Doña Margarita Escobar de Gómez | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Febrero de 2016

Si una palabra puede resumir la vida íntegra de doña Margarita Escobar de Gómez, presidente honoraria de esta casa editorial, es dignidad. Desde que nació hasta su muerte en la madrugada de ayer, a los 96 años, su existencia fue en todo ejemplar, mucho más en una mujer de su talante característico que nunca cejó ante los grandes retos y las vicisitudes que le tocó enfrentar al lado de su esposo, Álvaro Gómez Hurtado. Dignidad, pues, en la alegría y dignidad también en el infortunio, doña Margarita siempre estuvo a la altura de las grandes exigencias al mismo tiempo teniendo un don de consejo que, con voz pausada pero enfática, dejaba prosperar cuando era preguntada.

 

El don de consejo no es cualidad común, puesto que ante todo significa tener criterio frente a las cosas y acertar frente a los dilemas que suele plantear la existencia. Así lo hizo siempre que su marido y compañero de toda la vida le pedía opinión. Lo cual quiere decir que tenía tanto formación como entidad propia, seguramente permitiendo durante los 50 años de matrimonio, hasta el día en que fue inmolado el eximio dirigente, una conversación permanente bien en las abstracciones de la cultura, la historia y la política como en las realidades prácticas de la cotidianidad.

 

Precisamente así, ambos, cada cual por aparte, solían definir el matrimonio: una larga conversación que se dejaba y retomaba en las instancias diarias. Una conversación, así dicha, que comprometía los elementos espirituales, las demostraciones del amor, el acervo cultural, la formación de la familia y las vicisitudes del periodismo y la política. A no dudarlo fueron ellos, el doctor Álvaro Gómez Hurtado y doña Margarita Escobar, una pareja irrepetible que bien quedó pintada para el pincel colombiano, en las más de cien cartas que ella hizo públicas y a las que dedicó un libro con todo esmero y cuidado de la correspondencia afectiva. No hay en ellas una sola referencia cursi, como suele pasar cuando el romance privado se da a la luz pública, sino que en el transcurso de la lectura se observan con claridad dos almas conjuntadas por todo aquello interesante y definitivo en el espíritu.

 

No en vano, cuando el doctor Álvaro Gómez fue secuestrado por el M-19, una de las cartas desde el cautiverio a doña Margarita fue aquella del poeta de que: “me haces falta, ¡como me haría falta el corazón!”.  Y es en esa correspondencia, ya en el exilio, ya en casos tan escabrosos como el secuestro, ya en los viajes de separación temporal, donde se puede constatar una relación a todas luces ejemplificante.

 

Le gustaba a doña Margarita especialmente la naturaleza periodística y de historiador que tenía Álvaro Gómez. Algunas veces compartían la relectura de un editorial y ella, siempre partidaria de la palabra precisa, con toda la elegancia y suavidad del caso, sugería un término diferente que diera más fuerza al escrito. Tal vez fue por ello, precisamente, que asesinado el doctor Gómez dedicó sus esfuerzos a la edición y publicación de su cátedra universitaria sobre historia universal y colombiana, que pueden ser tal vez los tres volúmenes en los que mejor se compendia el pensamiento y el estilo del líder inmolado. Lo mismo que quiso fuera recordado por la expresión plástica y briosa del caballo en cuya pintura el doctor Gómez era experto y quedó plasmado en el monumento de homenaje en la carrera 11 con 86 de la capital.

 

Fue doña Margarita fiel compañera en todas las campañas políticas y si bien siempre tuvo cierta prevención por todo aquello que era divisivo y enconado del ejercicio, nunca fue afectada ni por las victorias ni por las derrotas. Mantenía la serenidad a toda prueba y para ellos era fácil cicatrizar las heridas, prestos a nuevas batallas.

 

De Álvaro Gómez doña Margarita dijo en privado, entre muchas de sus condiciones, que día a día le impresionaba más su sentido de la perfectibilidad humana. No era en él, según lo afirmaba, simple teoría sino que trataba de llevarlo a la práctica. Y Álvaro Gómez siempre dijo de ella que no hubiera sobrellevado la existencia con disposición y alegría sino hubiera sido por su bonhomía. Ambos compartían horas oyendo música clásica, lo mismo que intercambiaban libros para discutir. Católicos irrestrictos, siempre creyeron que la doctrina esencial estaba en ver el lado bueno de las cosas. Muy amiga de sus amigas, doña Margarita jamás se negó a un consejo. Baluarte de este periódico en las buenas y en las malas, rezamos por el descanso eterno de la mujer excepcional, y damos condolencias a sus hijos María Mercedes y Mauricio, sus nietos, familiares y amigos.