LA disputa internacional en la que se encuentran la gran mayoría de las naciones que han firmado tratados de comercio, tipo TLC, es cada vez más dura. Países como Alemania se sostienen con tecnología de punta y la alta calidad de su producción, que así sea en ocasiones más cara que la de otras naciones, suele ser más duradera. Se dice que los bombillos alemanes son más caros, pero duran más. El consumidor es el que decide. La más fuerte competencia de la industria teutona se da con la economía más desarrollada y le va muy bien. En China se produce de todo, en unos casos mercancías de regular o pésima calidad, que se venden a precios irrisorios, pero que a la larga los clientes comienzan a desechar en cuanto se acorta la brecha del precio frente a los productos de buena calidad de la misma condición. Corea del Sur entró pisando duro a competir con productos de buena calidad y es una de las economías más fuertes y en ascenso en el mercado global. Vietnam e India se industrializan. Japón está redimensionando su economía e industria, destina grandes presupuestos a investigación. Y Brasil se ha convertido en una potencia regional y con un comercio externo creciente.
Desde que pactamos los TLC con varias naciones ocurrieron diversos fenómenos y se han desvirtuado algunas predicciones, por lo menos de momento, dado que en ese campo las condiciones y la competitividad son cambiantes por factores endógenos y exógenos. Los que anunciaban que el TLC con los Estados Unidos provocaría una avalancha de exportaciones de esa potencia al nuestro, por ahora, se equivocan. Es curioso y amerita profundizar en el asunto, ya que por un par de años tenemos superávit comercial con ese país, en parte por la venta de hidrocarburos. El superávit en la actualidad es de US$ 2.777 millones, lo que indica que el crecimiento de Colombia se debe en gran medida al auge de las exportaciones mineras. Llevamos casi una década de inversiones, explotación y ventas importantes en ese campo, que han producido millones y millones en utilidades y en regalías, que no siempre se han invertido con la visión y pericia que exige la carrera al desarrollo. Lo que se hace evidente cuando se constata el atraso en infraestructura, que en algunos casos no ha sido por falta de recursos, sino por corrupción, malos manejos, deficientes materiales y errada ejecución. Ello es un serio obstáculo para las exportaciones debido a los costos internos del transporte, que son de los más altos del mundo.
Con países avanzados, como Alemania, sufrimos un déficit comercial de US$1.340 millones. Igual con Canadá, siendo mucho mayor con México. La misma situación, a gran escala, se repite con el gigante chino. El déficit sigue con Francia, Bélgica, Bulgaria, Dinamarca, Rumania y otros.
Esos datos del comercio externo deficitario prueban que no se invirtieron los recursos que dejó la bonanza minera como se debiera en este lapso de crecimiento exportador de materias primas. Lo mismo que, como lo señalamos en párrafo anterior, en infraestructura y, en especial, en tecnología de punta para mejorar la competitividad industrial. Desde el momento que Brasil se convirtió en país productor de petróleo se ha esforzado por invertir sus recursos en industrialización y expansión de la producción agrícola, así como en promover la investigación para mejorar, producir más y competir internacionalmente. Cuando no se invierten en forma eficiente y objetiva los dineros que genera la minería, las mismas regiones en donde se explotan sufren por cuenta del deterioro del medio ambiente, ya que los recursos mineros no son renovables y se agotan. En tanto la industria colombiana decrece. Para reanimarla se requieren grandes presupuestos orientados al desarrollo y la competencia externa. De lo contrario la posibilidad de competir con calidad, precios y eficiencia comercial será muy poca.