¿Cuánto humor le cabe a Boris Johnson? | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Enero de 2022

* El lío de saltarse las cuarentenas

* Cómo se hiere un buen gobierno

 

El problema de Boris Johnson radica en la delgada línea que separa el humor de las baladronadas. Y en ese caso la aproximación a su personalidad política no es cosa fácil porque combina ambas condiciones sin que pueda hacerse una división exacta.

Quizá valga decir en general que lo primero (el humor) es ciertamente una atribución personal que permite acercarse a las realidades circundantes bajo una lupa diferente a la mirada común. De hecho, tal vez la facultad de causar risa sea uno de los elementos más apreciados de la especie humana, puesto que no suele darse con facilidad. A fin de cuentas, es más bien un don que, como toda gracia, es específico de la naturaleza de determinadas personas.

En efecto, el resultado del humor no solo repercute en el ambiente, lo que de por sí se traduce en una fuente de distensión frente a las presiones cotidianas en cualquier nivel, sino que permite un enfoque diferente de las situaciones. Bajo esa perspectiva, enriquece la visión del mundo y en esa medida puede decirse que es crucial en la política, aunque a decir verdad sean muy pocos los políticos que gozan de ese don. Boris Johnson es exactamente lo opuesto. No se trata, por descontado, del humor hechizo o los chistes preparados. Por el contrario, consiste en lograr un gracejo intempestivo a medida que transcurre una conversación, se contesta una pregunta comprometedora en una rueda de prensa, se adoba un discurso formal con una salida inesperada o se reduce una materia difícil a una formulación repentista.

En la historia, los conservadores británicos han contado con altas dosis de humor, lo que en no poca proporción, les ha permitido generar un estilo político. Acaso sea, precisamente, la manera de ajustarse a un país donde la solemnidad prima y las buenas maneras hacen parte esencial de la vida diaria, ambas circunstancias que también promueven como parte de su cultura singular. En ese orden de ideas, el humor inglés suele ser muy exigente, por cuanto y ante todo abjura de la chabacanería. Al cabo, pese a su seriedad característica, los ingleses son un pueblo con propensión a la risa, siempre y cuando ella sea el resultado de una agudeza imprevista, es decir, de una repentina efusión de inteligencia. Y en esa sintonía Johnson ha sido experto.

De otra parte, es claro que, teniendo esa veta natural, el primer ministro inglés ha intentado seguir la ruta de su ídolo, Winston Churchill. Pocos estadistas en el globo, como este, hicieron de su trayectoria, muchas veces delineada en medio de los sucesos históricos más graves, una mina de humor perspicaz, tanto en público como en privado, y sin abandonar jamás la profundidad y energía de sus conceptos. Es posible que Johnson no tenga esa dimensión, pero a no dudarlo ese don ha sido parte primordial de su éxito político y su manera de llegar al corazón de los británicos.

Pero otra cosa, por supuesto, es cuando se cruza la línea del humor para quedar irremediablemente sumido en la fanfarria. Dicen que la política es proclive a una porción de circo, como se ha pregonado desde los romanos. No obstante, es muy probable que hoy se le intente cobrar políticamente a Johnson los excesos en esa materia. Por ejemplo, Churchill no dejó de llamar la atención con su tabaco y su irrigación de licor en las veladas, pero nunca llegó a hacer un espectáculo circense con cada aparición suya.

Ahora las cosas se le han puesto de a peso a Boris Johnson, a raíz de haber violado la cuarentena que su mismo gobierno había impuesto por el coronavirus, en 2020, participando en una animada reunión social, sobre la que sin embargo dijo que era de trabajo y en la que estuvo muy poco tiempo. Aun así, hay algunos parlamentarios conservadores alineados con su salida, pero dejando en claro que no se trata de citar a unas elecciones generales sino de cambiar al jefe de gobierno por otro miembro del partido.

En tanto, la oposición y sus medios de comunicación se relamen. Por descontado, Johnson cometió un error garrafal, pese a que cuenta en su haber con una gestión gubernamental positiva. Habrá que esperar, pues, al resultado de la investigación prometida para sopesar los alcances de su conducta.

En todo caso, Johnson debe reconsiderar de antemano sus actitudes desenfadadas y su murga permanente. Porque una cosa es el humor y muy otra es convertirse en un “showman”, que en nada colabora con su idea de pasar a la historia como sus predecesores de partido: Disraeli, Churchill y Thatcher.