* Banco Mundial, FMI y más pronósticos a la baja
* Incertidumbre disparada y sin plan de choque
A medida que se conocen pronósticos sobre el desempeño de la economía colombiana este año, la preocupación aumenta. Tras el pobrísimo dato de 2023, cuando el aparato productivo apenas avanzó un 0,6%, escapando por poco del riesgo recesivo, las proyecciones para 2024 eran tímidas, pero optimistas, apostando por un PIB a diciembre cercano al 2%. Sin embargo, superado el primer trimestre el pesimismo se generaliza.
Días atrás el Banco Mundial dio un campanazo al respecto, rebajando las expectativas de crecimiento económico colombiano a 1,3%, lejos del 1,8% que preveía en enero. Ayer el turno le correspondió al Fondo Monetario Internacional, que del 1,3% que pronosticaba en febrero ahora se bajó a un 1,1%. La OCDE también situó a nuestro país en el vagón de atrás de ese bloque de naciones.
Pero no solo son las instancias multilaterales las que no ven señales de un efecto rebote sustancial. El Banco de la República, en la última reunión de su junta directiva, también apostó por un 1,1% de crecimiento, en tanto que el ministro de Hacienda no va más allá del 1,5%. Los centros de estudios económicos proyectan cifras entre el 1% y 1,6%, aunque algunos consideran que entre enero y marzo el desempeño productivo fue muy regular, incluso con alertas de 0,6% o unas décimas más.
Hemos recalcado en estas páginas que difícilmente se le puede exigir al aparato productivo un repunte más sólido cuando el Gobierno no ha aplicado un plan de choque efectivo para reactivar la economía. De hecho, el único hecho tangible en esa dirección en lo corrido de 2024 es la baja de la inflación, que ya se ubica en 7,36% para los últimos doce meses y 2,73% año corrido, una baja sustancial frente a los guarismos de 13,34% y 4,56% que se tenían al cierre del primer trimestre de 2023, respectivamente.
Pero ese es un logro exclusivo de la política contracíclica del Banco de la República, aplicada de forma consistente desde hace dos años, incluso a contracorriente de la Administración Petro. En ese orden de ideas, resulta desde ilógico hasta oportunista que la Casa de Nariño saque pecho por la disminución del costo de vida. Es más, la reducción podría haber sido mayor si el Ejecutivo hubiera acertado en un control efectivo de las tarifas de los servicios públicos o aplicado un cronograma menos drástico en la nivelación de los precios de la gasolina en el último año. Resulta innegable, finalmente, que sin la tendencia inflacionaria a la baja el Banco no habría comenzado a bajar gradualmente sus tasas de interés de referencia, abaratando el costo del dinero, inyectando liquidez a la economía real y facilitando un clima de negocios más propicio para impulsar, poco a poco, industria, comercio y consumo de los hogares.
Vistas las cifras del primer trimestre, hay un despertar lento de la construcción y la vivienda, así como un cambio de tendencia en la caída exportadora. No obstante, los datos de inversión, el desempleo, así como de otros sectores intensos en demanda de mano de obra y dinamismo productivo todavía están en rojo. La incertidumbre económica se mantiene e incluso aumenta, ya sea por el rumbo de las principales reformas gubernamentales en el Congreso y las controvertidas medidas tomadas por la Casa de Nariño en el sistema de salud o por anuncios tan preocupantes como una nueva reforma tributaria, el cantado incumplimiento de la regla fiscal, la baja ejecución presupuestal oficial y la intempestiva y riesgosa propuesta de renegociar con el FMI el pago de la deuda externa pública de corto plazo…
En ese orden de ideas, resulta claro que la economía continúa en cuidados intensivos, impactada además por factores exógenos como las crisis geopolíticas, las guerras en Ucrania y Medio Oriente, así como las alertas por el alto endeudamiento público y privado a nivel global. Todo ello explica por qué la confianza inversionista y el clima de negocios siguen a la baja, en tanto que muchas empresas han optado por arriar velas y esperar que pase la tormenta, tratando de sobrevivir en un escenario complicado e, incluso, hostil.
El Gobierno, llamado a conjurar cada uno de los flancos críticos, se empeña, por el contrario, en agravarlos y atravesarse a un sector privado resiliente, que lucha por mantenerse a flote y con ello proteger el empleo y los ingresos de millones y millones de colombianos. Y, como si faltara algo a este cuadro de alertas, ahora tenemos el riesgo a bordo de racionamientos de agua y energía por la imprevisión oficial frente a las tantas veces advertidas consecuencias del fenómeno del Niño.