El intento del gobierno venezolano por ganar tiempo ocultando el estado agónico del comandante Hugo Chávez resultó superior a los efectos negativos del silencio trapense del gobernante. Las gentes no concebían que quien hizo de la palabra un medio de gobernar bajo el influjo de la inspiración, algo así como el capricho y la demagogia puros, permaneciera mudo desde el 11 de diciembre.
A partir de ahora de lo que se trata es de evitar que una Venezuela dividida y con los nervios destrozados se lance a la confrontación. Debe cumplirse con la última voluntad del comandante que postuló como su sucesor, en caso de muerte, a Nicolás Maduro. Es de recordar que Chávez consiguió llegar al poder en diversas oportunidades por el voto popular. Eso le garantizó el apoyo de las Fuerzas Armadas. Así que la legitimidad estuvo con el régimen, pese a sus abusos y constantes persecuciones contra los medios de comunicación y la oposición, en un remedo de la democracia.
El problema actual de Venezuela es que el modelo económico es insostenible y la población no está dispuesta a seguir bajo y el yugo de Cuba. Los venezolanos reclaman libertad y una verdadera democracia. Lo primero es que se liberen los presos políticos y se permita a los exiliados políticos volver al país.
Si Maduro respeta el legado de Chávez y acepta una gesta electoral limpia se ganará el respeto de todos los venezolanos y del mundo. Ese es el gran desafío: democracia, libertad y elecciones transparentes. Lo contrario sería optar por el abismo institucional y una confrontación que podría desembocar en situaciones críticas, muy al estilo de los países árabes, dada la presencia en la vecina nación de mercenarios cubanos y de las Farc. Es importante, entonces, que tanto desde las filas del chavismo como de la oposición prime la cordura y se envíen mensajes a sus respectivas bases para que las emociones encontradas y a flor de piel no degeneren en asonadas y brotes de violencia.
Aunque el oficialismo insistió ayer, al anunciar el deceso del mandatario, en que se respetarán los canales constitucionales, la advertencia anoche del canciller Elías Jaua en torno “ahora que se ha producido una falta absoluta asume el vicepresidente de la República como presidente y se convoca a elecciones en los próximos 30 días. Es el mandato que nos dio el comandante presidente Hugo Chávez", generó de inmediato dudas y prevenciones, puesto que por norma superior el llamado a ejercer el mando de forma temporal era el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
Mal precedente sin duda para la campaña electoral exprés que se desarrollará durante las próximas cuatro semanas. El chavismo parece desconocer que esos comicios serán claves no sólo porque señalarán a quién tendrá las riendas del país los próximos años, sino porque más allá de quién triunfe en las urnas, asegurar la transparencia del proceso será la única vía segura para que una nación altamente polarizada empiece a encontrar escenarios, no tanto de consenso, pero sí de respeto por las diferencias y de aceptación objetiva de los mandatos democráticos. En principio parece imponerse la urgencia de que la OEA y la Unasur puedan ser enviar misiones de observación para vigilar que no haya claroscuros en una campaña que arranca ensombrecida al tenor del anuncio anoche sobre la no asunción de Cabello.
Es claro que el candidato del oficialismo será el hoy vicepresidente Maduro y que éste tiene como principales retos no sólo evidenciarle a las bases oficialistas que sí puede reemplazar a un mandatario de claro tinte caudillista, sino que debe maniobrar rápidamente para evitar que las fisuras en la dirigencia chavista se continúen profundizando.
Las banderas de la oposición serán defendidas por Henrique Capriles, quien tras haber perdido con Chávez en octubre pasado, tiene ahora una segunda y definitiva oportunidad, no sólo porque en esta ocasión no se enfrentará a una figura tan fuerte y convocante como el fallecido presidente, sino porque la crisis venezolana es hoy más palpable y su discurso de corregir el rumbo podría tener más eco en la ciudadanía, sobre todo en la franja de indecisos y abstencionistas, quienes finalmente pueden terminar siendo el fiel de la balanza político-electoral.
Como se ve, difícilmente se puede encontrar en las últimas décadas un momento tan definitivo para el futuro político, económico, institucional y social de Venezuela como la campaña que se avecina. Aventurar qué puede pasar es arriesgado. Lo importante es que sea cual sea el resultado, el tránsito hacia la época post-Chávez se haga de forma pacífica y, sobre todo, democrática.