LA campaña por la Alcaldía de Cartagena y el triunfo del dirigente cívico Dionisio Vélez suscitan el más vivo interés en los círculos políticos locales y nacionales bien informados. Se trata de un duelo sin cuartel de singulares proporciones entre las maquinarias electorales representadas por Socorro Bustamante y Dionisio Vélez Trujillo. El partido de la corrupción en las ciudades, sin importar la sigla que lo identifique, se ha convertido en el más poderoso del país, de manera espontánea viene creciendo como la hiedra, extendiendo sus tentáculos por casi todas las ciudades. Álvaro Gómez lanzó la idea de la elección popular de alcaldes, con el propósito de recuperar la democracia local, que es la que incide directamente en las necesidades de los ciudadanos y donde se definen las políticas que más los afectan. La población había dejado de votar por cuanto el partidismo degeneraba en las ciudades en gigantescos feudos podridos. Y se pensó que era el mejor de los incentivos para que las gentes nuevas y de bien pudiesen servir a la ciudad. Era una fórmula audaz para contener el excesivo poderío presidencial y una iniciativa trascendental para conseguir la anhelada descentralización.
Y la elección popular de alcaldes tuvo la virtud, inicialmente, de sacudir el panorama político, de oxigenarlo y llevar líderes nuevos al poder local. Se consiguió que quienes habían dejado de votar lo hicieran, que jóvenes que nunca habían participado en política por primera vez salieran entusiastas a sufragar. Nuevos jefes cívico-políticos, incluso, algunos abiertamente antipolítIcos, que estaban contra las viejas roscas partidistas, se dieran a conocer. A partir de entonces la política colombiana cobró una dinámica distinta, incluso algunas ciudades se convirtieron en el motor de nuevas propuestas políticas de tipo nacional. Atrás quedaron las viejas roscas dueñas de los votos y las trampas electorales que dominaron durante décadas, como en el caso de Bogotá, en tiempos de los caciques liberales o populistas. Y llegaron personas de todas las tendencias a las alcaldías, en una muestra de pluripartidismo democrático vigoroso. Hasta que, claro, los viejos caciques dueños de los feudos podridos que habían salido súbitamente del juego por la presión del cambio y los movimientos cívicos, se fueron adaptando a la nueva situación y las debilidades que se filtraban del sistema. Las campañas, inicialmente, se alimentaban más del entusiasmo y la novedad que del dinero, pero pronto la competitividad entre las mismas determinó que subieran los gastos. Es cuando aparecen los contratistas, que solucionan el problema de “caja menor” por anticipado, a cambio, al principio, de favores y, después, por contratos y cuotas de poder.
Hoy las campañas por las alcaldías mueven cifras en metálico escandalosas, lo que deriva en mayor corrupción, como lo corroboran los escándalos que sacuden la opinión pública del país por cifras billonarias con las que se llenan las alforjas de los contratistas y sus jefes políticos. No pocos de los supuestos candidatos cívicos e impolutos a las alcaldías o gobernaciones, en ocasiones, jóvenes imberbes, son instrumento de los clanes más corruptos de la política local, que por la vía del engaño y por interpuesta persona se mantienen en el poder. El talento político de los herederos y empresarios de los feudos podridos supera de lejos la imaginación de los novelistas, lo mismo que por la habilidad de camaleón que los singulariza para actuar en varios partidos a la vez y en distintos movimientos cívicos, como en nuevas e imaginativas fórmulas para manejar los sectores marginales y penetrar la sociedad.
Su capacidad de adaptación a los nuevos retos de la política es inagotable, no vacilan en copiar las consignas y las propuestas de sus contendores con cinismo desfachatado, para emplear de manera deliberada un pleonasmo. Por lo tanto han terminado por desacreditar las palabras que tienen que ver con lo cívico, movimientos cívicos, acción cívica, propuesta cívica. Las gentes reaccionan desconfiadas cuando aparece un político con ese cuento, puesto que al llegar al poder algunos de esos movimientos arrasan con el Tesoro Público y dejan las ciudades en ruinas y endeudadas.
Así que el duelo político en Cartagena atrae la atención de todos por cuanto la elección popular de alcaldes les ha permitido elegir a diversos mandatarios y elementos populistas, sin que el trasfondo político cambie. Los viejos feudos se adaptan al cambio y se infiltran en las distintas campañas, cambian la camiseta partidista a cívica sin rubor. Con Dionisio Vélez se revive el auténtico y contagioso civismo cartagenero de otros tiempos, en cuya campaña se excluye de manera contundente la “ayuda” de los viejos caciques. El candidato limitó la financiación de su campaña al círculo familiar, con sumas moderadas para los gastos básicos. Su compromiso se da en torno de resolver unos cuantos problemas de fondo, como el del mercado de Bazurto y avanzar en un plan maestro de drenaje, escoger gentes capaces y convocar a los mejores a gobernar. Lo mismo que hacer una política social realista y positiva, que tiene que ver en gran parte con un tema que domina y le apasiona, fomentar la educación contra el atraso y para elevar la condición humana. Pese a la abstención, Dionisio Vélez Trujillo, obtuvo 95.870, votos una cifra contundente para el cambio.
Por supuesto deberá atender problemas de transporte complejos, como el de Transcaribe que es una solución a medias y sin terminar, que engendra nuevos problemas de movilidad. El Plan de Reordenamiento Urbano en caso de ser manejado con sabiduría y visión de futuro lo podría consagrar. El tema de seguridad es de los más apremiantes por cuando las zonas del río Magdalena desde Barrancabermeja hasta Cartagena, son de las de mayor movilidad social en el país, con gentes en busca de oportunidades sin mayor experiencia laboral calificada, las que por no encontrar empleo terminan hacinadas en barrios marginales, y pueden ser tentadas por los violentos o las bandas que operan en la región. Dionisio Vélez, en teoría, es para la representación de la ciudad, para modernizar la administración, la inversión y el turismo, el mejor alcalde posible.