- Del M-19 a las Farc
- Un proceso de paz descuadernado
Sorprende, en verdad, la diferencia de lo ocurrido entre los procesos de paz de las Farc y el M-19. Y tomamos estas dos vertientes de las guerrillas colombianas puesto que la segunda se fraguó en principio como una disidencia urbana de la primera, en los años setenta del siglo pasado, mientras su matriz permaneció como una supuesta autodefensa campesina en los territorios periféricos, emergida con posterioridad a los sucesos del 9 de abril de 1948 y que luego se entroncó con una de las múltiples vertientes del exiguo comunismo colombiano, a mediados de los años sesenta, bajo la consigna soviética de combinar todas las formas de lucha y de conseguir unos objetivos de muy largo plazo.
Cuando el M-19, después de recurrir consistentemente al terrorismo durante dos décadas y de tratar de acelerar el llamado proceso revolucionario, dio su paso fundamental hacia la paz, entre 1989 y 1990, el país vio en ello un motivo de optimismo, en medio de los debates para la realización de una Asamblea Nacional Constituyente de la que fue partícipe. Al igual que las Farc, el M-19 tomó esa decisión luego de perder a buena parte de su cúpula, después de protagonizar acontecimientos de terror que aún no se borran de la memoria colombiana.
De hecho, durante los 20 años de su despliegue, el M-19 copó las noticias nacionales con sus incursiones espectaculares e intermitentes, desde que robaron la espada del Libertador de la Quinta de Bolívar. Si bien era una guerrilla mucho más pequeña que las Farc, e inclusive bastante menor en contingentes que los del Eln o Epl, esa organización parecía haber tomado, en los años setenta y ochenta, la batuta rebelde. En buena medida, opacaban las acciones de los demás componentes subversivos esparcidos por el país. Pero una guerrilla busca, de algún modo, la aceleración de la historia en su favor, de manera que la excesiva permanencia en el tiempo desdice de la acción radical para la que fue constituida, que es la toma del poder por la vía armada en un lapso relativamente corto.
En esa dirección, los miembros del M-19 reaccionaron contra la noción del tiempo de las Farc, profundizando la acción armada y terrorista, pero cuando se dieron cuenta de que la alternativa guerrillera no tenía visos ningunos de prosperar en el país, aun en alianza con sectores del narcotráfico, optaron por las vías democráticas y presentarse como una opción pacífica dentro del sistema constitucional colombiano, convirtiéndose en partido político. A las Farc les tomó 25 años adicionales para llegar a la misma conclusión, pese a haber recurrido durante ese último tramo a las mismas acciones de terror que ya habían demostrado su fracaso con el M-19 y que resultaron tan estériles como entonces: una pérdida descomunal de vidas, de energías, de bienes y de tiempo.
Hoy en día, la lección más clara del proceso de paz con el M-19 fue el hecho de que cumplieron con su palabra de jamás reincidir en el delito y de participar pacíficamente en la democracia colombiana. Incluso a poco de desmovilizados sufrieron el asesinato de su máximo líder en un avión, pero se mantuvieron en lo pactado de entregar y abandonar las armas para siempre y nunca se dividieron en ese propósito colectivo. Si bien el M-19 llegaría a ser acaso apenas un 15 por ciento de las Farc, su capacidad de daño había sido inmensa. Cumplir con la palabra de desactivar todas las células terroristas y los campamentos que tenían en los territorios fue bueno para el país y desde entonces se mostró que aquella era la salida civilizada frente al embeleco guerrillero de los años sesenta. Ningún líder del M-19 retornó a la clandestinidad y algunos de ellos han sido protagonistas de la historia reciente, inclusive en vertientes encontradas del espectro político de la derecha y la izquierda democráticas.
El problema de base del proceso de paz con las Farc, actualmente, es que el país cada día cree menos en su palabra. Si bien hay jefes que se han mantenido en lo pactado de no reincidir, y de impedir que los desmovilizados vayan a las disidencias, otros de igual o mayor jerarquía, incluido el jefe negociador en La Habana, han dejado de lado los acuerdos. Esa es la noticia, llámense como se llamen “Márquez”, “Romaña”, “Santrich” o “el Paisa”. Por supuesto, una pésima noticia: un proceso de paz sin palabra y descuadernado.