* Estado de ánimo nacional
* Economía, empleo y reformas, los retos
Para nadie es secreto que el estado de ánimo frente al rumbo de cualquier país se vería drásticamente afectado por la pandemia del coronavirus. Es lo que, de acuerdo con la última encuesta de Invamer, también ha venido ocurriendo en Colombia, aunque las altas dosis de pesimismo frente a la marcha de la nación, no solo se han instalado desde hace un par de lustros, sino que incluso han oscilado intermitentemente desde tiempos más remotos.
Sin embargo, no ocurre lo mismo, ciertamente, con otros sondeos recientes. En ellos, cuando se pregunta si su vida y la de su familia van por buen camino, la mayoría de colombianos suelen contestar favorablemente (Yanhaas). Esto indica, en principio, que una cosa es lo que piensa el ciudadano de las posibilidades de su entorno más directo, en lo que casi siempre se manifiesta optimista, y otra muy diferente es su percepción sobre la realidad nacional que, por lo general, resulta altamente pesimista.
En ese sentido, los colombianos han perdido consistentemente su credibilidad en las instituciones, como bien puede observarse en las tendencias de Invamer. Por una parte, esto podría deberse a que el país, pese a todos los esfuerzos y a las diferentes aproximaciones en procura de la estabilización en las épocas contemporáneas, bien por vía de la llamada salida negociada o de la seguridad nacional o “democrática”, sigue incidido por las calamitosas y recicladas circunstancias de orden público, con todas sus secuelas dramáticas y las diversas variantes de la criminalidad. Por supuesto, esto afecta el ánimo general de la nación, aún si las Fuerzas Armadas mantienen índices favorables y el tema no ocupa el primer lugar de las preocupaciones, como en otras etapas.
Pero, aún más allá, también es claro que frente a las obligaciones funcionales que se derivan de la Constitución, esencialmente en cuanto a las tres ramas del poder público, la credibilidad permanece por el piso, con una propensión hacia el agravamiento. De tal manera, en cada uno de los aspectos que suponen la razón de ser del Estado la encuesta de Invamer demuestra, a todas luces, que los colombianos no están satisfechos con el desenvolvimiento estatal en prácticamente ninguno de sus organismos primordiales. Y eso, desde luego, debe ser motivo de honda preocupación.
En estricto sentido parecería, de otro lado, que del conjunto de respuestas podría concluirse un reproche tácito y generalizado a la Constitución que, si bien no tiene responsabilidad ninguna en cómo se manejen sus postulados, termina erosionada en todos sus flancos, con perjuicios adicionales tan lesivos como el de la corrupción. Y por ello también es evidente que las reformas urgentes en tantas materias, como la justicia, el Congreso, las pensiones, el trabajo, la salud, entre otras, y que sorprendentemente poco hacen parte de la actual campaña presidencial y parlamentaria, son un imperativo categórico si en verdad se quisiera modificar ese ambiente negativo y romper la brecha del ciudadano con las instituciones.
Precisamente, tal vez sea por esa ausencia de respuestas a los asuntos de interés primordial que los propios candidatos presidenciales muestran, como fenómeno general, índices desfavorables superiores a su favorabilidad. Y adicionalmente esta situación podría ser indicativa, asimismo, de que entre mayor polarización y menor debate sustancial el ciudadano pierde motivación en la justa democrática, lo que en no poca medida podría llevar a la abulia electoral.
Por otra parte, es determinante en el sondeo de Invamer, como en otras encuestas que han venido publicándose, que la preocupación prioritaria de los colombianos es la economía y todo lo que de ella se desprende, como el desempleo, las posibilidades de salud y educación, y ahora la inflación. En efecto, la carestía, como lo hemos reiterado en estas líneas, tiene un alto impacto sicológico y así alcanza a vislumbrarse sobre el estado de ánimo con el solo incremento inflacionario del último mes.
Pero de colofón y al mismo tiempo es cada día más evidente, en muchas encuestas (incluida la de Invamer) el creciente y amplio temor que tienen los colombianos de que el país termine como Venezuela, con su hambruna y desolación, es decir, el atentado más directo tanto contra Colombia como contra el entorno familiar. Y ese, que podríamos llamar el “factor Venezuela”, es lo que hoy también pesa sobremanera en el estado de ánimo de los colombianos.