Entre aplausómetro, chiflómetro y felizómetro
Polarización y esquema gobierno-oposición
NO deja de ser curioso cómo la política colombiana se debate entre el aplausómetro, el chiflómetro y el felizómetro. Es decir, entre conductas supuestamente espontáneas pero que, muchas veces, son prefabricadas. El aplausómetro es cosa común y corriente desde que los norteamericanos, en sus programas de concurso y musicales, lo instituyeron como elemento adicional del set. De ello hace muchas décadas y paulatinamente fue copando otras actividades, entre ellas por supuesto la política. De modo que en ella, cualquiera sea el discurso o el tema, algunos ponen estratégicamente una persona a aplaudir y las demás la siguen en procura de exaltar al orador. Y así en sus diferentes variables, incluidas las encuestas, que son de alguna manera el modelo técnico y masivo del aplausómetro, ciertas veces escogiendo malamente las preguntas para que las respuestas resulten favorables al propósito de quien contrata esos sondeos.
Todo ello llevado a su máxima expresión se constituye en los felizómetros, de acuerdo con los cuales, publicados en el mundo, los colombianos son de los habitantes orbitales más felices. Últimamente algo se ha venido bajando en el ranquin, pero hubo épocas, en la peor parte del transcurso de la guerra, en que los mismos colombianos se sorprendieron de tener índices tan altos en aquellos sondeos de la felicidad. Posiblemente seamos una raza festiva, pero de ahí a pensar que se ha conquistado la placidez social y homogenizado la calidad de vida, hay un abismo superlativo. Podrán ser esos sondeos remedio momentáneo para circunstancias difíciles, no obstante mal se haría en tomarlos de rasero y satisfacción con todo cuanto aquí ocurre.
El chiflómetro, por su parte, tiene más o menos las mismas características del aplausómetro, pero a la inversa. Ya no, como en el aplauso, para aclamar al conferencista, sino para desconcentrarlo y deprimirlo. De eso también se ha dado mucho últimamente en Colombia, desde las convenciones partidistas para forzar los resultados hasta los abucheos de esta semana, indistintamente para el jefe de Estado o el jefe de la oposición. Y es a ello lo que muchos han dado en bautizar como parte de la polarización, lo que pareciera una categorización simplista al fenómeno, siendo eso sí y en todo caso una caída de la elegancia y evidentemente una anomalía del urbanismo tan escaso, mucho más en los tiempos modernos cuando el anonimato del tumulto y más aún, el de las redes sociales, fomenta el matoneo verbal y lo hace cauce sustancial del resentimiento y combustible para la evasión y sepultura indefectible de la dialéctica. Otra cosa, claro está, sería la opinión franca y abierta, con nombre propio o responsable claro, lo que por lo pronto no está a la orden del día.
Desde luego que chiflar no se trata de la polarización, porque ello es más un acto de impotencia que de valor político, salvo que se esté en un estadio de fútbol o eventos similares en que esas actitudes hacen parte del espectáculo. Como podría decirse, por lo demás, de la política en cuanto al refrán romano de que ella es pan y circo. Pero si de circo se tratara nada más arcaico, como en aquellas épocas, que dirigir el pulgar en sentido negativo o positivo, como si la reciente matanza del Cauca fuera cosa de gladiadores en el coliseo de Roma. Aunque muchos puedan pensarlo así.
De algún modo lo que existe es una mala interpretación de la etapa política por la cual pasa Colombia, que sería más bien la del esquema gobierno-oposición. Sin embargo, aquí no hay estatuto para los opositores, como lo ordena la Constitución, ni siquiera un ordenamiento para el control político y menos normas claras para la expresión gubernamental, ya que se van citando ministros o funcionarios a la bulla de los cocos, sin agenda precisa o día puntual para ello, como en otros países. Y tampoco, en realidad, podría decirse que existe un esquema gobierno-oposición en toda la línea, puesto que sería un exabrupto caer en aquel escenario que muchos, entre los polos encontrados, quisieran de que solo hubiera “santismo” o “uribismo” para reducirlo todo a un escenario tan estrecho, propio de las contiendas electorales de segunda vuelta. Pero la campaña presidencial pasó hace tiempo, con su propaganda nociva de tirar naranjas como elemento aconsejable de la política.
La distorsión de la oposición, en Colombia, no solamente se da en los abucheos de esta semana sino, por ejemplo, en las expresiones de vertientes de la coalición gubernamental cuando desenfundan la anquilosada moción de censura para atacar, precisamente, al propio gobierno que dicen defender. Es el caso, claro está, de presentar el liberalismo una proposición en tal sentido contra el ministro de Hacienda dizque por la venta de Isagen, cuando por descontado el funcionario no lo haría, en lo absoluto, si no fuera por orden presidencial ¿Y con qué se van a pagar las tan prometidas carreteras y viaductos? Y más allá de la venta de activos en el sector energético, ¿de dónde se va a sacar el dinero para pagar a los maestros? Pero a esas alturas distorsivas se ha llegado, precisamente porque no hay gobierno en la coalición supuestamente coordinada por el mismo liberalismo, sino por el contrario diatribas adicionales como las del partido oficialista contra el propio Vicepresidente, a quien han acusado de lo divino y lo humano, mientras precisamente trata de sacar la cara por el gobierno que en su figura atacan. Curioso, por el contrario, que la misma oposición no haya hecho uso, ni de la moción de censura, ni de la citación permanente a los ministros, ni a la obstaculización al Vicepresidente, mientras que los oficialistas más rabiosos se encargan de poner todo tipo de talanqueras. No hay, en realidad, pues, gobierno-oposición sino una masa amorfa, donde curiosamente, en el Congreso, son los sectores oficialistas los que más perturban. Pero siempre hay que recordar que la política al descampado, como un caballo sin rienda, puede terminar en cualquier lado.
También la política, de otro lado, exige ciertas solemnidades implícitas y no necesariamente mansas que, lejos de los chiflidos, permita mostrarse en desacuerdo. Basta mirar las sesiones de los parlamentos en Inglaterra, Italia o España, para corroborarlo, incluso con su intemperancia, pero dentro de un orden preestablecido. Al contrario, como están las cosas aquí, podría terminarse al estilo de Nicolás Maduro, esta semana, que ante el mango que le tiraron prefirió entregar una casa gratis.