*Reconocimiento nacional a las FF.AA. y de Policía
*Las conversaciones de paz y el triunfo militar
Entre las crónicas y análisis hechos a raíz de la posesión presidencial no mucha repercusión ha tenido el prolongado aplauso a las Fuerzas Armadas y de Policía. En general, esto no suele ocurrir, siendo una sesión solemne en la que se da por descontado que todas las instituciones cumplen a diario con su deber. Pero la conducta espontánea de los asistentes al aplaudir, mientras el Presidente reconocía a los oficiales, suboficiales, soldados y policías, demuestra el nivel de arraigo que tienen ellos entre los nacionales y el grande agradecimiento que existe por sus labores.
No en vano el país ha sufrido, desde hace décadas, un conflicto armado interno en el que finalmente se impusieron las fuerzas legítimas y cuya preponderancia, precisamente, fue lo que permitió la apertura de los diálogos en La Habana con las Farc y la exploración de conversaciones para poner fin a la confrontación con el Eln.
Pero no solo eso. El país, por igual, ha venido cediendo paulatinamente en la infausta cultura del homicidio, ha proscrito prácticamente el secuestro y ha venido bajando las lesiones personales, recuperando a su vez la soberanía y la tranquilidad en la gran mayoría del territorio nacional. Inclusive, puede decirse que las acciones del conflicto armado interno se reducen a un 15 por ciento de las zonas del país.
De otro lado, el combate contra el narcotráfico ha permitido considerablemente la disminución de exportación de toneladas métricas de cocaína y la reducción de cultivos ilícitos de 150 mil a las 48 mil hectáreas actuales, tanto por la vía de la aspersión como de la erradicación manual. De tal modo, también se han venido neutralizando, en manera importante, las denominadas Bacrim y el foco de la atención debe ahora dirigirse particularmente hacia la seguridad ciudadana y los llamados delitos de alto impacto, concentrando a su vez las Armas en los retos fronterizos y las eventualidades internacionales.
Haber dado de baja o neutralizado a más de 53 comandantes guerrilleros, lo mismo que fortalecido el plan de desmovilización, con la entrega de armas por parte de 5.500 subversivos y la captura de 9.327 miembros de los grupos irregulares, es señal categórica de que el principio de autoridad no ha cedido, sino que se vigorizó.
No quiere decir, desde luego, que no existan grandes retos hacia el futuro, pero la salva de aplausos a las fuerzas del orden, que además fue la interpretación de lo que sienten y piensan la gran mayoría de colombianos, sin distingos políticos o partidistas, resonó hasta el último rincón de la nación. Y no es exageración decirlo. Posiblemente se esté en mora de hacer un homenaje exclusivo a las FF.AA. y en el que pueda quedar claro que siempre la institucionalidad ganará sobre el divisionismo, la desestabilización y la irregularidad.
No es gratuito, por tanto, que la Fuerza Pública se mantenga muy alto en la favorabilidad de las encuestas. Hay elementos, desde luego, que han producido y alertas, como los denominados “falsos positivos” o daños colaterales en algunos ejercicios bélicos. Aun así, en medio de décadas de desgaste y en una guerra tan prolongada como para producir una erosión irremediable en el aparato estatal, las Fuerzas Militares han sabido capear el temporal y salir avantes dentro del marco irrestricto de la Constitución.
En la última campaña electoral, cuando algunos quisieron inocular la actividad castrense y policial de las pasiones políticas, se alcanzó a transitar un camino temerario y alejado de las sanas costumbres colombianas. Todo ello fue derrotado de un palmo. Las maniobras de quienes pretendieron infiltrar la inteligencia militar y usarla en propósitos desinstitucionalizadores no tuvieron cabida dentro de la generalidad y acato que deben las fuerzas del orden a su Comandante Supremo.
Queda claro, así mismo, que en una reconciliación integral de la sociedad colombiana, como la que actualmente se pretende, tendrá que contarse con mecanismos propios, dentro del Marco para la Paz, a objeto de que los militares que, en razón de su servicio, pudieron cometer yerros o desproporcionalidades, tengan penas, excarcelaciones o sanciones alternativas.
No alcanzan ellos, sin embargo, el uno por ciento del cuerpo castrense colombiano, lo que a su vez demuestra cómo en la grandísima mayoría de los casos se fue y se sigue siendo totalmente fiel al principio de legalidad. El monopolio de las armas siempre debe estar en quienes el constituyente primario ha establecido para ello, tal y como ha quedado plausiblemente establecido.
El aplauso prolongado y generalizado de los colombianos a la Fuerza Pública es síntoma clarísimo de que el país le agradece y cuenta irrestrictamente con ella para el posconflicto. (JGU)