El as en la manga | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Septiembre de 2013

*La jugada de acudir a la ONU

*Realismo filosófico de Kant

 

El  presidente Juan Manuel Santos, quien entiende su mandato constitucional como un compromiso  por la paz, después del desplome en las encuestas y del cambio de gabinete, ha sacado casi al día siguiente un as del cubilete mágico, con el propósito firme de terminar el conflicto. El momento político es complejo y confuso, por cuanto no se han cumplido los tiempos en los que se esperaba se desarrollaran las negociaciones en La Habana entre el Gobierno y los alzados en armas. Y los cinco puntos iniciales acordados se han convertido en un catálogo de propuestas y supuestos  de toda índole, desde la impunidad total a cambios fundamentales en la estructura del Estado y la sociedad misma, con la solicitud de aprobar distintas zonas campesinas en lo que algunos adivinan el viejo esfuerzo de las Farc por crear varias  repúblicas independientes. Todo parece indicar que en medio de la discrepancia ninguna de las partes está dispuesta a levantarse de la mesa sin conseguir su objetivo, lo que para algunos es un indicador positivo para alcanzar un acuerdo, como lo han expresado varios generales retirados del Ejército en la edición dominical de El Nuevo Siglo, en donde sostienen que la debilidad de las Farc y la defenestración de gran parte del Secretariado de esa organización, los tienen en situación tan critica que por eso mismo negocian en La Habana. En la capital cubana los jerarcas de ese grupo armado contra el Estado colombiano dicen que liquidar a los miembros del Secretariado no afecta sus operaciones y se ufanan que ni con alianza con los Estados Unidos en el Plan Colombia, los han podido aniquilar, puesto que han vuelto a la guerra de guerrillas y guerra de liberación, con evidente apoyo soterrado y abierto en varios países de la región.

Los que adversan al Gobierno de Santos y no están por la negociación de paz, ni transar la ley, ni que se avance a la impunidad, manifiestan que al caer el gobernante en el 21% en las encuestas, carece en este momento del respaldo y las mayorías, que son indispensables para ser fuerte en una negociación. Mayorías que intentó convocar en una marcha por la paz que encabezó el gobernante en Bogotá, que resultó lánguida. Por lo mismo sostienen que la legitimidad de Santos para negociar está cuestionada, por cuanto los que votaron por él para la Presidencial lo hicieron con la finalidad de que ganara la guerra. Para los partidarios de Santos, este argumento en contra de su jefe, es una de las razones que el político bogotano sopesa para convocar a un Referéndum, precisamente, con la idea de relegitimar su mandato y convertirlo en un compromiso por la paz, que facilitaría su reelección. Es muy grave tener un Estado débil y un gobernante debilitado en una negociación por la paz.

Con ese objetivo político, Santos, anuncia su voluntad de acudir a la  Asamblea General de la ONU, a finales de este  mes, para plantear el debate sobre el modelo de justicia transicional que aplicará con la guerrilla. Como se sabe, en la ONU le dan poco tiempo a los gobernantes para hablar, en particular cuando no se trata de una potencia. Sin que de momento en temas tan complejos se tomen decisiones de fondo. Y no faltan los que consideran que el estar de precandidato a la reelección le resta fuerza a su argumentación, en cuanto la ONU no está por cambiar sus normas ni las de la Corte Penal Internacional de Justicia de La Haya, para beneficiar el juego político de un candidato a la reelección, así se arrope con la bandera de la paz. A lo que los seguidores de Santos replican que eso no es nuevo, por vía de las negociaciones y acuerdos entre las partes y los organismos internacionales se hizo la paz y se consiguió que antiguos guerrilleros, que estuvieron en prisión y fueron ferozmente torturados como el Presidente de Uruguay y la Presidenta de Brasil, quienes recibieron beneficios legales y hoy ejercen el poder. Argumento similar se repite con  el caso de Ortega en Nicaragua y en otros países como El Salvador. Cada rato van a la ONU gobernantes con compromisos políticos locales. En lo que están de acuerdo las partes es en reconocer que es una jugada presidencial de enorme audacia, que habría podido ser antecedida hace varios meses por la explicación y refutación en ese organismo del fallo inicuo de La Haya contra Colombia, con el argumento de que el mismo afecta la normatividad internacional, el respeto por los tratados, las fronteras históricas entre las naciones, así como se violan de manera flagrante los compromisos e instancias interamericanas y los derechos humanos de los isleños colombianos en San Andrés y Providencia, Santa Catalina y los cayos. Que son similares argumentos a los que se  esgrimen ahora para acudir a la ONU: que el mundo respete la soberanía jurídica del país. Como se recuerda, el Gobierno solicitó un concepto del Tribunal Penal Internacional de la Haya, sobre sus proyectos de avanzar en aspectos delicadísimos y fundamentales de la justicia, como sería a los que se denomina justicia transicional. Y recibió como respuesta un baldado de agua fría por cuenta de la Fiscal de ese organismo, Fatou Bensouda, la que descartó de plano que se ignoren los delitos de lesa humanidad e insistió en verdad, justicia y reparación.

En el plano filosófico es preciso recordar a Emanuel Kant, en sus trabajos sobre la paz, quien nos recuerda con realismo y elocuencia insuperable que: “la  paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza, -status naturalis- el estado de naturaleza es más bien la guerra, es decir, un estado en donde aunque las hostilidades no hayan sido rotas, existe la constante amenazas de romperlas. Por lo tanto, la paz es algo que debe ser restaurado pues abstenerse de romper las hostilidades no basta para asegurar la paz y si los que viven juntos no se han dado mutuas seguridades, cosa que solo en el estado civil puede acontecer, cabe que cada uno de ellos, habiendo previamente requerido al otro, lo considere y trate si se niega como un enemigo”.

 

Es muy grave tener un Estado débil y un gobernante debilitado en una negociación por la paz