*¿Inoperancia de la OEA?
*Por una salida pacífica
Como era de esperar de la polarización de la política venezolana, por cuenta de un partido de gobierno que fomenta la lucha de clases e intenta imponer su voluntad a toda costa, pese a que las reñidas elecciones presidenciales fueron cuestionadas por la oposición, se impidió el reconteo de los votos y ambos bandos reclamaron el triunfo. El Gobierno dijo que había ganado limpiamente, en tanto que la oposición expresó públicamente que tenía pruebas del fraude. Las autoridades electorales se apresuraron a reconocer el triunfo de Nicolás Maduro, para cumplir con la voluntad del comandante Hugo Chávez, que en los últimos meses gobernó desde La Habana, para volver intempestivamente a Caracas y dar su dramático adiós a los venezolanos, consagrar a Maduro y retornar a Cuba, donde al poco tiempo falleció. Es interesante que a pesar de tener una de las maquinarias populistas más eficaces que desde el poder utiliza todos los recursos del Estado para perpetuar lo que denominan la revolución chavista, su heredero se viera a gatas con los mecanismos represivos, sus milicias privadas armadas, los halagos del poder y la cartilla de las promesas demagógicas, junto con la potente chequera oficial, para ganar limpiamente.
Lo anterior invita a una reflexión interesante. Carlos Marx y Federico Engels sostenían que para instaurar la dictadura del proletariado sería fundamental el uso de la violencia, asaltar el poder y establecerla. No creían que las masas votarían por un sistema que entregaba el mando al pequeño partido comunista, con la finalidad de consolidar un régimen comunista que proclamaba la eliminación de las clases altas y la dominación de los de abajo. Se requería de la dictadura para ese proyecto, como de sistemas de fuerza para sojuzgar a la población y someterla a los dictados oficiales. Y en nombre del comunismo se sacrificaron millones de seres; 20 millones de rusos murieron en los campos cuando se abolió la propiedad privada por la fuerza en el sector rural. En el mundo de hoy los países pueden avanzar al desarrollo sin tener que sacrificar a los pueblos como lo hizo el comunismo en Rusia o China, ni como el capitalismo en sus inicios con la revolución industrial. La experiencia de modelos recientes lo demuestra. Lula da Silva en Brasil, al entregar la economía a los conservadores, consiguió sacar de la pobreza a millones de seres. En Colombia el concurso conservador ha sido positivo para sacar de la pobreza absoluta a 2.5 millones de personas, como sostiene el presidente Juan Manuel Santos.
Por el contrario, en Corea del Norte, en Cuba y en Venezuela, se sigue un modelo autoritario que consiste en acrecentar el poderío bélico, en tanto las masas se ahogan en la pobreza, sin atender que el hecho de revolcarse en el lodo de la miseria no hace mejores a los hombres. Se puede hacer desarrollo a la manera de Corea del Sur, de Brasil, de Vietnam, elevando los niveles de vida de la población, sin necesidad de sacrificar generaciones enteras en nombre de revoluciones fracasadas que dejan a los seres humanos más frustrados y pobres que antes de la cacareada revolución. En el siglo XXI cuando se canalizan las energías nacionales en impulsar el desarrollo, con planificación, inversión y seguridad jurídica, los pueblos avanzan de manera prodigiosa.
En el caso de Venezuela, las posibilidades de desarrollo, de inversión, de salir de la crisis artificial causada por el despilfarro y el populismo sin rumbo, son inmensas. Eso lo ven los jóvenes que salen a las calles, lo siente la mayoría de los venezolanos, pero no todos tienen el corazón y la voluntad de intentar ganar el futuro en la dura lucha en el asfalto de las ciudades. Quizá la oportuna intervención de la OEA podría abrirle los ojos al Gobierno, que aún puede evitar un baño de sangre y cambiar el modelo. El afán de pretender atornillarse en el poder para sojuzgar a los espíritus libres lo único que logra es sofocar temporalmente por la fuerza la protesta, hasta que por cualquier causa estalle de nuevo y las multitudes con ímpetu irresistible arrasen con todos los diques, como pasa cuando se represan aguas turbulentas sin calcular su temible dinámica.
Venezuela merece salir de la crisis sin violencia, la OEA puede y debe colaborar para la transición a la democracia, una intervención diplomática exitosa le devolvería el crédito y la respetabilidad a la institución, acusada de inoperante y fracasada.