- Luz de esperanza en medio de la deforestación
- Colombia y sus 34 millones de árboles sembrados
En medio de un mar de noticias sobre el deterioro progresivo y en algunos casos irreversible del medio ambiente, constituye una muy buena noticia que la deforestación haya disminuido o, al menos, tenga un ritmo más lento. Sin embargo, esa no es la conclusión más importante del informe quinquenal de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Lo crucial radica en que la pérdida de bosques se ralentiza a nivel mundial porque se incrementó la gestión sostenible. Es decir, que existe un mejor y más objetivo e inteligente aprovechamiento del recurso forestal.
Las cifras al respecto son contundentes: desde 2015 se han convertido a otros usos 10 millones de hectáreas de bosques al año. Esto supone una disminución con respecto a los 12 millones anuales de los cinco anteriores. A ello se suma que en la actualidad, 2.050 millones de hectáreas de bosques -más de la mitad del total-, están sujetas a planes de ordenación. De acuerdo al estudio de la FAO, constituye una mejora notable que la superficie forestal en zonas protegidas ha aumentado a nivel mundial en 191 millones de hectáreas desde 1990. Es más, en la actualidad el 18 por ciento de los bosques del planeta se encuentran dentro de zonas con protección, siendo América del Sur la región con la mayor proporción de éstas. Colombia es líder en este campo, tal como quedó comprobado en las últimas cifras que se dieron al respecto en el Sínodo por el Amazonas realizado el año pasado en el Vaticano así como en el pacto suscrito por los gobiernos de la cuenca del llamado “pulmón del mundo”.
Obviamente estos avances no ocultan la gravedad de la deforestación ya que, según el estudio, la superficie forestal mundial se ha reducido desde 1990 en 178 millones de hectáreas, aproximadamente el tamaño de Libia. Sin embargo, en términos netos -incluyendo la expansión de los bosques-, la superficie forestal mundial ha disminuido en 4,7 millones de hectáreas anuales desde 2010.
Volviendo al aparte de los avances, los expertos de la FAO resaltan que cada vez más zonas forestales están sujetas a planes de ordenación a largo plazo. Es decir que la explotación del recurso forestal se hace de modo tecnificado y planificado, con ciclos de producción claramente establecidos en áreas en donde su aprovechamiento no afecta al medio ambiente ni se demeritan zonas de bosque natural, tropical o de reserva especial. En otras palabras, no prima la intención de tierra arrasada ni el ánimo depredador. Eso es, precisamente, lo que se denomina desarrollo sostenible, que no es otra cosa que el uso y explotación racional de los recursos naturales, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, la preservación del medio ambiente y la mejora de la calidad de vida, tanto de las generaciones presentes como de las futuras.
La preservación de los bosques, como toda la humanidad lo sabe, es determinante. De hecho, frenar la deforestación es urgente para la sobrevivencia no solo de las personas sino de múltiples especies de fauna y flora. No en vano es una de las principales metas de la década, como se comprueba en el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 15, está referida a proteger, restaurar y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres.
Como ya se dijo, la deforestación es uno de los flagelos más graves. En el caso colombiano los últimos informes nacionales evidencian una tendencia de reducción anual, sobre todo en los departamentos amazónicos. Por ejemplo, en el último trimestre de 2019 la destrucción de los bosques cayó en un 50 por ciento en esa área. Por otro lado, hay avances en cuanto a la meta de sembrar en este cuatrienio 180 millones de árboles. Hasta el momento se han plantado 34 millones en todo el territorio, aunque la cifra debería ser mayor ya que la “sembratón nacional”, prevista para marzo pasado, tuvo que ser aplazada por cuenta de la emergencia sanitaria por el coronavirus.
Obviamente queda mucho camino por recorrer en la protección de los bosques. Para el caso de nuestro país son muchas y muy graves las amenazas, que van desde la explotación ilegal de madera, la extensión desordenada de la frontera agrícola y de asentamientos urbanos en zonas selváticas, así como el narcotráfico o la minería ilegal. A ello deben sumarse los efectos directos e indirectos del calentamiento global. Sin embargo, los avances a nivel nacional e internacional son un aliciente para evidenciar que se está en la dirección correcta y que las políticas de desarrollo sostenible poco a poco se están generalizando en cuanto al uso, aprovechamiento y explotación de los recursos forestales. Una luz de esperanza entre tanto informe medioambiental que solo enciende luces rojas.