- Contraloría, salarios y reformas
- El mismo Congreso de siempre
A solo 30 días de instalado, no se sabe muy bien si el Congreso sabrá estar a la altura de los anhelos para los que fue elegido. Porque pocas veces, como en la justa parlamentaria de hace unos meses, el mandato expresado por los electores fue el del cambio de las costumbres políticas.
Ya de por sí, la selección del Contralor General de la República, en esta semana, fue un espectáculo deplorable como tantas veces en el hemiciclo. Solo que en esta ocasión se hicieron más evidentes las viejas prácticas que tanto se han querido modificar y que no se han podido desterrar, ni siquiera al tenor de la Constitución de 1991.
Inclusive, los procedimientos legales adoptados más recientemente, para lograr transparencia en la administración pública y poner fin a los conciliábulos y las artimañas clientelistas, tampoco sirvieron de acicate en los propósitos de depurar el control fiscal y salvarlo de anómalas intervenciones exógenas a la tarea misional exigida.
En efecto, bastó registrar los virajes intempestivos de los partidos, al vaivén de los intereses creados, para que el pueblo quedara estupefacto con las ínclitas oscilaciones de la llamada clase política. Todos a una, como en Fuenteovejuna, las bancadas se fueron deslizando hacia la candidatura que fue cobrando mayor vigor, después de haber prometido ante la ciudadanía el apoyo a otro aspirante, hasta suscitar en la opinión pública una estela de sospechas nunca despejada.
De suyo, la nota prevalente en la designación del Contralor fue la coincidencia que se presumía impensable entre el partido de gobierno y el de oposición, en una sumatoria de votos que fue aglutinando a la mayoría de las bancadas. No en poca medida el candidato favorecido se vio de tal modo bombardeado con comunicados de respaldo que a la larga se sintió contra las cuerdas. Por tanto, no tuvo más remedio que declarar, una vez fue elegido, que en la próxima oportunidad los mecanismos de selección deberían cambiarse de forma radical.
Más allá, varios parlamentarios se fueron por las ramas y para tratar de camuflar las maniobras clientelares sostuvieron que el punto no era la elección del Contralor (en apariencia lo de menos), sino que su dependencia debería eliminarse y dar curso a un nuevo organismo en un Tribunal de Cuentas. Tesis, según se sabe de antemano, que no fue de recibo en la Constituyente de 1991. Y que después ha sido trasegada una y mil veces con la convicción íntima por parte de los congresistas de que nunca será llevada a cabo.
Por otro lado, ya inscrito de forma tan explícita este episodio en los anales de la vieja política, otro no menos importante cobró plena vigencia este mes. Se trata, por supuesto, de cuál va a ser la conducta de los congresistas frente al ajuste de su salario. Sabido es que este punto fue motivo prioritario de la última campaña con miras a ganar la sintonía de los electores. Y que, a raíz de la avalancha de promesas de los mismos protagonistas, sería un adefesio dejarlo en el tintero.
Como siempre, hay propuestas para dar y convidar, no pocas veces con el fin de enredar más la madeja. Pero al parecer la del congresista conocido como “Jota Pe” es la que tiene mayor respaldo, en Cámara y Senado, aunque, en otra coincidencia entre sectores del oficialismo y la oposición, ha causado malestar por su eficacia inmediata. El hecho, en todo caso, es que mucho favorecería a la legitimidad del Congreso una actitud en este sentido. El espíritu de la norma establecida en la Constituyente jamás fue el ascenso exponencial de los emolumentos. Entonces eran 13 salarios mínimos de base: hoy son 35, casi un salario mínimo adicional por año.
Y al mismo tiempo en estos 30 días se ha presentado un alud de reformas políticas, claro, sin tocar lo esencial, que es la eliminación de la circunscripción nacional para Senado.
Un mes, pues, en que del cambio… ni pío.