros de la OTAN. Es la vía que al cruzar el Bósforo, les facilita a los buques de guerra y comerciales llegar al mar Mediterráneo. Ya en tiempos de Iván el Terrible, quien fue el primero en hacerse consagrar como Zar, Rusia entiende los dictados del medio geográfico y se deja llevar por el expansionismo para no ser avasallada hacia el este, con el fin de someter a los cosacos de Siberia, los tártaros de Crimea orquestaron el feroz ataque contra Moscú en 1571. La ciudad fue abatida e incendiada, en medio de una sangrienta carnicería. Los pueblos con historia no olvidan el pasado por cruel que pueda ser.
La banalidad e ingenuidad de los comentaristas locales sobre Rusia y los países vecinos es sorprendente. Lo evidente es que Putin nos recuerda a Iván el Terrible, dispuesto a todo para engrandecer su país. En ese aspecto no es un revolucionario, sino un contrarrevolucionario. Es de recordar que el habilísimo político declaró en el 2005 que “la mayor catástrofe geopolítica, había sido la desintegración de la Unión Soviética”. Su misión histórica, entonces, es juntar a como dé lugar las partes del rompecabezas que le permitan recobrar a su país la preponderancia regional y mundial. El célebre geógrafo inglés sir Halford John MacKinder enriqueció la visión geopolítica universal, al develar el significado geopolítico de Rusia y establecer que: “El que manda en Europa Oriental domina el núcleo vital (heartland); quien manda en el núcleo vital domina la isla mundial; el que manda en la isla mundial domina al mundo”. La preponderancia rusa no se debe en exclusiva a ese fenómeno, es de recordar que el mismo geopolítico sostuvo con visón profética en 1903, que ese heartland o pivote mundial ruso le daba excepcionales ventajas como núcleo vital de la isla mundial, para dominar el globo. Lo que no es de sorprender cuando Inglaterra desde la pequeña isla dominó medio mundo. No podemos olvidar las admoniciones de Albert Einstein, sobre los peligros catastróficos que encierran los juegos de guerra de las potencias nucleares.