Es común que los Estados que tienen una visión geopolítica sigan la ruta que les indican sus intereses de manera secreta, puesto que al difundir sus objetivos pueden suscitar fuerzas antagónicas de otros Estados que anulen sus pretensiones. Lo mismo que si se conocen de antemano su estrategia se ensayen coaliciones de intereses contrapuestos. Los Estados están comprometidos, según los dictados de la ONU, en solucionar pacíficamente sus conflictos, punto en el cual Colombia es un ejemplo de tolerancia, ajuste al derecho internacional y respeto de los tratados y convenios internacionales. La diferencia entre diplomacia secreta y abierta se debe a la pretensión del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, quien en sus famosos puntos a favor de la paz establecía en el primer lugar abolir la diplomacia secreta. Se acusaba entonces a las potencias de acordar secretamente políticas contra terceros países, lo que provocaba guerras y movilización de tropas con fines egoístas y abusos de la fuerza. Se alegaba que si la humanidad hubiese conocido a tiempo esos pactos a espaldas de los pueblos se podrían evitar sangrientas guerras y excesos de las potencias. Los 14 puntos de Wilson no fueron aceptados, la diplomacia secreta con el apoyo de los Estados Mayores beligerantes prevalece hasta contribuir a la sangrienta Primera Guerra Mundial, que empujó a Rusia a la revolución comunista.
Y los gobiernos siguen con la diplomacia secreta o por lo menos discreta. La fortaleza documental, la razón, la dialéctica, la autoridad, la sutileza, la mesura, y los buenos modales suelen ser factores importantes en las negociaciones entre los pueblos, que se las encarga a espíritus superiores, de carácter, capaces de conseguir limar asperezas y encontrar puntos de contacto en donde en el pasado prevalecía la frustración, el desacuerdo y el antagonismo. No se trata de engañar al otro, sino de mostrar la conveniencia del apaciguamiento y el acuerdo por encima de la disputa brutal. El secreto tiene un límite y según la conveniencia de los países, la documentación de las negociaciones más delicadas se mantienen secretas, en especial para no perturbar más, atizar los conflictos o suscitar reacciones negativas de distintos países. El Congreso tiene facultades para conocer detalles de estos casos, sin difundir los informes en los medios.
En un caso tan reciente como el de las negociaciones de distintos gobiernos y la defensa de la soberanía colombiana en La Haya, tal como sostiene el ex presidente Andrés Pastrana: “La tradición republicana del consenso en materia de Relaciones Exteriores, elevada al orden constitucional en la expresión de la Comisión Asesora, le ha servido bien a Colombia con el consejo discreto y franco de ex presidentes, ex cancilleres y delegados del Congreso por encima de intereses y diferencias políticas”. Además, agrega, el expresidente conservador: “El señor Presidente ha anunciado su intención de hacer un juicio público, entregando las actas secretas de la Comisión Asesora ‘para que el pueblo juzgue’ -según su expresión radial- y busque responsables entre los últimos ochenta años de continuidad y consenso político nacional en torno al litigio con Nicaragua que culmina en la Corte Internacional de Justicia”.
Por discrepar en cuanto a la confidencialidad de los asuntos de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, como el presidente Juan Manuel Santos había anunciado para que así se conociera el grado de responsabilidad de los distintos gobiernos en el entuerto de La Haya, Pastrana anuncio que dejaría de asistir a la misma. En respuesta el Jefe de Estado le escribe señalando que: “Este país está harto de divisiones, de odios y de enfrentamientos innecesarios y contraproducentes”.
El Jefe de Estado discrepa en cuanto a que Andrés Pastrana haya dicho que su gobierno “tenga la intención de eludir responsabilidades, pues usted es el primero que sabe que sobre este fallo no tenemos ninguna responsabilidad, y que, por el contrario, hemos enfrentado con entereza y contundencia, desde el primer momento”.
Santos señala en un párrafo de la carta: “Tampoco entiendo que usted sugiera que estamos buscando chivos expiatorios cuando ha sido exactamente todo lo contrario”.
Fuera de las naturales discrepancias y coincidencias que se dan en casos como éstos, así existan eventuales políticas de Estado y de consenso, es evidente que la cuestión de fondo no se asume en lo que tiene que ver con una cierta obsolescencia de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, que se convoca casi siempre para presentar hechos consumados, que suelen ser refrendados sobre la marcha. Lo que necesita Colombia es un ente que contribuya a esclarecer los asuntos internacionales y apoyar la política exterior oficial, según las leyes de la geopolítica.
La política exterior exige cuidadosa proyección y acuerdos internos, para movilizar la voluntad nacional y obtener resultados positivos en los foros internacionales, en donde se suele obrar por inspiración momentánea más que por realismo de Estado.