¿Diplomacia secreta o abierta? | El Nuevo Siglo
Lunes, 26 de Noviembre de 2012

*Los 14 puntos de Wilson

*La historia nos da la razón

 

Nicaragua  hizo una política moderna   de informar permanentemente a la opinión pública de las ocurrencias de su demanda contra Colombia en La Haya; en lo que se denomina la diplomacia abierta que es lo que pregonó Woodrow Wilson en uno de los 14 puntos de su escrito sobre la organización de la Paz, mundial. Casualmente el 1º punto establecía la Prohibición de la Diplomacia Secreta. Eso en contraste con el sigilo que se procedió en el Tratado de Versalles en donde las negociaciones secretas degeneraron en unas condiciones tan draconianas e inmisericordes contra Alemania, que lord Keynes desde Londres escribió que se condenaba a Alemania a levantarse en otra guerra. En tanto Colombia siguió en lo que se denomina diplomacia secreta que fue usual en el siglo XIX, así en algunos casos excepcionales aún pueda ser eficaz para los Estados. Los 14 puntos de Wilson quedaron como una constancia histórica para tratar de contener la guerra y hacer la paz entre las naciones por medio de la negociación. Los Estados Unidos no respaldaron su valiosa iniciativa y se negaron a ingresar a la Sociedad de Naciones, todos sabernos que allí comenzó el derrumbe de la diplomacia y las potencias resolvieron prepararse secreta o abiertamente, para la carnicería que se conocería como la II Guerra Mundial. Del legado de Wilson quedó en algunas instancias la diplomacia abierta y la obligación de los Estados y los organismos internacionales de dar a conocer públicamente los tratados y fallos.

En Nicaragua se formó una opinión pública que entendió que al ir a la Corte Internacional de Justicia de La Haya y apostar disputarle territorios y mar a Colombia era un buen negocio, puesto que al denunciar el Tratado Esguerra-Bárcenas -ya en ese país se conocía el guión- se pasaría a reclamar el Archipiélago de San Andrés y todo lo demás. A sabiendas de que no les darían el Archipiélago y posiblemente ningún islote ni cayo, pero que sí lograrían que se cayera el Meridiano 82 y según el vigente derecho del mar les dieran una gran porción del mismo que debería establecer la Corte. Los nicas sabían lo que hacían y desconocieron el Tratado Esguerra-Bárcenas, asesorados por excelentes juristas que prepararon  fría y cuidadosamente el asalto contra Colombia. Mientras que aquí con la mentalidad del sigo XIX, que aún persiste en algunos sectores de la política, se prefirió manejar tan delicado asunto a puerta cerrada. Una opinión desinformada hasta el día anterior al fallo y por declaraciones de los funcionarios responsables de la Cancillería de San Carlos, candorosa esperaba que en La Haya se respetaría nuestra soberanía, justos títulos, posesión y derechos sobre la zona.

Como  es de público conocimiento en El Nuevo Siglo, desde un primer momento se planteó en los editoriales y en ensayos la inconveniencia de ir a La Haya, con el debido respeto de las opiniones en contrario y otras estrategias que los distintos gobiernos desarrollaron. Y hemos tenido sumo cuidado en mantener una reflexión académica y de muy alto nivel al referirnos al tema, refrenando la justa indignación que se siente cuando se entiende que están conduciendo a la ciega a todo  un pueblo al matadero. Cual no sería la sorpresa cuando el viernes 23 de noviembre en El Tiempo aparece el embajador Julio Londoño Paredes, en un extenso reportaje donde elude su responsabilidad y sostiene que Nicaragua podría ir por más en el Caribe, y advierte que “Colombia debe examinar de aquí en adelante, muy cuidadosamente cuando acepta la jurisdicción de la Corte”· Y aclara, “es una decisión que corresponde al Gobierno, y he visto que la Canciller está estudiando eso cuidadosamente y en cualquier momento puede ocurrir”. En otra parte de sus declaraciones dadas a El Tiempo, agrega que “si Colombia no hubiera ido a La Haya, ahí si habría sido el desastre”. Es evidente la contradicción y como el único diario que propuso que Colombia no fuese a La Haya en ese momento fue El Nuevo Siglo, bajo la dirección de Juan Pablo Uribe, por cuanto después de consultar expertos y sopesar los pro y los contra, como de estudiar con cabeza fría el asunto, se llegó a la  convicción moral e intelectual, de que de habernos  negado a  ir  a La Haya y salirnos del Pacto de Bogotá, no habríamos perdido ni una gota de agua en el mar, ni se habría cometido la terrible injusticia contra Colombia. Y hoy la historia no da la razón. Sobran los comentarios.