Álvaro Gómez, como humanista, le daba gran importancia a su relación con los estudiantes, en cuanto su generosidad intelectual lo llevaba a compartir sus conocimientos con ellos, departir, indicarles libros y conocer sus opiniones. Su formación universal le permitía tratar temas muy variados de la cultura, recrearse en la historia de Grecia, particularmente de Aristóteles, de los grandes pensadores y avanzar por la evolución del pensamiento occidental, para engarzarlo con el periplo romano y su desarrollo en España, junto con la evolución político-cultural de la Península hasta los Reyes Católicos y la expansión de su pensamiento en la formación del Imperio Español en América. Escucharlo era una experiencia fascinante para los estudiantes de entonces, con el objetivo de entender el sentido histórico-político de nuestra región. Y para dar esas clases debía sacar tiempo precioso de sus ocupaciones políticas y asuntos de Estado, para prepararlas cuidadosamente y sumergirse en los grandes problemas de la cultura y la historia. Al mismo tiempo, como político, en otros medios analizaba la sociedad colombiana, un tanto sorprendido por la decadencia en la que la encontraba desde el tiempo que estuvo como embajador en el exterior y su retorno al país. ¿Qué pasa en Colombia? Esto se nos está pudriendo, exclamaba.
Como se recuerda, el gran hombre fue asesinado cuando combatía el Régimen, que estaba por encima de los partidos y según sus palabras: “es más poderoso y más duradero que los elementos que lo integran. A él pertenecen con diferente importancia, pero con igual espíritu de sumisión, el Congreso, los partidos políticos, la burocracia, naturalmente; la prensa oficialista, los grupos económicos más hábiles, los contratistas… El gobierno es dentro del Régimen el gran dispensador de favores, pero, a su vez, es el gran prisionero”.
Pasa el agua bajo los puentes, transcurren los días, los meses y los años, desde cuando Álvaro Gómez, denunció el Régimen y las balas homicidas lo silencian el 2 de noviembre de 1995, cuando salía de dar su clase sobre Cultura en la Universidad Sergio Arboleda, que dejó como estupefacta y huérfanas a las gentes de bien y la investigación sobre el crimen va tan lenta como el cangrejo. Las gentes sencillas de todas condiciones no se explican cómo sigue el cobarde crimen en la impunidad. ¿En dónde está la justicia? ¿Hasta las piedras parecieran preguntarse en Colombia, qué pasó y cuál es la causa de que ese alevoso atentado siga en la impunidad? ¿Cómo es posible que la Fiscalía General, de la que el dirigente conservador fue el principal promotor, desde antes que se consagrara en la Constitución de 1991, con más de 20.000 funcionarios y multimillonarios recursos, no consiga esclarecer el crimen? ¿Qué clase de influencias y poderosos tentáculos prevalecen para que la investigación de ese crimen de lesa humanidad contra Álvaro Gómez permanezca en el limbo?
El crimen del dirigente conservador, a juicio de conocidos penalistas y tratadistas internacionales, es un delito de lesa humanidad, en cuanto se contabiliza entre los grandes crímenes que han azotado el país por cuenta de la violencia y la guerra interna. Así, como por formar parte de una agresión armada contra el conjunto de la sociedad al eliminar brutalmente en ese momento al más notable de sus dirigentes, precisamente cuando convocaba a los colombianos de diversas condiciones a forjar la solidaridad nacional para combatir la corrupción y darle contenido profundo e histórico a la política, que en tal sentido consideraba una de las más nobles actividades humanas. Por ser de tal magnitud y elevación espiritual el propósito por el cual convocaba a los colombianos a limpiar los establos del Régimen, encarnaba en esa misión el querer de las mayorías, por tanto se considera que su brutal eliminación es un crimen de lesa humanidad. Al acallar al defensor de los valores más caros de nuestra sociedad se atentó contra todos los colombianos, un crimen de lesa humanidad. Al disparar contra el político inerme, cuyo vehículo -inexplicablemente- no era blindado, ni contaba con las mínimas exigencias de seguridad, las balas cobardes tenían el objetivo de eliminarlo y de atemorizar al resto de la sociedad.
Después del Juicio de Núremberg, en donde se juzgó a varios dirigentes del nazismo, como al crearse la ONU, se persiguen globalmente los crímenes de lesa humanidad por su gravedad y para evitar su prescripción en el tiempo. Lo que se acepta internacionalmente y se combate en todas las sociedades civilizadas. Es el caso del magnicidio de Álvaro Gómez, un dirigente insobornable, con un hogar ejemplar, un humanista de elevada condición moral, que dedica su inteligencia desde muy joven a la alta política desde la prensa y la cátedra, un verdadero patriota, que estaba en campaña solitaria por denunciar el Régimen y recobrar los ideales democráticos de los fundadores de la República. El crimen desgraciado quiso eliminar la voz de la conciencia nacional, razón de más para que no quede impune y que los colombianos reclamemos de las autoridades que cumplan sobre la marcha de la investigación con el deber insoslayable de declararlo de lesa humanidad.