* Duque en el Consejo de Seguridad
* ¡Ni tanto honor, ni tanta indignidad!
La actitud del representante ruso ante la ONU contra el programa de Paz con Legalidad, promovido y defendido anteayer por el presidente Iván Duque en el seno del Consejo de Seguridad, es la demostración de que las relaciones colombo-rusas son cada día más complejas y proclives a la tensión.
En efecto, el hombre de confianza de Vladimir Putin, fiel al mandato perentorio de Moscú, sostuvo que Colombia, a raíz de las inquietudes que ellos tienen sobre el proceso de paz con las Farc, no es un país normal. Lo cual, desde luego, es indicativo de que el embajador ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Porque es una circunstancia más que evidente, para cualquiera que tenga el más mínimo interés sobre el devenir internacional actual, que el país que no es normal, tanto a ojos del Consejo de Seguridad como de la mayoría de la ONU y del mundo, no es por supuesto Colombia, sino precisamente Rusia.
De hecho, no sería acaso por un accidente extemporáneo que este país haya sufrido la comprometida situación de haber sido expulsado, hasta nueva orden, del magno organismo de derechos humanos de aquella institución global. Y tampoco es secreto, así este sea un anuncio quizá simbólico o de lo que ellos mismos llaman parte de la “guerra política”, que las máximas autoridades rusas penden de ser encausadas bajo los cánones establecidos por la ONU en el marco del Estatuto Penal de Roma y las cláusulas del Derecho Internacional Humanitario (DIH).
Se sabe, claro está, que Rusia no firmó estos compromisos, desarrollados a partir de los juicios de Nuremberg contra los jefes nazis que no alcanzaron a suicidarse o lo hicieron en medio de las más dramáticas acusaciones de exterminio de que el planeta ha tenido noticia. Como tampoco lo hizo, por ejemplo, Estados Unidos. En todo caso, no fue Colombia, sino el presidente Joe Biden quien tildó a Putin de criminal de guerra, como cualquier Milosevic de nueva generación, y en ese caso sujeto, a partir de los Convenios de Ginebra, a cualquier tipo de juicio, a propósito de las acciones desatadas en Ucrania.
El presidente Duque no replicó al representante ruso en esos términos, pero sí habló de los “hechos fratricidas” y la importancia para la humanidad de que el “genocidio” termine, palabras efectivamente asociadas al DIH. Y con énfasis, pero con serenidad, sostuvo que “es muy importante que aquí, en este Consejo de Seguridad, no se hable de paz por quienes están sembrando la guerra y la desolación”.
De otra parte, el cambio de tono del gobierno ruso con Colombia no es de sorprender y obviamente era un tema calculado en un teatro político de esta índole. Es claro que, ya haciendo parte de los protocolos alternos de la OTAN, y habiendo votado todas las resoluciones en favor de Ucrania, nuestro país es un franco aliado de las democracias occidentales. Pero no solo por eso, ni siquiera por haber hablado con Volodímir Zelensky… El sistema democrático colombiano es uno de los más antiguos de América, lo mismo que del globo, cosa bien sabida por Rusia. Por lo cual es conducta perfectamente natural que, como prioridad de la política internacional, se defiendan los postulados de orden y libertad frente a imposiciones autocráticas. Así como se exija respetar el principio sagrado de la libre autodeterminación de los pueblos.
Asimismo, el programa de Paz con Legalidad recibió el respaldo del Consejo de Seguridad, donde los países y verificadores expresaron sus opiniones sin sesgos políticos y relievaron los avances en medio de las dificultades. En efecto, sin la estructuración lograda, el presupuesto atinente y la disciplina de trabajo mucho se habría quedado en enunciados. Fue lo que en su gran mayoría le reconocieron a Duque, a excepción de la opinión remisa o al menos enfurruscada y ciertamente aislada de Rusia. Todo, claro, no por el desarrollo del programa en sí mismo, sino porque era la oportunidad de Moscú de poner unas banderillas y de coletazo sugerir que esperaban un próximo gobierno de otra factura. Mejor dicho: el abrazo del oso.
Bajo esa premisa lo que palpita en el fondo, visto el contexto internacional, es que Rusia muy seguramente se sentiría mucho más a gusto con un gobierno colombiano que actuara en su favor en vez de hacerlo con Ucrania (que ya sabemos cuál sería). Y que así pudiera tratar a Colombia en las mismas condiciones de la satrapía venezolana. ¡Ni tanto honor, ni tanta indignidad!