El acercamiento de los gobiernos de Estados Unidos y Cuba ha suscitado toda suerte de comentarios, que de seguro seguirán por años. Los entuertos más complejos de la política y de las relaciones internacionales en tiempos de la Guerra Fría fueron muy enmarañados y contradictorios, por lo que contrastan con la ligereza con que hoy se relatan los hechos. Stalin, el dirigente ruso, enemigo furioso del capitalismo, fue armado por los Aliados para luchar contra Hitler, por lo que termina al final de la Segunda Guerra Mundial anexándose varios países de Europa. Las bombas atómicas que aniquilan dos urbes del Japón, lo mismo que la información secreta sobre la intención de Churchill, que proponía descargar otras bombas devastadoras sobre Rusia, determinan a Stalin a desatar la Guerra Fría. Era algo inevitable en tanto persiguiera extender su influjo revolucionario mundial. Fue la división entre el este y oeste del planeta.
La revolución cubana se enmarca en esa lucha entre las potencias, al quedar bajo la órbita soviética, marcada por guerras de baja intensidad. Esto último por cuanto la bomba atómica limita el uso del arsenal bélico de los países más poderosos, puesto que la Unión Soviética también consigue detonar la suya. Fidel Castro, así como había logrado que los capitalistas amigos financiaran su empresa subversiva, luego consigue que Rusia gire los fondos para sostener la burocracia parasitaria. El gobierno de Batista, que se da a la fuga, estaba carcomido por la corrupción y las mafias ‘gringas’ dominaban los casinos y la prostitución, que producían multimillonarios dividendos explotando a turistas y nativos, todo ello con la complicidad de las autoridades que otorgaban los permisos y ganaban jugosas comisiones.
En el anverso de esa historia mal contada, estaba la otra Cuba, la trabajadora, conformada su élite por prestigiosos profesionales y empresarios que explotaban el agro y eran los más avanzados en servicios, como la televisión. Fidel nunca pudo superar la zafra de los días de la empresa privada.
Colombia, con Alberto Lleras, tuvo una postura defensiva contra Cuba. Sencillamente en Punta del Este, con la presencia del Che Guevara y Álvaro Gómez, se acordó defender la democracia contra el intento castrista de exportar la revolución, como en efecto lo hizo en nuestro país.